PEDERNALES, República Dominicana.- Cuando Modesta Hungría (Mema) llegó a este pueblo, a inicios de 1960, con la idea de montar un pequeño hotel, ya Elenita Benítez y Consuelo Carvajal poseían sendas posadas, una enfrente de la otra, en las esquinas de las calles Mella y Sánchez. Funcionaban en dos de las viviendas construidas por el ingeniero Wascar Tejeda, enviado del gobierno del tirano Rafael L. Trujillo a reconstruir el pueblo tras el ciclón Katy de 1955.

Pero esa mujer menuda, incansable, amante de las flores, apasionada con el danzón, alegre todo el tiempo, nacida en 1915 en Boca Chica, Santo Domingo, hija de la hindú Paulina Sahami y el dominicano Pedro Hungría, tenía su “as debajo de la manga”. En su negocio no aceptaría parejas de paso ni de amanecer ni de nada que le oliera a motel ni a parrandas. El suyo jamás sería el destino de los jóvenes inquietos del pueblo que buscaban afanosos dónde desembarcar sus mares de pasiones. Ni para huéspedes alborotados. Era la regla, primero que el dinero.

Mema sentía pasión por la jardinería

En 1966, comenzó a desarrollar su emprendimiento en una casa ubicada en la calle Gastón Fernando Deligne, al lado del supermercado de Vencedor Bello, al noreste del pueblo.

PUNTO ESTRATÉGICO

Doña Mema y su esposo Ignacio Peña Arriaga (Peña) eran emprendedores natos. Visionarios. Y empáticos. Procrearon a: Daniel Saúl, Eugenio Enrique (Alemán), Lourdes y Mirtha Teresa.

Él, grandulón desenfadado, había llegado a trabajar en la minera estadounidense Alcoa Exploration Company, donde alcanzó la categoría de supervisor general. Pero, como ella, también tenía olfato de negociante.

Había nacido en 1912 en Boca Canasta, Baní. Fue guardia, primero en el Ejército, luego en la Marina de Guerra (hoy Armada Dominicana). Terminó como sargento porque le habían trasladado a Montecristi y no aceptó. Prefirió venir a Pedernales.

Después de cuatro años, la pareja optó por trasladar el hotel a la entrada del pueblo, calle Libertad esquina Santo Domingo. Y le cambió el nombre a Pensión Familiar Fátima, un espacio para dormir, descansar y comer, con las atenciones personalizadas de doña Mema. Ahora estaban en un punto estratégico. Más a la vista del visitante.

Paulina Sahami, Pedro Hungría y Modesta (Mema)

Él construyó un local en el lado este del hotel, contiguo al Liceo Pedernales, e instaló un colmado barra, muy concurrido por estudiantes y otros parroquianos que usaban la terraza del sitio para tertulias y vitrina para vista de damiselas, mientras apuraban cervezas y tragos de ron.

“Siempre noté que ella pagaba todo lo que consumía en el colmado de abuelo, hasta que un día le pregunté, y me contestó: mi hijo, es que si el amor se mezcla con el negocio, el negocio quiebra. Ella llevaba en una libreta cada peso que consumía y le pagaba a abuelo como si fuese un cliente más”, ha relatado Willy Peña, hijo de Eugenio Enrique (Alemán).

Recuerda el seguimiento estricto a sus nietos. Dormir temprano era una exigencia.

Ignacio Peña, su esposo tercero desde la izquierda.

“Cuando llegábamos de vacaciones era una maravilla, pero sin pasarte de hora. Se daba cuenta, aunque entraras en puntillas. Te dejaba tranquilo y, al día siguiente, te decía, con su calma: entonces, usted llegó a las 3:23 de la madrugada, se quitó los zapatos para no hacer bulla, fue a la cocina, bebió agua y luego se durmió… Muy bien por usted, pero, si lo vuelve a hacer, se quedará afuera”.

Doña Mema sentía pasión por los animales. A su patio visitaban a diario en busca de alimentos: perros, gatos, palomas. Tenía gallinas, granjas de conejos. A las palomas les construyó palomares, las llamaba: “Piru, piru, piru… Piru, piru, piru”. Y les echaba maíz. Las aves se arremolinaban sobre ella y después se tiraban al suelo. Comían hasta el último grano. Era la rutina de cada mañana. Negociante, Mema; mas, no indiferente ante las necesidades de los otros. De los animales, de la gente.

“Nadie dejaba de comer un día porque no tuviera dinero”, ha comentado Willy Peña al resaltar las virtudes de su abuela.

Danielito, nieto, hijo de Daniel Saúl, creció con ella. Dice que le recuerda siempre.

“Mamá fue una luchadora; me llevaba a Anse –a- Pitres, Haití, a comprar sábanas, toallas, jabones para el hotel… También iba al mercado, al matadero, a todas partes. A veces, le acompañaba”.

El esposo trabajaba mucho, como ella, aunque exhibía un estilo diferente. Era campechano, tenía buen humor, gusto por los tragos y un perenne apego a las “nigüitas” (así le llamaba las mujeres). Se sobreponía a su edad y a las 250 libras de peso, y, los domingos, siempre tenía una excusa para irse de bonche al frío balneario El Mulito. El tema de las “nigüitas” siempre estaba en su vocabulario, aunque la naturaleza ya le hacía mala jugada, como le sucedió en el balneario La Piedra. Machista a rabiar –cuentan- trató de machacarse los testículos con un peñón, luego de un intento fallido de demostrar su virilidad a una joven. Siempre de humor, moriría el 23 de agosto de 1988, a los 76 años.

Juan Taveras Quiroz, un viejo huésped

EL JUEZ SEVERINO

El local que albergaba el hotel no pasaba de ser una casa normal, sin mayores pretensiones. Con los años, aumentó la demanda de hospedaje y los dueños le construyeron dos o tres habitaciones en el segundo piso. Nada de lujo. Nada de amenidades. Nada de bufet. Sin embargo, siempre estaba lleno. Mema y Peña, con su honestidad y su espíritu de servicio, eran la marca.

Ella cocinaba, y buena fama tenía. En su máquina Singer hacía el bolso de saco de “chanchán” que, cada mañana, se colgaba al hombro y arrancaba para el mercado municipal para abastecerse de productos frescos.

Siempre en vestido, iba a la plaza y, al regresar, cocinaba mientras cantaba; atendía su jardín, y a las flores cantaba porque entendía que se estimulaban. Empática, respetuosa y avispada, tres de sus características que atraían y ensimismaban a los clientes.

En su hotel se hospedaban “alcoredos”, políticos, abogados, periodistas, visitadores a médicos. Unos, como el técnico de Alcoa, Juan Taveras Quiroz, lo usaron durante un tiempo como residencia. Otros, como el encargado del laboratorio y de Relaciones Públicas de la misma compañía, Víctor García, para pernoctar cuando viajaban desde Cabo Rojo. Y el pintoresco juez Juan María Severino, porque trabajaba en el tribunal del municipio y luego, en la capital, se hizo famoso por su fijación con las sentencias de 30 años a todo el que le imaginara drogas.

Mema, con su nieta Mitha, hija de Alemán

“Ella era una mujer muy inteligente, muy afable y, sobre todo, con una conducta intachable. No permitía que en su establecimiento se practicaran cosas reñidas con la moral y las buenas costumbres. El hotel fue un gran referente para todas las personas que llegaban a Pedernales; podría decirse que era una parada obligatoria”, ha comentado Taveras.

Víctor García testimonia: “El hotel de doña Mema era la nuestra casa fuera de casa. Trato afable, ella fungía con nosotros como una madre. Hotel limpio, de habitaciones muy bien arregladas. Cuando había fiesta, mi mujer y yo nos quedábamos a dormir… Un lugar acogedor incrustado de manera indeleble en mi memoria”.

El juez Severino, conocido por su tosquedad, provocaba a menudo a doña Mema, quien no ocultaba su balaguerismo a rabiar. Con su dramaturgia, él pretendía arrodillarla. Las discusiones eran recurrentes. Severino insistía. Hasta que ella reaccionó con sequedad pasmosa: ¡Mire, querido juez, usted podrá ser jefe allá, en su tribunal, pero aquí, en mi casa, mando yo, y se hace lo que yo diga! Severino se escurrió y, desde entonces, le trató a distancia.

Victor García, un gerente de Alcoa en aquella época

Leonardo Pérez, nativo: “Doña Mema, o doña Modesta Hungría de Peña, como le decía su hijo Alemán, era una mujer con el corazón limpio, como pocos, y enemiga de lo mal hecho; no aceptaba vagabundería en su negocio, por más dinero que le ofrecieran. Era una samaritana”.

La presidenta del clúster turístico, Katia Adames, propietaria del hostal Doña Chava, afirma que doña Mema “es nuestra historia”. También resalta aportes de la posada de Eva y el hotel Xiomara. “Creo que nosotros debemos celebrar una tertulia del recuerdo, en la Semana de la Cultura, para contar sus anécdotas”, enfatiza.

Hoy, aquí hay ofertas hoteleras renovadas, pero aún modestas. El gobierno ha garantizado el desarrollo turístico integral con proyectos de baja intensidad, mediante una alianza público-privada, y ya ha decretado el Fideicomiso Pro Pedernales (724 de 2020) para la edificación de 3 mil habitaciones, un aeropuerto internacional y las demás infraestructuras.

Willy Peña, nieto

Del viejo hotel o Pensión Familiar Fátima sólo queda la casa y la historia de Doña Mema como precursora de servicios hoteleros apegados a las buenas prácticas: limpieza, buena comida, atención personalizada, orden y paz, a precio asequible. Murió el 10 de enero de 1999, a los 84 años.