Era septiembre de 1998 y alguien corrió el rumor de que  el mar había entrado por San Pedro de Macorís y en poco tiempo llegaría hasta Santo Domingo.

Una semana antes el Huracán Georges categoría 4 devastó gran parte de la Isla generando pérdidas humanas por el orden de las 600 personas (a mi me parece que el número se queda corto) y miles de millones de dólares en pérdidas materiales.

Es de imaginar que lanzar un anónimo de que un maremoto nos tragaría vivos a los urbanos de una ciudad recién destruida por un poderoso fenómeno como Georges , provocaría el mayor terror en una población recién sacudida por vientos de más de 100 kilómetros por hora.

Para continuar con esta crónica se hace necesario tomar en cuenta que en 1998  no existían las redes sociales ni el nivel de saturación informativa digital  de la que padecemos en estos tiempos tan hiperconectados.

El internet daba primeros pasos , por lo menos en el país, y las informaciones masivas todavía se servían por los medios tradicionales como la prensa, radio y televisión.

El malecón de Santo Domingo. Fotografía José Arias.

Lo que quiero decir con esto es que el tipo que lanzó el grito de la mar entrando por el Este se constituyó en el trending topic más viral en toda la historia de la República Dominicana.  Que lo sepa ese señor si continúa entre los vivos.

"… como se les ocurre salir huyendo sin razonar, simplemente porque alguien gritó  que “el mar entró a San Pedro y ahora se tragará a Santo Domingo”.

El rumor de que el mar entraría por la Sultana del Este y asolaría la ciudad de Santo Domingo se expandió como refresco rojo en cumpleaños de pobres. Todo el mundo se lo creyó. Miles de personas recogieron enseres y mudas de ropas y a niños, abuelos y desvalidos para socorrerlos.  Con lo que tenían puesto “subieron” a la Avenida de la Salud en el Parque Mirador  para salvar  almas y  bienes ante la  gran catástrofe marina a punto de hundir a la Primada.

La  fake news detonó a eso de las una de la madrugada y ya usted, querido lector, se hace una idea del super despelote derramado en el Santo Domingo de entonces, eso sí, con  menos tapones que ahora y creo más potable y fácil de soportar. Sin las grandes complicaciones del Santo Domingo del 2022.

Pues eso. Yo , dizque periodista trabajando en un matutino de prestigio  como el Hoy,  sucumbí a la histeria de salir con lo puesto a buscar un lugar seguro donde las aguas no ahogaran mi humilde anatomía.

Vivía con mi pareja extranjera en  un pequeño edificio de apartamentos justo detrás del desaparecido  Cine Triple.

Lo que quiere decir que el Malecón de Santo Domingo era como el balcón de mi casa. La humedad, el salitre y  los olores de la mar de todos los colores y sabores formaban  parte de mi vida cotidiana.

Con nosotros pernoctaban en nuestra casa tres personas más,  también extranjeros. Ninguno de ellos había conocido en su vida lo que era un huracán, mucho menos un maremoto.

A esa hora de la madrugada  de ese septiembre inolvidable,  alguien, supongo ahora que un vecino, gritó  a todo pulmón desde una ventana del tercer piso  que un “maremoto arrasó San Pedro de Macorís”.

El vecino se hizo eco de alguien que lo llamó para anunciarle que un maremoto se acerca a la capital.   La rueda empezó a rodar y Haina empezó a moler.

Recomendaba el pana  con su vozarrón apocalíptico evacuar la ciudad con lo puesto y refugiarse en las zonas más altas  y si es posible distantes todo lo que se pueda de las  zonas costeras.

Entonces el  pánico entre nosotros cundió y cundió bien al punto de que todas las personas que vivían conmigo (pareja y amigos) salimos a tropel escaleras abajo con lo puesto: pantis, calzoncillos o  solo cubiertos con un pedazo de sabana, lo  imprescindible para cubrir sus  partes íntimas.

En el juidero llegué a rescatar una alcancía que contenía un billete  de quinientos pesos (¡una verdadera fortuna en 1998!).  Estaba colocada estratégicamente encima de la mesita de noche. Era como diciéndome llévame contigo que tu no sabes lo que pueda pasar y por si acaso no te ahogas, tienes para comer …

El tropel escaleras abajo, la loca caravana, no iba  en silencio. Todos los  extranjeros, menos quien suscribe (yo padecía calladito )  gritaban desaforados y ungidos de un miedo irracional. Claro, Georges los había dejado turulatos.

No era para menos, un apartamento frente al mar soportando como pudiera a  un  ciclón lanzando poderosas ráfagas de vientos no era una experiencia agradable para personas sin experiencia caribeña de que la mar, por estos lados,   tiene temporadas de bravura. Lo vivido una semana antes era  para que los pliegues del sitio aquel de mis huéspedes  se  les achicaran más.

Hacía  rato que toda la ciudad era un solo corre corre hacia todos lados. Miles de personas en vehículos, en motores, a pie exploraban  alturas para que la mar , la hermosa y misteriosa mar,  no se los llevara lejos a pastar con las sirenas y los tiburones.

Todos nos apretujamos en el yipesito Suzuki 1991 de mi pareja. Unos encima de otros. Cagándonos de miedo. ¡Qué el mar entra, dale rápido al jepp”.

Casi llegamos a parar a las cercanías de Villa Altagracia cerca de las dos de la madrugada.

La radio del vehículo en que nos desplazábamos calmó nuestras angustias:  falsa alarma de alguien que había visto una ola inusual. Que coj…!

Nunca se supo si era un pescador o un borracho el observador de olas inusuales. Lo  cierto es que el susto fue grande y la ignorancia mayor.

Retornamos al edificio entre risas  y miradas de que cómo se les ocurre a gentes pensantes, teóricas de la cooperación, lectores y lectoras de libros antes de dormir, a gente que discute ideas y las defiende con un gran nivel de propiedad, como se les ocurre, repito, salir huyendo sin razonar, simplemente porque alguien gritó  que “el mar entró a San Pedro y ahora se tragará a Santo Domingo”.

No es la primera vez que pasa en la historia de los humanos. Nada. Llegamos y a dormir con un ojo abierto para por si acaso…