Enegildo Peña[1]

Debo confesar que conocía al autor en el género del ensayo literario y el de la poesía. No en la novelística, porque le presenté dos libros en Santiago de los Caballeros: Una mirada distinta al gran Ezra Pound, el otro lado de la verdad (2018) y Mamá Tingo en temblor de agua (2022).

Enegildo Peña.

El escritor y profesor Luesmil Castor Paniagua siempre nos tiene presente, en su dilatada trayectoria, ahora también lo hace con Tiempo de Nosotros Editores. Digo esto, porque nos ha ayudado en la publicación de la Antología del Taller Literario Virgilio Díaz Grullón (2024), que en dos semanas se pondrá a circular, para nosotros celebrar el trigésimo aniversario (1994-2024), igual conmemorar el centenario del maestro de la cuentística moderna dominicana (1924-2024).[2]

Desde el mismo título, el autor nos sugiere el tema de la novela: la muerte como un manotazo a la vida, a través del fallecimiento de familiares, amigos, escritores, cantautores y sus poetas preferidos. Dios, en su egoísmo eterno, nos proporcionó la muerte como castigo. En mi primer poemario: Más allá de mi sombra (1993), comencé escribiendo: «La muerte es la segunda razón de la vida». En el poema Una herida en la sangre, que narra la expiración de mi madre, desde el principio hasta el final, en la parte final concluyo, diciendo: « ̶ Madre, una voz escucha tu silencio ̶ ./  ̶ Hijo, la muerte es una sombra que camina ̶ ». (Peña, 2005, pág. 153).[3] Es mi tema preferido, hasta que algunos me han llamado: «el poeta de la sombra».

En el introito de la novela El manotazo de la muerte, Luesmil Castor explica la razón de su temática: «Contar desde el dolor, es confrontarse con la realidad existencial de que la vida no solo es un bien natural pasajero, sino que nos permite constantemente estar expuesto a la llegada de la muerte sin previo aviso, sin consentimiento alguno y sin ninguna preparación previa». (Paniagua, 2024, pág. 13).[4] 

Qué hacer 1.

¿Antes de la muerte está el gran dilema de la vida humana? La mayoría se va de este mundo, sin nunca saberlo. En este tenor, recordamos al poeta cubano-dominicano José Ángel Buesa: «Pasarás por mi vida sin saber qué pasaste». (Nieves, 2024).[5] Hay otras clases de muertos, son aquellos que todavía siguen vivos, pero no han hecho nada para sobrevivir después de su partida física. Esta terrible realidad está bien concebida en la novela: El manotazo de la muerte: «Entonces es que sé, que no necesito morir para darme cuenta de que advertir muerte es una gloria que no la pueden asimilar muchos vivos que andan muertos, desde sus hondos y profundos vacíos existenciales». (Pág. 17).

La novela empieza infiriendo a un personaje que representa la vacuidad espiritual y la melancolía existentes en su vida. Un ser desprovisto y desganado, esperando la soledad eterna de la muerte, para su descanso mental y físico: «De esa doblez de espíritu, de ese desafío que implicaba para ella ser una mutación emocional, una descarga destructiva de su existir mal oliente a desgracias, a largas soledades sin pretérito». (Ídem).[6] Ella también tenía atracción por su propio sexo, por eso no quiso dejarse besar por un hombre que quería hacerlo, porque le parecía repugnante: «No sé, si era porque ya experimentaba en mi la atracción por las chicas de mí mismo sexo, aunque todavía dormida en esa locura a que llamamos primera juventud». (Ídem).

Desde las primeras líneas, como debe de ser, el autor muestra, en unos cuantos párrafos, el tema y sus entramados angustiantes. La aturdida existencia de una mujer que solo conocía el misterio del dolor porque era la única vida que había tenido. Ante su afinidad lésbica, fue rechazada, como acontece en los países machistas y subdesarrollados, solo recibió la comprensión misericordiosa de su abuela Eva Altagracia. «Ella, libros y mi silencio fueron mis mejores compañías en esos días de los que no quiero recordar más que su desbordado cariño». (Pág. 18).

El personaje omnisciente, que puede ser quien escribe, retoma la muerte que le viene de eventos cercanos y lejanos, que no pueden borrarse, aunque se escriban, desde el ámbito memorial. A ella la conocemos no por nosotros, sino por los que se han ido, entonces la vida se convierte en el terrible camino hacia la muerte, como dice la primera estrofa de la canción de Silvio Rodríguez, que cita el autor: «Al final de este viaje en la vida quedarán/ nuestros cuerpos hinchados de ir/ a la muerte, al odio, al borde del mar». La novela comienza creando un ambiente de intertextualidad musical y poética, referida con un esmero cuidado narrativo y de la lengua.

Pensar 1

Ante la desafortunada partida de René, ya la abuela tenía que regresar y retomar los afanes existenciales y sus angustias, porque de eso se trata la vida. Sufrir más que vivir, pero el gran problema es la dictadura del tiempo, que como sombra de la muerte nos va destruyendo día a día, hasta convertirnos en sus difuntos: «Inventamos como joya preciosa los relojes para atesorar y tenerle cerca o sobre nosotros y venerar así nuestro dictador, sin desenfado reconocemos ser sus súbditos, sus olímpicos esclavos, sus adoradores reverentes y apacibles admiradores al respecto del inventado tiempo». (Págs. 25-26).

En esta parte, surge en el texto una angustia dramática sobre el tiempo y sus consecuencias fatales: «¿Qué es el tiempo?… si no el don de una ordenada pesadilla que nos persigue paso a paso, segundo a segundo. ¿Qué?… sino ese pesar pensar cuando sentimos que los respiros están atados al corazón de las ansiedades colectivas que desata el invento del tiempo medido por el reloj». (Ídem).

Ahora la novela nos revela que el personaje principal es una periodista que es lesbiana, siendo rechazada hasta por su propia familia, pero aceptada por su abuela Eva Altagracia. Ahora, además de ser marginada, es diagnosticada con cáncer, con el cual inicia una lucha feroz para que El manotazo de la muerte no le llegue a destiempo: «Sin dudas es para reír de lo que eres capaz, ahora el cáncer está en mí. Ha sembrado su germen maldito en mi carne». (Pág. 65). Era una mujer de temple y muy bien definida en el sexo y en el carácter: «Pues te equivocas, conmigo tendrás que luchar, yo no me dejaré vencer tan sencillamente como te lo crees, esta vida nos la vamos a disputar de tú a tú». (Ídem). Poseedora de una feminidad acompañada y responsable, enfrentó a su familia y la hipocresía de la sociedad moralista.

El que me asuman como me quieran asumir. Total, si pude soportar y sobre llevar el vendaval de murmuraciones y críticas al salir del closet, el de decirle al mundo que soy una “puta lesbiana”, así me llaman, que al igual conlleva la peor de las muertes, tras y sobre mí, que es cuando la sociedad no solo te juzga si no que te condena. […] Como ves, desgraciada amiga, sé lo que es eso, ya he muerto y revivido, ya he llorado mi cadáver sin enterrarlo, ya he sufrido el rigor de los sepultureros sociales por lanzarme a la honda fosa de la moral social. Pero todos ellos e incluyéndote a ti; todos creen que tenemos solo una vida y no es así…(Ídem).

Así, desafía cada una de las embestidas, que le depara su atormentada existencia, con una enfermedad que le venía desde los genes de su familia, que se la fue llevando una a una. Tuvo que afrontarse al aciago momento de dejar sus gustos existenciales, también sus necesidades carnales, porque fue abandonada por su compañera: «Adiós al café por un tiempo y al alcohol y cigarrillos quién sabe hasta cuándo. Mas, ahora que entre quimios y radios, ella me abandonó, se acobardó al afrontar mi lucha contra ti y ahorcó su alegría en una mochila peregrina, quién sabe si a buscar de otros brazos». (Pág. 67). Asimismo, de cruel es la vida, antes de que llegue el drama de los años en las manos del tiempo, sobre todo, la tragedia en El manotazo de la muerte.

«Uno de los máximos representantes de ese mundo ̶ francés, por ciento, y de apellido Mallarmé ̶ llegó a argumentar que la vida existía para ser contada en un libro». (Garza, 2014, pág. 14).[7] Autor y texto son uno mismo, pese a que algunos quieren separarlos, ningún escrito es posible sin la presencia de un autor, ya sea humano o de la inteligencia artificial, que también es programada por él. En esta novela, plegada a la sombra de la muerte, pero teñida primero a los sinsabores de la vida, no existe separación alguna. Es una sola voz, a través de otras voces: de canciones, poetas, familiares y amigos. Pienso que aquel que no ha vivido lo suficiente, por mucha imaginación que tenga, no podría escribir una novela. Por sí mismo, es un género complejo y requiere de una serie de dominios de las técnicas narrativas. Una novela, desde hace tiempo, suele deslindar al autor, el narrador y el personaje. Pero igual, existe una tradición donde se autorrelaciona el sujeto-autor, en una empatía única y pura.

Hacer una novela es como construir un universo completo, donde nada debe faltar, pero tampoco sobrar. A los personajes hay que crearles no solo su personalidad y su ambiente, sino también su mundo. Ahora bien, por muy independientes que sean, se alimentan, viven y se recrean en la existencia del autor. De alguna manera, toda novela es autobiográfica; igual recoge la vida de otros, para hacerla propia. El autor reconoce este dilema, desde el principio menciona la muerte de sus familiares, de los escritores y amigos con los que compartió y murieron, siendo un caso ejemplarizador, el del escritor René y sus veladas. Además, incorpora a sus cantautores favoritos, incluyendo los textos literarios de sus autores preferidos y de sus amigos poetas, construyendo un submundo intertextual, de gran acierto creativo y espiritual: «Las palabras no se escuchan a sí mismas, ni se retuerce el espíritu intangible ante el discurso del otro. Las palabras son un altar… Un altar de penumbra cuando la mente se agita. La otredad muere, llevando bajo los brazos del sol las palabras humedecidas». (Pág. 34).

El destacado periodista e investigador Esteban Rosario.

Cuatro qué hacer

Nos exhibe el recorrido lacerante sobre el inevitable e irrevocable camino hacia la muerte, hasta que llegué la de él: «Muere el nacer de una vida sobre hoyadas osamentas que anuncian la estancia del último respiro sin memoria». (Pág. 28). Me atrevería a aseverar, desde mi punto de vista, que esta es la gran novela de la muerte en la literatura dominicana. En dos pensar, reflexiona sobre ella y su compañera más cerca: el tiempo: «El tiempo no es más que la mirada maldita que nos arranca la muerte en el último respiro. El tiempo no muere, no envejece, ni se gasta ni se diluye, no ama ni odia» (Ídem). Esta parte es una zona muy interesante y reflexiva sobre el tiempo, me recuerda a una breve poesía que escribí el año pasado: «El tiempo es el abrigo de la sombra:/nosotros su deterioro. /Sus pies son el camino/de los días vivido. /Él es el ahora que no tiene mañana/en su infinita presencia. /El tiempo es el Dios/de las cosas, /de nosotros/y de la muerte». (Obra inédita)[8]

Es una novela para pensar y repensar sobre la fragilidad de nuestra existencia, la de nuestros muertos y hasta la de uno mismo. No es una novela rosa, aunque nos trate el tema del lesbianismo, en una sociedad que esconde la depravación de los sacerdotes Ciliro y Betances, que utiliza en su fe la escamosa del diablo para realizar las más impúdicas bajezas sexuales: «“Este es el cuerpo de Satanás” y lo pasaban por el pene y las vaginas de los que estábamos ahí, también de las niñas, y luego nos lo daban a comer. También cogían el vino y lo ligaban con orina, y nos los daban a beber”». (Pág. 37).

En la penúltima parte, titulada sentencia, después de hablar de su cáncer, subraya: «Ah, contra Dios no, solo unos cuantos se lamentan de la crueldad de Dios cuando se le va un ser querido». (Pág. 72). Luego se refugia, en la triste resolución de la vida: nacer y morir: […] «Al contrario, el ser humano debe revisar esa actitud egocéntrica y altanera de creerse un intocable del silenciar del tiempo». (Ídem). En la parte final, Carta a mi padre, el autor-personaje escribe, cuál fuerte fue el manotazo de la partida, a los 87 años, de su progenitor: «Así se dio tú partida ante los dioses celestiales, ya con el tiempo apagado en tus ojos, aquellos mismos con los que viste el mundo con la honra de los apellidos estampado en el rostro de la historia». (Pág. 76).

El sujeto-escritor, está convencido de que es una autonovela, porque coloca una carta-testimonio como reverencia y agradecimiento eterno a su padre. En este sentido, podemos agregar el término autoficción, como identidad narrativa de una época, desplazada antes y después, de la COVID-19, que son los tiempos donde se desarrolla la novela. Soy más un lector de poesías y de ensayos, pero no de novelas, aunque sí he leído algunas de las grandes obras, desde los clásicos a los contemporáneos. Esta novela de Lusmiel Castor Paniagua me ha dejado complacido, por su intertextualidad musical y poética, por su bien estructurado universo narrativo.

El manotazo es una especie de auto psicoanálisis sobre la muerte. Es decir, una autorreflexión interior que nos muestra el dolor que causa sentir y ver morir a sus familiares y amigos, sin poder saciar las heridas acontecidas ante un fenómeno tan natural, pero que no estamos concienciados de aceptar y recibir. Es la clave principal donde se tejen los diversos hilos narrativos de este texto dramático que nos dejará marcado para toda la vida después de su lectura. Aún estar escrita con muchos destellos poéticos, no es una obra que asume la literatura como un goce, sino como un sufrimiento de los embates de la existencia humana, ante la presencia infalible de la muerte.

Notas bibliográficas:

  1. Presentación de la novela: El manotazo de la muerte (2024), de Luis Castor Paniagua. Centenaria Sociedad Cultural Amantes de la Luz, Santiago de los Caballeros, jueves 16 de mayo, 2024, 7:00 p.m.
  2. Virgilio Díaz Grullón: nació en nuestra Ciudad Corazón el 1 de mayo de 1924, falleció en julio de 2001.
  3. Peña, E. (2005). La Poesía Contemporánea de Santiago. Antología 1977-2005. Santo Domingo: Ediciones Ferilibro, número 74.
  4. Paniagua, L. C. (2024). El manotazo de la muerte. Santo Domingo: Tiempos de Nosotros Editores. *A partir de ahora, solo pondré la página y su numeración, para no repetir ni el autor ni la obra.
  5. Nieves, L. L. (13 de mayo de 2024). https://ciudadseva.com/.

Obtenido de https://ciudadseva.com/texto/pasaras-por-mi-vida-sin-saber-que-pasaste/

  1. Ídem, significa: «misma obra y misma página», cuando el caso contrario solo podré la página y su respectivo número.
  2. Garza, C. R. (15 de enero de 2014). https://materialdelectura.unam.mx/.

Obtenido de https://materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/cristina-rivera-garza-5.pdf

  1. Sin número de página.

[1] Presentación de la novela El manotazo de la muerte (2024), de Luis Castor Paniagua. Centenaria Sociedad Cultural Amantes de la Luz, Santiago de los Caballeros, jueves 16 de mayo, 2024, 7:00 p.m.

[2] Virgilio Díaz Grullón: nació en nuestra Ciudad Corazón el 1 de mayo de 1924, falleció en julio de 2001.

[3] Peña, E. (2005). La Poesía Contemporánea de Santiago. Antología 1977-2005. Santo Domingo: Ediciones Ferilibro, número 74.

[4] Paniagua, L. C. (2024). El manotazo de la muerte. Santo Domingo: Tiempos de Nosotros Editores. *A partir de ahora, solo pondré la página y su numeración, para no repetir ni el autor ni la obra.

[5] Nieves, L. L. (13 de mayo de 2024). https://ciudadseva.com/.

Obtenido de https://ciudadseva.com/texto/pasaras-por-mi-vida-sin-saber-que-pasaste/

[6] Ídem, significa: «misma obra y misma página», cuando el caso contrario solo podré la página y su respectivo número.

[7] Garza, C. R. (15 de enero de 2014). https://materialdelectura.unam.mx/.

Obtenido de https://materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/cristina-rivera-garza-5.pdf

[8] Sin número de página.