La acción comunicativa

Tomamos por un momento el concepto: “acción comunicativa, introducido al mundo de la filosofía como crítica de la modernidad por Jurgen  Habermas,  para referirnos a la imposibilidad de que pueda darse un  acto de comunicación, en ausencia de ideas. Es decir, que en todo hecho de lengua que involucre a dos sujetos, debe haber una correspondencia entre el decir y el pensar. Claro que no todo ruido, onomatopeya, disonancia o repetición se puede considerar una acción comunicativa, antes bien un obstáculo y, por consiguiente, un “decir sin pensar”.

En los últimos días hemos asistido a unos eventos donde, paradójicamente, ha habido palabras pero no ideas. Eso que en ciertos ámbitos se llama palabra vacía. La acción comunicativa, como proceso en el que los sujetos están posibilitados de encontrar elementos comunes a discursos divergentes, está lejos del fárrago verbal. El debate es una acción   en la medida en que los participantes ostentan ideas sobre el objeto en discusión, para arribar a un territorio de significados donde salgan fortalecidos en sus posturas teóricas, y el “auditorio” alcance nuevas dimensiones del tema objeto de debate.

Sin embargo, en nuestro entorno, políticos, intelectuales y profesionales de toda laya, discuten sin que haya un fondo conceptual con el cual disentir o, dialécticamente, asentir en las aristas donde esté permitido.  De hecho, el concepto de disenso es un animal exótico, mientras que el consenso es absolutamente falso por minoritario. Los oscuros “acuerdos de aposento” han pasado a ser procaces componendas que a la luz del día pasan por “consenso” de unos pocos.

El eco, repeticiones recogidas de los medios, redes y chats; narrativas irreflexivas servidas a las masas, no pueden ser argumentos para un debate. El debate supone un rico disenso entre dos locutores sobre una misma perlocución, esto es, que la intención práctica supone confrontar ideas que permitan una nueva mirada a un tema problemático; lo cual solo es posible por el disenso. Es un contradictio intentar un debate “consensuado” a priori o, peor aún, debatir con un sordo arrogante.

El hombre de paja

De todas las falacias, la del hombre de paja es favorita en frívolos escenarios de discusión sin  ideas, donde el “oponente” acomoda mi discurso a su propio marco, el cual  puede ser tan  estrecho por desconocimiento como por aviesa estratagema; y pasa a refutar la caricatura que él mismo ha construido de mi decir por el pase encubierto a sus argumentaciones privadas que, generalmente, están servidas en función de lo que la memoria a corto plazo dispone.

Frecuentemente se recurre también a la descalificación por epítetos dirigidos a quien habla (ad hominem)  y no a lo dicho. Lo triste es que a veces estos “recursos” son recibidos por cierto auditorio como “triunfo” del que los exhibe, cuando en realidad enmascaran pobreza conceptual y poca humildad para aceptar desconocimiento de ciertos tópicos. El fin de la polémica no puede ser una escena pobre de lucha libre, no se adversa al interlocutor sino a sus ideas. La controversia que está en la raíz de la palabra debate, significa versión,  del latin versum: modo de ver.    

“El maestro ignorante”

Jaques Ranciér.

Buscando material para mi ponencia en México, me topé con este título, bajo la firma de Jaques Ranciér: El maestro ignorante.  En sus páginas aprendí el poder de la ignorancia y, por oposición lo poco que podría aportar un debate con alguien lleno de su propia gramática. Un sujeto tal, no solo está descalificado para confrontar sus ideas con otro, sino que además, nunca sabrá cuán obsoleto puede ser su “conocimiento”, pues en su labor de voyerismo no expone sus desnudeces. Hay quienes giran por morder su propia cola y se asumen los mejores contorsionistas.

Hablar sin territorializar

La correspondencia entre paradigmas de disciplinas diferentes, la mirada multidisciplinar y transdisciplinar, nos permite abordar desde diferentes territorios de saber a un mismo objeto.  Esto no significa que podamos hablar sin situar nuestro discurso. Si bien es cierto que no hay compartimentos estancos, y que hoy disciplinas aparentemente distantes como las matemáticas y la psicología, se reúnen para “conversar” sobre la cuestión de la inteligencia; otra situación  distinta es la pirotecnia sin fundamento que deja al objeto de discusión intacto.

Desde la lingüística podríamos hablar de la recursividad, asunto que parece de la cibernética, la electrónica o las matemáticas. Desde la psicología podríamos referirnos a los fractales. Desde una disciplina puedo edificar al auditorio sobre qué quiero decir y cómo lo sé. Pero los préstamos lingüísticos deben responder a una necesidad comunicativa y a responder además a la pregunta: ¿qué quiere usted decir con eso?

Ahora que postpandemia se han reactivado las tertulias y encuentros formales e informales, es pertinente el deslindar que cosa es dialogo, debate, polémica o porfía. Con ello podríamos saber dónde la línea fronteriza entre eso que Platón llamó ocio productivo y la monserga fastidiosa. Contrastar ideas es la vía para encontrar entre convergencias y divergencias un punto de luz que mejore la visión de un objeto y, por qué no, anime la amistad y el entendimiento.