Título original: Aku Wa Sonzai Shinai. Año: 2023. Género: Drama. País: Japón. Dirección: Ryûsuke Hamaguchi. Guion: Ryûsuke Hamaguchi. Elenco: Hitoshi Omika, Ryo Nishikawa, Ryuji Kosaka, Hazuki Kikuchi. Duración: 1 hora 46 minutos
El cineasta nipón Ryûsuke Hamaguchi empuja una larga tradición de los grandes maestros del cine japonés quienes convertían cada historia, por minúscula que sea, en una apología a la propia existencia hurgada a través de distintos estilos narrativos.
Esta vez el cineasta escarba en una historia confrontada en términos de narración y estilo a su anterior propuesta, la reconocida mundialmente “Drive My Car’” (2022). Hamaguchi con “El mal no existe” declara una obra que se desliza por un tono atmosférico que camina en sentido contrario a lo que se narra, pues las contradicciones mismas entre forma y fondo parecen no unirse en un mismo sentido.
En esta obra, profundamente enigmática, el director cuenta la historia de Takumi (Hitoshi Omika) y su hija, Hana (Ryo Nishikawa), quienes viven en un pueblo cercano a Tokyo. Su vida se ve profundamente afectada cuando descubren que cerca de su casa se va a construir un espacio para las vacaciones de los habitantes de la ciudad, lo que ellos llaman glamping (una fusión de las palabras glamur y camping). Cuando los representantes de la empresa constructora llegan al pueblo para celebrar una reunión, sale a relucir el impacto negativo que dicho proyecto provocará en el suministro de agua local.
Este propósito capitalista es la manera en que Hamaguchi quizás trata de explicar la relación compleja existente entre el ser humano y la naturaleza. Pero también esa relación entre el emisario de la empresa y Takumi cuando el primero desea experimentar esa misma vida que este hombre de campo posee., puesto que él se siente tan atrapado en los entuertos de su trabajo, que el propio director lo perfila de una manera que, a pesar de representar ese capitalismo inhumano, lo muestra con cierto grado de afabilidad.
Por eso la reiteración del director por marcar el establecimiento de la cámara con planos de una belleza seductora que determina la posición y la manera en que el espectador interpretará la historia sin las pistas necesarias para prever lo que va a suceder.
Ese plano nadir de casi cuatro minutos que acompañan a los créditos iniciales donde se puede apreciar el cielo junto a las copas de unos árboles, indica la estrategia visual que el director establece para crear una narración experimental que pocos tomarán su tiempo para apreciarla en toda su dimensión.
Es precisamente esta belleza natural que el director muestra con esos planos de cámara fija, intentando colocar al espectador como un testigo de esa misma contemplación que se revaloriza a través de la partitura orquestal de Eiko Ishibashi.
Un final abrupto es la repuesta que el director ofrece a la audiencia, sin tener reparos del poco entendimiento que tendrán los espectadores de la obra generando mas preguntas que respuestas sobre ese “mal que no existe”, de esa interpretación personal. Al final de todo, una cuestión de intertextualidad.