El pasado 26 de enero se iniciaron en el país los actos festivos del Mes de la Patria. ¿De la patria?, no faltará quien se pregunte. Pues sí, echando mano del arte en sus múltiples manifestaciones, de la disposición del talento de la nación, y haciendo provecho de lo que ya es tradición, rindamos tributo a este solar del Caribe que llamamos patria. Valoremos a esta tierra dominicana abonada por jornadas de trabajo y de luchas donde reside la patria, que es como decir, el alma o la síntesis maestra de la conciencia social de toda la nación. En esta ocasión, tomando la expresión de Martí, seamos reverentes ante esa comunidad de tradiciones e intereses; ante esa fusión dulcísima, consoladora de amores y esperanzas que es la patria. En el tiempo que corre, que la patria sea mucho más que la jaula de bambúes o la palabra hueca y torpe del canto triste del poeta Incháustegui. Que siga brotando de las entrañas mismas del pueblo, se reconozca a través del patriotismo y nos impulse a exaltar, conservar, mejorar y defender nuestras singularidades ante el mundo.

En sí, la patria no resulta del genio de ningún actor social en sentido particular, tampoco se crea, pero se encarna. En muchas prédicas llenas de civismo, escuché y he repetido en las aulas, que la encarnan los que la aman incondicionalmente, los que la respetan y le sirven, no los que se sirven de ella. Como muchos, pienso que las simbolizan las personas buenas, las muy buenas y las mejores. En este  último bloque figuran los sujetos llamados imprescindibles por el poeta y dramaturgo Bertolt Brecht. Sirva este Mes de la Patria para que todos nos sintamos convocados al escenario que ha de unirnos por siempre: el de la consolidación y defensa de la dominicanidad. Que le sirva de alimento el cumplimiento ejemplar de nuestro deber cívico, y de inspiración, el respeto a la memoria de los hombres y mujeres que han apostado todo para hacernos ganar en dignidad y grandeza.