Mucho se ha hablado y escrito sobre las familias Henríquez y Ureña por su arraigado nacionalismo, su excelso magisterio y la producción literaria. Desde la llegada al país a principios y mediados del siglo XVIII, no han dejado de imponer su impronta con amor y esmero, creando los descendientes como los casos de Pedro y Max, textos memorables que contribuyen al enriquecimiento de las Letras Hispánicas.
Los Henríquez emigraron del Líbano al país de Haití y la isla de Curazao y de allí, se instalaron en territorio dominicano en plena ebullición de la Independencia y la Guerra de Restauración.
La familia Henríquez escogió nuestro país como destino definitivo y de inmediato iniciaron un proceso de identificación con los grupos de ideas políticas más avanzadas y de esa manera encontraron explicación a sus tendencias estéticas.
De ahí que, Enrique Henríquez Alfau, Federico Henríquez y Carvajal, Julio Gustavo Henríquez Vásquez, Daniel Henríquez y Carvajal, Federico y Rafael Américo Henríquez y Carvajal, Pedro, y Adolfo Maximiliano Henríquez Ureña (Max), Alberto Francisco Henríquez Vásquez (Chito) y Noel Modesto Henríquez Díaz, Noel Henríquez Sánchez, Eladio Henríquez, Ulises Antonio Henríquez, Federico Henríquez Grateraux, Andrés Henríquez y Yadira Henríquez, entre otros, son referentes importantes por sus grandes aportes en la política, la literatura y la cultura en general.
En el caso particular de Francisco Henríquez y Carvajal, fue presidente de la República de jure, pero su gobierno fue interrumpido por la Intervención Norteamericana (1916-1924).
En tanto, a esta prestigiosa familia se une el apellido de Salomé Ureña, madre de Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña. Salomé, cultivó una poesía de gran entonación. Fue maestra de una vocación magistral.
Por otro lado, si se habla más de Pedro Henríquez Ureña es porque alcanzó la cumbre de la literatura hispanoamericana. Su peculiar estilo académico, y su ámbito filológico ha impulsado a escritores e investigadores de todas partes del mundo a estudiar sus textos con detenimiento. Dominó todos los campos del saber y su genio lo llevó a formular una de las tesis más concretas sobre la integración de América Latina.
Pedro Henríquez Ureña modeló una prosa de una belleza estética de gran jerarquía, simbólica y robusta en contenido. Contribuyó a forjar una metodología filológica que sirvió más tarde al estudio de los mejicanos y argentinos.
En la memoria colectiva de los dominicanos los apellidos Henríquez y Ureña son símbolos que no se desvanecen, que alcanzan una miríada de preceptos estéticos que sirvieron de métodos en los diversos estadios de la escritura y la crítica literaria, en la que Pedro Henríquez Ureña desarrolla un sentimiento artístico que se convierte en vasos comunicantes en la producción de ideas y lo distintos sistemas del lenguaje.
Sobre esa base, Pedro y Max Henríquez Ureña, contribuyeron notablemente en la tradición literaria nacional. A partir de estos aconteceres, resulta admirable la factura y la atmósfera de sus textos que al transcurrir más de un siglo siguen teniendo vigencia y una elevada dimensión estética.
Pedro Henríquez Ureña fue una de las mentes más brillantes de las letras hispánicas por su sólido y especial talento que ningún escritor dominicano ha podido superar debido a que su pasión estuvo motivada en la perfección del idioma español y por ello la vida se la pasó trabajando apasionadamente hasta tener conciencia crítica de todo cuanto escribió con una elegancia magnética y con objetividad experimental en sus estudios filológicos.
La facundia de Henríquez Ureña fue tan singular que en México consiguió el respeto y la admiración de los académicos, escritores e intelectuales que tenían el nivel más alto del conocimiento. Allí, fue maestro de maestros y considerado en el Ateneo de la Juventud como la figura más importante por su celebridad y las obras de gran enjundia que escribió en la nación azteca.
Al morir en Argentina en el año 1946, J. L. Tapia, escribió: “Con Henríquez Ureña desaparece un gran crítico y un gran corazón. (…) Importante papel desempeñó el ilustre maestro dominicano en el desenvolvimiento literario y cultural de México a principios del siglo. (…) Ha muerto en Buenos Aires Pedro Henríquez Ureña, uno de los grandes valores de la América Latina, quien vivió en México tal vez lo mejor de su vida. Fue muy querido en todos los centros culturales y artísticos de esta capital, en tiempos pasados; en su ausencia se le recordó siempre con cariño; y con razón hay ahora muchas personas que lo lloran, porque se pierden el sabio, el humanista, el escritor, el literato, el crítico, el maestro y… un gran corazón”.
En cambio, Hugo D. Barbagelata expresa que “No pueden recorrerse los anales literarios de Santo Domingo, sin ver saltar a menudo de sus páginas los nombres de Carvajal, Ureña y Henríquez, unidos sólidamente en el hogar formado por un Henríquez Carvajal al contraer enlace con la singular poetisa de leyendas criollas Salomé Ureña (1850-1897). Sus dos vástagos, Pedro y Max, siguen enriqueciendo la bibliografía nacional con sus personales y eruditas producciones en prosa y en verso.
Por lo general en las obras de Pedro y Max priman los acontecimientos en sus respectivas producciones literarias al transmitir una rigurosa estructura de elevada sublimación. Su intención artística obedece a una arquitectura del lenguaje y un proceso de admirables recursos debido al goce estético que el lector asimila en los mismos.
Enrique Anderson Imbert, al referirse al “Henríquez Ureña” del historiador y abogado Manuel de Jesús Goico Castro, refiere que el consagrado maestro vivió más en México y en Argentina que en la República Dominicana y que levantó el nivel intelectual de la generación mexicana del Ateneo y de la generación argentina de la Reforma Universitaria.
Sostiene también que “Santo Domingo, por prestar su Don Pedro a México y a la Argentina, se quedó sin él. No pudo aprovechar su carácter, su talento, su sabiduría tanto como nosotros, los que nos educamos a su lado. Pero Santo Domingo lo ha recobrado, y hoy Don Pedro es una de las columnas más firmes de la cultura dominicana”.
Como bien señala el consagrado erudito Antonio Fernández Spencer al prologar la obra de Goico Castro, sobre Pedro Henríquez Ureña: “Paradójicamente, el capítulo sobre “la dominicanidad” es el que más ha de interesar a los lectores no dominicanos, porque todos conocen lo que significó Don Pedro para nuestra América pero no todos advierten que, a pesar de ser un “americano andante”, lo que llevaba en su alma había nacido con él en Santo Domingo. Formado en el seno de una familia culta, distinguida e importante, nunca se le aflojaron los lazos con la patria”.
Pocas veces en un país cualquiera se da el fenómeno de una familia donde la mayoría de sus miembros son pensadores, escritores, filósofos, políticos, poetas y músicos. Ese es el caso de las familias Henríquez y Ureña, hacedores de la palabra más elegante y de una referencia deontológica que permite conocer los grandes rasgos y criterios de sus personalidades.
Desde aquellos ya lejanos años las figuras de Pedro y Max Henríquez Ureña, tanto en México como en Argentina, eran conocidas y alcanzado la tesitura de legado de las Letras Hispánicas por su genio y talento y ser al mismo tiempo difusores y críticos literarios de las obras que los autores de estos respectivos países creaban y que ellos con su enjundia magnífica pusieron en contexto con evidente originalidad.
Mientras Pedro, era acogido y nombrado como el maestro del conocimiento polifacético en el Ateneo de la Juventud que albergaba a los escritores más consagrados de México, Max, en cambio, dirigía en Monterrey, un periódico por recomendación del padre de Alfonso Reyes, a la sazón, general de esa nación azteca.
Como se sabe, Alfonso Reyes fue el atildado maestro con quien Pedro estableció una sólida amistad que produjo varios tomos epistolarios. En las dos etapas que le tocó vivir a Pedro en México, fue considerado un maestro de lujo en cuanto al manejo de la métrica castellana y otros textos fundamentales.
Por su parte, la cercanía de Pedro con el líder socialista Vicente Lombardo Toledano al contraer matrimonio con una hija de este reconocido, respetado y sobresaliente conductor de masas, le abrió las puertas a Henríquez Ureña del mundo literario mexicano al entablar amistades con lo más granado de la cultura de esa nación azteca entre los que cabe destacar además de Alfonso Reyes, a José Vasconcelos, Daniel Cossío Villegas, Antonio Caso, Julio Torri, Jaime Torres Bodet, José María Sierra, Andrés Henestrosa, Luis Guzmán Martín, Manuel Gómez Morín, Enríquez Díez Canedo, Antonio Castro Leal y otros.
Pedro Henríquez Ureña escribía con claridad y desde una inagotable pasión por la cultura universal y genuina inquietud. A pesar de su muerte en 1952, en Argentina, sus textos siguen siendo consultados por investigadores y escritores de renombre. Sin lugar a dudas, es el escritor más importante que ha producido la historiografía dominicana.