La etimología de la palabra CARNAVAL es de origen no preciso ya que se pierde en los linderos en donde se fusionan, el paganismo romano y las ideas del cristianismo.
Algunos folcloristas utilizan la expresión latina «Currus Navalis» como el origen del término. Currus Navalis que significa en latín, El carro naval, es un vocablo que hace alusión al carruaje en forma de barco montado sobre ruedas, que era escenario de las orgías romanas durante las fiestas de las saturnales.
Otra versión y es la más aceptada, es que la palabra carnaval proviene del vocablo latino «CARNA VALE», que quiere decir adiós a la carne. El carna vale era la expresión de la lengua romana, para señalar el tiempo anterior a la penitencia de la cuaresma, lo que constituía una licencia o permiso para la lujuria y el desenfreno, en una práctica llamada por los nobles romanos como la Carnestolenda, con lo cual se fusionaba la práctica religiosa y el paganismo vulgar.
Aunque el Carnaval tiene orígenes tan remotos como el «Entierro de la Sardinas» de la parte norte de Europa, «La fiesta de los tontos» de los pueblos sajones, Las «Bacanales» de los griegos y la «Adoración del buey Apis» en Egipto, esta larga cadena de costumbres de representar la lucha del bien y el mal y la dualidad humana del corpus y la psiquis, tuvo su permiso oficial en la religión católica, a partir de la bula papal Transiturus, del Papa Paulus segundo. Esta bula ordenaba la celebración, incluyendo pasajes de la Biblia teatralizados para hacer la eucaristía más didáctica.
El espíritu de la celebración del «Carnavale» llegó a unos niveles de desenfreno tan preocupante, que la iglesia lo censuró a principios del siglo 18. Al mismo tiempo que la iglesia lo excluía de su liturgia como un acto pecaminoso que implicaba el pecado mortal para las almas, le dio a un rito pagano y social, la categoría de manifestación espiritual. «Diabólica», «libidinosa», y «alienante», pero espiritual. «Mala y perversa» pero fruto del espíritu de los hombres. En otras palabras, al poner el adiós a la carne de los hombres, bajo los dominios del bien y el mal, lo convierten en un acto del espíritu y por tanto en un goce circular y eterno.
El Carnaval ya como fiesta mágico -religiosa llega a la América morena, escondido en los depósitos de los barcos conquistadores, en la trasplantación cultural europea.
Y de aquel sincretismo de costumbres, se nos revela como un nuevo elemento para ser asimilado por el indio, el mulato y el criollo de las tierras americanas.
Ya en nuestras tierras, tan parecidas por los encantos naturales al Edén del Paraíso, los frailes y curas católicos, emprendieron una nueva cruzada por regresar el carnaval a los rediles de la feligresía eclesiástica. Pero lo que pertenece al pueblo no puede soslayarse y ante la mezcla rítmica, mágica y esotérica de los africanos, el carnaval criollo lejos de perder su auge, ganó la negritud que le faltaba en Europa, para convertirse en una fiesta del espíritu, de la carne y de la libertad.
De ahí la similitud armónica y estética de nuestro carnaval con los de Brasil, Nueva Orleáns, Curazao y Puerto Príncipe, plazas donde la presencia negra fue y es determinante.
Nuestra fiesta carnavalesca, al igual que nuestra música y demás manifestaciones culturales son obras de tres culturas, que en una armonización parieron el árbol genealógico de los dominicanos. Aunque nuestros tainos celebraban areitos y cohíbas, no tuvieron mascaradas en sus celebraciones.
La máscara nos viene de la Europa medieval, con sus escaramuzas de «moros contra cristianos» y las «farsas de Diablo Caprino de los autos sacramentales el ritmo, la sal, el sabor, el rito que emborracha los cuerpos y las mentes, no llega desde África, con el negro que imitaba en sus ronquidos a la selva , con la divinidad bantú y carabalí, con el espíritu indomable de una raza , que si bien no rogaba por comida, si bailaba por amor y libertad.
El primer carnaval en tierras del nuevo mundo se fecha alrededor de 1510 ,en ocasión de la primera misa de Bartolomé de las Casas, donde se celebraron farsas carnavalescas en honor del almirante. En 1535 hay pruebas documentales del juego de la cinta entre feligreses y penitentes vestido de diablos. Pero sin duda la celebración del carnaval como la conocemos hoy día, data de la fundación de la república en el siglo pasado. La dominicanización comienza cuando la carnestolendas o espacio antes de la cuaresma, ocurrió cerca del 27 de febrero y el pueblo extendió la celebración para celebrar también en las calles su fiesta patria.
Santo Domingo «es un país situado en el mismo trayecto del sol», en el mismo camino de la música y en los lúdicos senderos de un gran carnaval. En el año 1822 se origina en la Vega uno de los personajes más celebrados de la fiesta carnavalesca dominicana.
Cuenta la tradición que siendo gobernador de la Vega el general Plácido Le Brum, una señora fue a quejarse de que un soldado le había robado una gallina. El gobernador hizo atrapar al ladrón y ordenó que lo embadurnaran de miel de abeja y le pegaran al cuerpo las plumas del ave que según vox populis se había robado y que lo pasearan por todo el pueblo a manera de escarnio público. El paseo era a ritmo de tambor y en cada cierto tiempo , se le golpeaba con una macana y se le voceaba el estribillo " Roba la gallina, palo con él».
Los Diablos Cojuelos de la provincia de La Vega hacen su aparición en 1906. Para esta fecha el atuendo se componía de careta demoníaca, casaca holgada y capa larga y vejiga de vaca previamente curada con sal y cal. Generalmente de colores rojo y amarillo de tonos brillantes, adornado con cientos de cascabeles. El «diablo cojuelo» de la Vega es un desprendimiento de la festividad «Los lechones» perteneciente a Santiago de los Caballeros, el cual a su vez es una herencia hispánica.
Durante el periodo de la Era de Trujillo, el control estatal imperaba de manera absoluta en todos los estamentos de la sociedad dominicana y por lo tanto en el carnaval como expresión de la dominicanidad que se fraguaba como identidad de una nación. La maquinaria represiva s del régimen de Trujillo no podía permitir que todo un pueblo estuviera en una fiesta de libertad interior, expresada de forma rítmica en las calles. Por eso en esa época los diablos cojuelos tenían que sacar una licencia en Interior y Policía para poder salir a la calle. Esta licencia comprendía en un ticket que se colocaba sobre la espalda de los danzantes de forma claramente visible, con lo cual se controlaba quién y cómo se disfrazaba, además , también por medio de resolución legal estaba prohibida la vejiga de los diablos cojuelos.
Antes del establecimiento de régimen de Trujillo las fiestas carnavalescas se celebran en salones cerrados y eran dirigidas para personas de rancio abolengo, mientras que el carnaval popular, ya con influencia africana, fue censurado por la iglesia vegana con la sentencia de que quien se disfrazaba de «diablo», permanecía 24 horas fuera de la gracia de Dios y de morir en ese lapso de tiempo, se condenaba al infierno irremediablemente.
Además de los diablos cojuelos y el roba la gallina de la Vega, tenemos los Toros de Monte Cristi, fiesta que data desde principio de siglo veinte , en donde los «toros» se enfrentan en una descarnada lucha a foetazos con los civiles participantes que no llevan disfraz, originalmente peleaban a foetazos limpios hasta que al toro le tumbaran los cuernos.
La manifestación carnavalesca de «El Califé» es otro elemento típico de nuestro carnaval, cuya creación se atribuye a Inocencio Martínez, quien con traje de frac, polaina, sombrero de copa y bastón, tras escuchar el coro de ¡califé, califé!, improvisa una estrofa para criticar un problema local, una situación social o política.
Los «Papeluses de Cotuí» salen desde el miércoles de ceniza hasta la fiesta del 27 de febrero; reciben su nombre porque fabrican su disfraz uniendo al mameluco papel de periódico en tiras, también son de Cotuí los «platanuses», versión idéntica de este carnaval pero que en vez de usar papel lo realizan con hojas de las matas de plátano.
«Los Cachúas» danzantes de Cabral son uno de los movimientos carnavalescos más interesantes, puesto que solo actúan los tres días después del viernes santo y bailan al compás de balsié y tambora acompañados de parejas.
El «Se me muere Rebeca», es un disfraz a modo de travesti que representa a una mujer que lleva una niña en brazos y que al llegar a cada colmado, pide para llevarla al hospital "Angelita" (Hospital Robert Reid Cabral).
«Los indios» por su parte constituyen una de las más importantes variedades del carnaval dominicano, ya que jóvenes de ambos sexos desfilan escenificando algún drama de corte histórico en torno a nuestro pasado colonial ,durante la conquista.
El «Lechón de Santiago», se une al carnaval con su vestido y capucha , colores muy vistosos, telas de seda, decenas de espejitos y lentejuelas, hermosa careta hecha en papel maché sobre molde de barro. Originalmente esta gran tradición cibaeña era utilizada para abrir a golpe de vejigas, la trocha o camino de las comparsas que venían detrás.
Nuestros vecinos haitianos con su influencia cultural llegada con la mano de obra de los braceros, enriquecieron nuestro carnaval, con la danza llamada Ga-Gá, [ ra-ra] de gran colorido y ritmo inigualable y que sin duda tiene su origen en el lejano continente africano.
Subirse o apearse de la máscara es un caso serio, un caso digno de estudio desde el punto de vista sicológico y espiritual. La máscara es algo más que la materialización estructural de un deseo de ser otro, porque la máscara como expresión de lo que somos, es una extensión fiel de nuestra conformación como individuo.
La máscara es, por así decirlo, uno de los tantos rostro posibles que tenemos.
La mascarada no es obra del azar, ni un elemento ajeno a nuestra identidad, es el punto de fusión en donde se materializa el rostro del que somos, con el reflejo de uno de los rostros que aparecen en los vericuetos de la condición humana.
Por eso entre febrero y agosto el dominicano se reencuentra como Guloya o Joyero, como Cachúa o Papelú, como Diablo o Roba la Gallina, Indio o califé, Toros o Civiles, y en gran medida , como mascarón indiviudal de reciente factura, original y única, inventada al garete , en la premura de la hora para no quedarse fuera de la fiesta popular mas trascendente, donde todos somos iguales y diferentes al mismo tiempo. El dominicano se disfraza como lo hizo ayer y como lo acaba de concebir, porque a fin de cuentas en este espacio lúdico del ser nacional, estrenamos un rostro común, una mascarada nacional, el rostro del patriotismo puro, la alegoría de un pueblo que celebra sus raíces mientras baila.