SANTO DOMINGO, República Dominicana.- En 1973 la primera emisora del pueblo, Radio Pedernales, ya estaba formalmente en el aire. Había iniciado sus transmisiones de prueba en 1971 con la voz del locutor y diestro practicante del hospital Elio Fiallo, el pedernalense Ramón Pérez Carvajal (Ramón Tururún).

Ramón Tururún canalizaba venas con una rapidez y precisión que ningún médico exhibía y, con su voz aguardentosa, por el micrófono se atrevía a saludar en Anse -a- Pitre (Ansapito) a su papá, el agricultor Yeyén y su acompañante, el pintor de brocha gorda Teo, habitués de la comuna haitiana cuando hasta el olor a clerén en la boca implicaba cárcel.

Eran los tiempos del boom de la radio en la provincia. La gente idolatraba a los locutores y hasta se los imaginaba dentro de la caja de los radioreceptores. Hasta ese momento, las estaciones haitianas dominaban con su oferta cultural en creole. Captar las dominicanas que operaban en otras provincias y en la capital representaba una tarea para personas pacientes. Tras mil y un malabares para sintonizarlas, la recepción era apenas perceptible, por las interferencias y las intermitencias.

Sobre la televisión, nada. Nadie tenía un aparato de esos en Pedernales. No había remisores en la zona. Las transmisiones desde las televisoras de la capital se quedaban en el camino. El sistema cerrado por cable era tema de ficción.

Ariel Moreta, representante de la tienda Curacao (Curazao, Holanda), después de vender neveras Nedoca a todo el que podía en el pueblo, le dio por ofertar televisores.

Juan Taveras Quiroz, “Juan va creciendo” para los nativos (flaco de unos 6.3 de estatura), que había llegado muy joven desde Puerto Plata a Pedernales detrás de su padre, un empleado de la Alcoa, fungía como asesor técnico igualado de la empresa curazoleña. Y tenía ante sí un desafío: detectar la señal.

“Se me ocurrió usar unos tubos galvanizados de tres pulgadas de ancho y 16 de largo, más pesaos’ que el diablo, desechados por el nuevo acueducto que estaba en construcción. Con dos de esos tubos, levantábamos una antena. Tuvimos que usar un montón de gente para subirlas. El primer televisor era un Toshiba, y lo instalé donde Ariel, el segundo donde Quique, el tercero en tu casa, en la Juan López”.

A Quique le había surgido la idea de una pantalla para su casa durante un retiro -a invitación de Mon Cáceres y su esposa Mirtha- con el cura párroco René Tousignant.

“Y, cuando bajamos, fuimos a la residencia de la pareja en Cabo Rojo y ahí había una televisión que se veía un poco rara, y como a me gusta ver televisión, me dio con buscar una. Hablé con Ariel, que era el representante de la Curacao, y así tuve una que, por cierto, no salió tan buena y se veía más o menos un 25%”.

MUCHACHADA ASOMBRADA

El primer experimento había funcionado en la vivienda del representante de la tienda, Ariel Moreta, y su pareja Evelyn Khoury, en la esquina de las calles Sánchez y Duarte. Igual sucedería días después en la casa del primer cliente, Claudio Fernández (Quique), en la calle Libertad esquina Mella.

Fue todo un acontecimiento. La sala de los Quique perdería su privacidad. A diario, los muchachos se arremolinaban y, cuando ya no cabía ni un mandado, se peleaban por las ventanas que daban a la Libertad.

Eran los tiempos de las batallas duras entre los equipos eternos rivales de la pelota dominicana: Licey y Escogido. Se repartían toda la fanaticada. Despertaban pasión los hermanos Felipe, Mateo y Jesús Rojas Alou; Manuel Mota, Ricardo Carty, Danilo Rivas, Juan Marichal, Cesar Cedeño, Federico Velázquez…

Había días terribles para los ansiosos mozalbetes del centro del pueblo. Por la distancia y las malas condiciones del tiempo, la imagen resultaba brumosa y había que imaginarse las escenas del canal estatal, el 4. Pero era la única opción. Así que, el agolparse en las puertas y persianas de aquella casa se hizo rutina. Y él se lo gozaba.

LA LEYENDA DE VILLA AIDA

En lo alto de la Sierra Baoruco está Villa Aida. En ese tiempo un puesto militar instalado por el verdugo Danilo Trujillo para, como ha dicho Quique, defender sus intereses. “Él tenía allá un aserradero de madera y quería protegerlo”, puntualiza.

Allá no vivieron familias; sólo habitaban los militares y los presos que eran usados como empleados del pariente de Rafael Leonidas Trujillo Molina (1930-|1961).

Era el mejor negocio: él usaba los camiones de Hacienda Fundación para bajar la madera a Pedernales.

“Era la vida de la frontera. Danilo Trujillo era el rey, todo había que coordinarlo con él. El primer aserradero lo tenía en la parte alta de Los Arroyos, el segundo en Loma del Toro y el tercero en la parte baja de Villa Aida. En Los Arroyos se hacía una vida agrícola, pero en Villa Aida, no”, explica.

En el imaginario de los pedernalenses hay creencias sobre bacá y alcajé, brujos y brujas. Y no faltan quienes aten su existencia a estas prácticas. Pero también a leyendas como la del guardia que amaneció congelado, con todo y fusil, mientras hacía servicio en Villa Aida.

Quique, quien conoce la zona desde aquellos días tenebrosos, cree que todo fue producto de la imaginación de la gente.

Claudio Fernández (Quique).

“Ahí no se congeló ningún guardia, como se dice. Pero sí, el agua amanecía congelada en la mañana por el frío. Aquí nunca ha caído nieve Yo pasaba por ahí, por Villa Aida. Está en la Loma del Toro, de aquel lado de la sierra. Me acuerdo de algunos militares del puesto, como el sargento Castro, Cueto el mecánico, Pepe Díaz, Juan Maldonado… Todos al servicio de Danilo”, enfatiza un Quique que ya ha cumplido 85 años.

LA HUÍDA CON EDITA

Quique gustaba de los tragos, el baile y las mujeres. “Podía hacerlo –advierte-; yo era joven que disfrutaba su juventud, estaba soltero y trabajaba mucho porque esa fue mi vida: trabajar desde muchacho. No era un buen bailador, pero sí bailaba, como todos los jóvenes de la época”.

Relata su incursión en la política. “Sí, sí, incursioné en política después de la muerte de Trujillo. Fui fiel, me quedé con mi trujillismo interno y me fui con Balaguer, del 66 para acá”, recuerda entre risas.

Es padre de 9: José, Rocky, Claudio, Ingrid, Randhall, Máxim, Lidici, Claudia, Eli Rosy (f) y Raquel.

Claudia: "Antes no podíamos darnos un trago ni de agua, en la esquina de la casa, pero ahora, que ya somos mayorcitas…" Fotografía: colaboración de Luis Eduardo Acosta.

De su papá, Claudia opina: “Es un hombre de carácter fuerte, pero de corazón blando. A pesar de ser muy celoso y de carácter complicado, es proveedor y sumamente cariñoso, sobre todo con sus nietos… Papi es dulzura y dureza al mismo tiempo, y así nos crió. En él puedo encontrar refugio y soy la única que lo enfrenta y lo pone claro sobre algunas cosas. Nos ha marcado el profundo amor que todos saben en el pueblo que él siempre ha dispensado a mami".

"Antes no podíamos darnos un trago ni de agua, en la esquina de la casa, pero ahora, que ya somos mayorcitas, dice que no puede con nosotras y, para acompañarnos, hasta su traguitos se da, pero de sidra, o champagne, que le encanta. No come nada después de la 5 o 6 de la tarde. A esa hora, cine y a la cama, hasta el otro día. La lucidez que tiene me asombra. Hablamos de política, él con sus posiciones, yo con las mías, pero siempre coincidimos en que lo que está mal, está mal”, relata Claudia.

Casado con Edita Aguiló Sánchez, 83 años, nativa de Enriquillo, hija de Elasia Sánchez y José Aguiló Cuesta, un inmigrante de Palma de Mallorca, España, que fijó residencia en Barahona. Con ella, Quique procreó siete de los diez hijos.

Edita en sus años mozos y hoy.

Nadie, sin embargo, pensó que el hijo de Rosa Mancebo y Maximiliano Fernández llegaría con Edita tan lejos, como 62 años.

Ella era muy joven, 21 años, y aquel día, en Enriquillo, andaba con su padre en planes de viajar a la capital. En un momento, se separó para visitar una pariente. Cuando regresaba por la acera, un hombre que estaba adentro de un carro estacionado en la calzada le sorprendió por la espalda. Agarró sus brazos, la introdujo al vehículo y arrancó rápidamente en dirección este, rumbo al municipio Tamayo, provincia Barahona, distante a 81 kilómetros. Fueron a parar a la casa de su padre Maximiliano (ya pareja de Linda González).

El hermano de Edita, coronel del Ejército Eduard Aguiló, se movió rápido en busca del “secuestrador”. Iba con intención de hacer justicia. El padre y la madre de ella presumieron que el asunto no era tan grave. Algunos vecinos del municipio Enriquillo que habían visto la escena ya les habían hablado del novio. Un mes después, todos se convencieron de que el matrimonio era irreversible