El vocablo interior, si de la aventura geopolítica se trata, no es menos aventurado que los factores que lo convierten en una discutible voz gramatical.

La palabra “interior,” usada para referirse al espacio de un país que no es la capital, es una invención de carácter ilusorio por no decir falsa de toda falsedad.

Para que exista el “interior” tendría que ser contrastado con el término “exterior” que no es precisamente un área de ejercicio de la política y asiento de la alta burocracia estatal al que llaman la capital o el distrito nacional.

¿Qué es el interior? Se le ha normalizado como un sustantivo de uso común.

Sería, si fuera algo tangible y verídico, una sucesión de lugares, de pueblos, de actividades diversas, que alimentan y dan fuerza a la realidad de la existencia de la capital donde se toman las decisiones políticas cruciales, donde “se hacen los cheques”, donde se asienta el núcleo de la vida social, más dinámica de un país y que incluye su cultura, sus estructuras industriales, comerciales y de relaciones con otras naciones, entre otras.

El “interior” es una ficción que se presta claramente a discriminaciones de todo tipo

Pero es asimismo, el espacio donde se mueven los grupos de presión que pugnan por recibir los privilegios del gasto público en una proporción que no guarda relación con lo que manda la Constitución que dispone que los dominicanos, en este caso, gozan en todo el territorio nacional de los mismos derechos.

En la práctica no ocurre y nunca ha ocurrido así y hasta los legisladores cuando resultan favorecidos por el voto de los pendejos, se mudan a la adorada capital.

Las inversiones más costosas, más fulgurantes y llamativas, las premiaciones, los reconocimientos y más y más y más, se centran en ese espacio privilegiado y lo que sobra va “para el interior” si es que queda algo.

Esa es la praxis histórica- sin ánimos de señalamientos sobre la actualidad, sin ese examen puntual y focalizado.

Además, es en ese espacio que no es “el interior”- y que muy bien, a partir de las observaciones expuestas procesable como “el inferior”- donde se concentra la más alta densidad de población votante, factor que es tomado muy en cuenta por las políticas habituales con la mirada en el proceso electoral.

El “interior” es una ficción que se presta claramente a discriminaciones de todo tipo, a imprecisiones, al crecimiento desproporcionado de las capitales, a la atomización de esos espacios, a las injusticas más evidentes e irritantes. El inferior es el tipo que vive o viene de las provincias y desconoce las complejidades de la urbe, los intereses feroces, las expectativas y la especulación política, económica y social que en ella ocurren.