“El humano esplendor” es el poema más difícil de sondear, se transita tratando de identificar a los sujetos protagonistas y el espacio donde actúan. Sobre los sujetos que pueden estar actuando, tres palabras nos conducen a ellos: flagelación, perros y yo: “Y yo, antiguo bailarín / de las tarimas sórdidas, / en la flagelación / de los perros dementes, oigo el eco inhumano / de la histérica luna” (pág. 27). Vista la flagelación como una forma de golpear al cuerpo humano utilizando látigos, correas, cuerdas, etc., se identifica que es una persona quien recibe los golpes.

Ahora bien, ¿quién propina los golpes? En el lenguaje popular dominicano, principalmente durante los gobiernos del doctor Joaquín Balaguer en la República Dominicana (1966-1978), donde los jóvenes sufrían el azote policial y el encarcelamiento, porque diferían ideológicamente del régimen, a los policías se les identificaban como “perros policías”. Puede ser que el autor se refiera ellos cuando dice “Perros dementes”. Pero no está claro, sobre quién o quienes recae la “flagelación”, ya que “en la flagelación / de los perros dementes” (pág. 27), la preposición (de) podría estar siendo utilizada incorrectamente en sustitución de la preposición (por) para que la flagelación no caiga sobre los “perros dementes” o perros policías. Lo de demencial sería por la forma en que aplicaban la tortura. Si “perros dementes” no alude a la policía, todo lo antes dicho sería incorrecto. Pero… No existen indicios para otras referencias polisémicas que nos lleve a una interpretación más ajustada a la realidad del yo poético.

Ilustración de Virgilio López Azuán.

Quizá encontramos algo. Al seguir la lectura del poema, rescatamos los siguientes versos: “Tañidos de granujas / de rufianes / de perros / soplando en el vaciadero / donde medran sus huesos, / el mísero cubículo / sus pulmones hinchados / con demasiado orgullo” (pág. 31). Aquí descubrimos una indefinición en cuanto al quién es el sujeto: los “perros policías”, u otras personas, (que pueden ser posibles prisioneros). Si dice “granujas”, “rufianes”, y “perros”, con solo decir perros, el autor lo asociaría con los “perros policías”. Pero si se lee el contexto donde se ubican los versos, puede ser de igual manera las otras personas que serían posibles prisioneros. Esto tiende a generar "un tranque" comunicativo que impide la exposición multívoca de la fecunda imaginación que muestra el autor al construir su obra.

Veamos otra cosa, si tomamos la palabra “yo”, hallamos que el autor y poeta parece que se encuentran fuera de la zona donde se realiza la flagelación. Son espectadores, porque el último verso del poema referido dice: “todo es contemplación” (pág. 35). Están contemplando.

Entonces, para que tenga sentido el verso de quienes son los “perros dementes”, y que se aluda a los “perros policías”, hay que decir que los flagelados eran otras personas, posibles prisioneros del recinto que es una, de un grupo de ciudades representadas en el poemario. El otro era un sujeto en situación contemplativa, que era capaz de escuchar “el eco inhumano / de la histérica luna” (pág. 27).

Las ciudades en cuestión

 Tendremos que volver un poco atrás, a los primeros versos del poema “El humano esplendor”. Es necesario volver para realizar inferencias, ya que no se puede hacer de forma lineal, verso a verso. Esto es así porque ese poema pone en desbandada al lector, no necesariamente como un hecho que le resta a la propuesta, sino como un reto para quien lo analiza o lo interpreta.

Encontramos ciudades con sus calles y con su gente: “Y en la luz rechinante de la José Martí, / una muchacha aguarda / la cocaína ansiada” (pág. 31). La José Martí es una calle de la capital dominicana, lo mismo que la calle Paris: “Y todo se derramó como vidrio / en la calle Paris” (pág. 32). Por las noches, esa “ciudad sacude / sus harapos infinitos / con blasfemo esplendor” (pág. 34). También, la calle El Conde, donde “el balón de la luna / rebota en alto” (pág. 40).

Antes de entrar a otra ciudad del poeta, este la anuncia y establece orden y diferencias. La primera es placentera, la otra es la intratable, es la concubina y están una junto a la otra, cerca: “La ciudad placentera / y la ciudad intratable /. Esta, / la concubina. / Una junto a la otra. / Lo efímero y lo eterno / en humano esplendor” (pág. 36).

El poeta se situó en sus ciudades y pasa de una a la otra para decir acerca de sus figuraciones, sin abandonarlas. Esas ciudades bien podrían ser regiones míticas de su imaginación: ciudad real, delirante, ficcional, de la muerte y demencial, como aparece en este verso: “en el ruinoso hospital / de la demencia” (pág. 41).  Aquí la palabra hospital no es más que otra ciudad. Nadie sabe. Ni siquiera lo sabe el autor que crea al poeta, ni el poeta que crea la ciudad, ni el lector que mira la ciudad desde el lenguaje de las palabras.

Todo tiende a la conclusión de que esa ciudad o ciudades que describe el poeta pueden ser demenciales, incluso la real. Y en ellas, se encuentra el “humano esplendor”. Veamos este verso: “El que odia / el resplandor / de su locura” (pág. 67). Hay un resplandor, es esplendente la locura.

Lo cierto es que el poeta, que es sujeto en la poesía, en la segunda parte del poema, aparece en el “hospital de la demencia” como residente. Puede ser esa ciudad que habita en el consciente, la que está enferma, de vidas miserables y “famélico muelle”, muelle que antes pudo ser un escape para la esperanza. Esa ciudad caótica donde aparecen los barrios que alude Eugenio Trías (1942-2013) y que es pensada como una muestra de la “Razón Fronteriza”. Porque para Trías el individuo humano es esencialmente un ser fronterizo, ser del límite que puede aludir a “unos muros que cierran un espacio, pero también a unas puertas –o ventanas que se abren hacia afuera” (Rojo, 2001). Se puede explicar ese carácter de fronterizo hasta en el campo creativo. El creador discurre abriendo y cerrando ventanas a sus mundos poéticos.

Desde allí puede ver “la ciudad intramuros / en sus ruinas carnívoras” (pág. 40), que puede ser la ciudad pensada, la arquetípica; aquella estructurada con los dominios plenos de la razón clásica, donde “el tañer incesante / de una campana (se escucha) / en el lejano pasado” (pág. 38). O puede referirse a esa ciudad del mundo real que ha sido subyugada, que anda inconsciente ante un drama social presente, donde el mundo mítico y mágico de “músicos errantes” y “vagabundos”, han tomado la mente de los habitantes.  Lo penoso es que esa ciudad de “desquiciados infantes / vanidosos mendigos” (pág. 40), no es mirada por el poeta, ni el autor: “Alguien mira por mí” (pág. 39). Porque en esa ciudad “El tiempo cobra forma / más allá de nosotros” (pág. 39).

Al final, un juego de palabras y una frase hecha: “Perros sobre sus cráneos, / y el perro de la ira, / perro que come perro / (L) la cabeza cortada / de un fantasma se pudre / bajo el paraguas agujereado / del cielo” (pág. 42). Aquí al poeta le han cortado la cabeza cuando ya era un fantasma que se pudría. Eso supone una pausa temporal para que el autor les dé forma a sus mundos y pueda construir a otro poeta que tenga voz. El poeta entonces entra en un profundo silencio. Quizá allí se encuentre una explicación que después de 30 años sin que Salvador Santana publicara un libro, ahora nos brinda El humano esplendor. Eso no quiere decir que no haya seguido escribiendo, sino que hizo una pausa entre su ciudad poética interior y la ciudad exterior que se evolucionaba en un mundo prosaico. (CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO).

 

Domingo 5 de noviembre de 2023

 

Virgilio López Azuán en Acento.com.do