Los amorales no son enfermos; solo individuos que no usan su capacidad de pensamiento. Norbert Bilbeny
En el refranero popular dominicano se dice que el mentiroso, a fuerza de repetir sus falsedades, termina creyéndose. Eso parece ocurrir cuando alguien se atribuye para sí un saber que regatea a los otros, siendo precisamente en el saber del otro donde el propio se valida. El conocimiento es, por definición, dialógico; por ello es imposible e insensato creerse en la posesión de un saber privado y solipsista.
He referido en otros artículos la práctica autofágica de intelectuales y escritores dominicanos (tendencia a la descalificación de lo propio). Sin tener ningún estudio de campo, mis juicios quedaban en la teoría, a pesar de que hay muchos indicios de esta práctica. Además, otros se han referido al asunto y podemos encontrar ya en los escritores decimonónicos trazas en la crítica al pesimismo.
El estudio realizado por los psicólogos David Dunning y Justin Kruger, de la Universidad de Cornell, en la década de los 90, funcionaría para territorializar mis especulaciones. La referida investigación, realizada con estudiantes, reveló una relación inversa entre la formación y la autopercepción. Los alumnos con peor desempeño se percibían como parte de la elite, mientras que los más calificados se descubrían con fallas a superar.
El estudio, conocido como efecto Dunning-Kruger, también arrojó que el ignaro tiene mayor tendencia a subestimar y restar importancia al trabajo y capacidades del otro. Es aquí donde aparece un vértice de relación con la especulación sobre la autofagia de nuestros “conocedores”. Parece cierto que en el imaginario de los detractores opera una falacia: Si descalificas a los demás y desautorizas sus conocimientos, entonces eres mejor que ellos.
Otros factores que nutren a la ignorancia ilustrada son las falacias informales. Alusiones personales, violencia verbal, llamados a supuestas autoridades, validación por su referencia popular, y un largo etcétera de razonamientos lógicamente falsos conducen a un callejón sin salida donde la presunción ahoga todos los espacios de diálogo posible por la argumentación banal. También, es evidente la heurística de la disponibilidad: decir lo primero que llega a la memoria como “verdad sin fisuras”.
La búsqueda del necesario equilibrio entre los límites y los alcances de las habilidades cognitivas debe ser una de las divisas del investigador honesto. Seriamente, debemos avanzar hacia los ajustes en nuestras especialidades desafiadas a cada momento por el rápido movimiento de las investigaciones, las nuevas publicaciones, foros y debates a los que en muchos casos no tenemos acceso. Cegarse ante las propias limitaciones, nos hace correr el riesgo de un yo alucinatorio.
Lo más sorprendente de estos estudios es la tendencia no/consciente del afectado por este sesgo cognitivo. Podría decirse que no tiene una voluntad de dañar o descalificar, más bien está totalmente convencido de su omnisciente capacidad que no deja ningún saber fuera de su experto razonar, territorio donde los demás son liliputienses ante los cuales no se obliga a imperativo.
Queda como tarea pendiente para psicólogos sociales estudiar hasta qué punto está difundido tal comportamiento de afanosa descalificación del otro y la implantación de un saber perforado por las falacias informales haciendo agua en todos los escenarios. El sujeto de marras persiste en una autoimagen sin reforzadores sociales, rayando en una patología enmascarada en sus relatos.
La critica vacía de contenido no puede ser explicada a menos que la veamos desde la perspectiva del mal. Una forma enfermiza de buscar aprobación generalmente viene envuelta de culpa no resuelta, de carencia que se transformó en falta, de rabia particular que proyectivamente arrojamos contra todo lo que no es yo.
La ética, si seguimos a Kant, marca los límites de la razón, pero también la puesta en control de las pasiones que oscurecen el entendimiento. Siendo así, la ignorancia de la propia ignorancia desborda doblemente a la ética, lo que da pie al desprecio de la cognición del otro. El autoelogio compulsivo señala el lugar de las carencias.
Una mirada psicodinámica arroja otra lógica: el odiador no puede con la carga de su propio desprecio, al fallar ciertos mecanismos de defensa como la racionalización, recurre al veneno del odio que pone en evidencia traumas y frustraciones que solo él se afana en negar, hundiendo su cabeza en el cieno.
Conocer el síndrome de Dunning-Kruger nos aporta herramientas para mejorar nuestra verificación, a cada paso, de las propias limitaciones. Además, nos advierte de los francotiradores y sus traumas, invitándonos a la comprensión y tolerancia. Nunca debemos ofrecer nuestro psiquismo como zafacón ante los que no saben deshacerse de sus desperdicios. La compulsión a la repetición evidencia que los mecanismos de defensa fallan o, eso cree el emboscado por sus propios fantasmas.
Una larga historia de necedades hace al necio creerse invencible. Aunque allá, en la sombra, sabe que se miente.