Cuando los médicos estadounidenses le dieron la mala nueva sobre el cáncer de páncreas con metástasis en otros órganos y recomendaron sesiones de quimioterapia, el padre Raúl Pérez Ross se resistió y dejó todo “a la voluntad de Dios”. Ordenó a sus familiares en la ciudad Cordele, en Atlanta, Georgia, que cumplieran su viejo deseo de sepultarle en Pedernales. 24 días bastaron para que la patología terminara con su vida. 80 años tenía cumplidos.
De origen cubano, no barajaba pleitos. Fue un tipo decidido. Jamás se dejó consumir por la rutina entre las cuatro paredes de la iglesia Nuestra Señora de la Altagracia, en la calle Duarte esquina Libertad de Pedernales, luego designada con su nombre (Avenida Libertad Rvdo. Raúl Pérez Ross). Tampoco se dejó arrodillar por el terror incesante del poder.
Subía a las lomas, a cada rincón de la provincia y hasta cruzaba a Anse -au- Pitre para oficiar eucaristías y movilizar a la gente. Aterrizaba su prédica de sotana, a contrapelo de políticos y hasta de hermanos sacerdotes.
Pedernales atravesaba un momento crucial. La minera estadounidense Alcoa Exploration Company había renunciado al contrato de explotación de bauxita y caliza, y se había agravado el desempleo.
A partir de 1987, durante tres años, libraría dos grandes batallas: una, el acompañamiento a la juventud y reclutamiento de cientos jóvenes empobrecidos de Pedernales, Enriquillo y Oviedo para llevarles a casas de acogida, profesionalizarles e integrarles al mercado del trabajo.
Y la otra, denuncia sistemática sobre el contrabando de todos los productos básicos (pillai) a través de la frontera sudoeste, a la que luego se sumó el comandante del Ejército mayor Pedro de Jesús Candelier.
Ante el desabastecimiento, los adultos del pueblo debían cruzar al país del oeste de la isla para comprar azúcar y demás alimentos a precios exorbitantes.
El colectivo se empobrecía, mientras un grupo se enriquecía. El problema se agravaba con el trasiego de marihuana y su consumo por parte de jóvenes.
MISIÓN EN LA HOSTILIDAD
Gobernaba el presidente Joaquín Balaguer, jefe del Partido Reformista Social Cristiano. El peligro en las calles propio de sus 12 años anteriores de gestión violenta (1966-1978) rebrotaba por momentos en distintos escenarios.
En Pedernales, los funcionarios reformistas se habían dividido respecto de las sistemáticas denuncias. En contra, el senador Antonio Féliz y el alcalde Victoriano Samboy y encargado de la gobernación en 1988; a favor, la gobernadora Evelyn Cury (1991) y el comandante del Ejército mayor Pedro Candelier.
Al padre le atribuían connivencia con matrices políticas contrarias al Gobierno. Circulaban rumores sobre ataques, pero no callaba. Seguía oficiando misas con los monaguillos Secilio Espinal, ahora presbítero doctor y rector de la PUCMM; Huguín, Elías Barines Jiménez (Baro) Armando López (Chilo), Camilo Carmona Pérez, Ramón y Robert Saldaña, Woody y Kelly Pérez, Rudy, Javier y Muso Molina, Nixon, Mauricio, Sandro Encarnación, Rúbin de la Paz.
El respaldo de la Diócesis de Barahona, presidida por el obispo Fabio Mamerto Rivas Santos, fue total. La mayoría de los feligreses le acompañó. Algunos prefirieron la indiferencia, o la “neutralidad”; otros se alejaron al ver sus intereses en riesgo. Él sabía que accionaba sobre arenas movedizas.
A mediados de mayo de 1988, el Obispado emitió un comunicado en el que reiteraba el respaldo a las labores pastorales de la comunidad cristiana de Pedernales y los quehaceres evangelizadores de su párroco.
Según el documento, la subcultura del macuteo, la mentira y el dinero fácil se normalizaba en la frontera dominico-haitiana y las autoridades no estaban a la altura de las circunstancias.
Advertía las consecuencias funestas de esta conducta en la sociedad, especialmente en los jóvenes. Acotaba que la iglesia era vista como una presencia que debía ser callada, atacada, dividida y, junto a ella, cualquier persona o autoridad que se una a la búsqueda de una solución digna..
“Esta vez, sin embargo, se ha agregado un elemento que ciertamente es muy peligroso. El ayuntamiento de Pedernales resuelve declarar al padre Raúl Pérez Ross persona no grata, y se va a huelga (entiéndase, el ayuntamiento) hasta que el sacerdote sea removido de Pedernales. Acuerda, asimismo, no permitir la entrada del padre a la población”, puntualizaba.
UNA PLAGA ENDÉMICA
En 1981, el gobernador Ruberto Vólquez Medrano, designado por el presidente Antonio Guzmán (1978-1982) mediante el decreto 65-78, había denunciado el contrabando de azúcar y otros productos. Y le salió caro.
Una comisión de funcionarios presidida por el jefe de la Policía Virgilio Payano Rojas viajó a Pedernales a “indagar” el caso, pero con el desmentido debajo de la manga, confió a mediados de los 90 un representante del Ministerio Público en la delegación.
Presentó un informe de siete páginas en el que destacaba que, a mediados de septiembre de 1980, el Consejo Estatal del Azúcar exportó legalmente hacia Haití 4,536 toneladas métricas del producto a razón de US$0.3695 la libra. Y recomendó al Poder Ejecutivo sancionar a los funcionarios denunciantes de la supuesta desaparición de las 11,000 toneladas métricas de azúcar. Hubo mención del gobernador.
De inmediato, vía telegrama, Vólquez Medrano renunció le presentaron como un funcionario mendaz, interesado en desacreditar al Gobierno. Criticó que la comisión no investigó el tráfico ilegal del principal producto de exportación (azúcar) “denunciado por mí en varias ocasiones en los medios de comunicación de masas” (El Caribe el 25 de febrero de 1981).
Ese mismo año, el exgobernador moriría repentinamente.
UN VENDEDOR DE AUTOS
Raúl nació en Cuba el 31 de diciembre de 1941. Ingresó a la congregación Hermanos de las Escuelas Cristianas (Hermanos de la Salle).
Luego viajó a Santiago de los Caballeros, la segunda ciudad más grande de la República Dominicana, al norte de la capital. Y en 1961 se trasladó a la casa central de la congregación en Santo Domingo. Desde allí pasó a la escuela de la organización en el barrio Simón Bolívar. Adoptó cinco niños cuya madre enfermó y luego murió, y el padre sufría de alcoholismo.
Hizo de vendedor de autos y orientador familiar. Y, cuando uno de sus hijos adoptivos se hizo mayor de edad, ingresó al Seminario Mayo Santo Tomás de Aquino.
A Pedernales había llegado discretamente, en 1986, como lasallista. Poco tiempo después sería ordenado diácono de la parroquia. En 1987 sería ordenado sacerdote en la catedral de Barahona bajo el obispado de Fabio Mamerto Rivas Santos.
Desde ese momento, declaró la guerra al trasiego de productos subsidiados a través de la frontera con Haití (pillai). Fueron tres años de “fuego” cruzado, sin pausa.
En 1991, fue trasladado a Barahona donde renovó sus bríos contra la corrupción y otros vicios. Se llevó con él a Baro y, de Oviedo, Alín, un nieto de Bartolo Molina. Les hospedó en la casa de la catedral y les inscribió en el mejor colegio: Divina Pastora.
Pero le resultó insufrible la embestida de sectores de poder con el respaldo de la Diócesis y colegas influentes que, en las eucaristías, ironizaban su lucha y le atacaban ferozmente.
Antes que claudicar, sacó a los muchachos de la casa de la catedral y los llevó a la casa de una familia solidaria hasta que terminaran el bachillerato, armó su mochila y marchó a Estados Unidos, donde siguió su obra. Logró que decenas de indocumentados regularizaran su estatus y fueran colocados en espacios laborales.
HOMBRE DE LAS PELAS
Santo, para unos; demonio e intruso, para otros. No había matices para representarle.
Pero Elías Barines (Baro), 50 años, a quien él adoptó cuando cumplía 9 años y le asumió hasta la hora de la muerte, cree que él fue un hombre normal. Desde su restaurante El Sabor de Baro, en Filadelfia, el chef y psicólogo, compungido, le mira críticamente.
“Papá no era un santo, para que tú estés claro de eso. Era un hombre extraordinario, un gran ser humano, tenía un gran corazón, pero también con sus defectos, Un ser humano común y corriente, sin nada diferente a los demás. Se equivocaba, tenía momentos difíciles, pero que tenía un extraordinario corazón. Sufría el dolor ajeno, se preocupaba para que la gente tuviera calidad de vida, siempre tuvo voluntad de ayudar”.
Abunda: “Tenía sus momentos de ira, arranque, sus rabias, se equivocaba muchas veces. En muchísimas ocasiones se dejaba llevar. Como la gente es tan apasionada en todo, a veces iban y le contaban cosas, y él reaccionaba por eso”.
Barines no deja de lamentar su deceso. “Primero fue mi hermano mayor, Mingui, a quien ayudó a estudiar y conseguir trabajo en la capital. Y yo fui adoptado a los nueve años. Luego entré al seminario, pero salí por un cáncer en el estómago que tuve hace 23 años. Mi papá era muy estricto conmigo, yo no podía hacer lo que me daba la gana. Me dio muchísimas pelas. Las que no me dio papi Barines, mi papá biológico, me las dio papa Raúl. Pero era buscando en mí el mejor ser humano. Todo se lo debo a él”.
Con voz entrecortada, relata que “él ayudó a un primer grupo de 300 jóvenes y luego fue sacando más y más, y la gente ni se enteraba. Sólo Camilo, Armando, Javier, Ramoncito, Mingui y Antonio Perdomo lo sabíamos porque estábamos muy cerca de él”.
Armando López Paredes, 55 años, fue llevado en 1987 a la casa gestionada por Raúl en el residencial Proeza, en Los Tres Brazos, Santo Domingo Este. Estudió en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña.
Afirma que muchas familias empobrecidas del pueblo recibieron su espaldarazo, unas con el saldo de préstamo a prestamistas usureros; pagos de hipotecas en vías de perderse, pagos de solucione de salud, donación de viviendas, patrocinio de universidades.
“Raúl viajaba cada domingo a la capital a impartir conferencias pagadas, y el dinero recaudado lo destinaba para nosotros, los muchachos. Ningún cura ha sido como él”, refiere.
Woody Jiménez, 51 años, emprendedor, fue monaguillo. Entiende que el religioso tuvo sus defectos, como humano, pero prefiere destacar sus aportes.
“Mi hermano Kelly y yo nunca fuimos a la iglesia pendientes de ayuda; fuimos de los tantos jóvenes que sólo recibieron de él buenos consejos. Íbamos desde antes, inducidos por la fe cristiana de nuestra abuela Zora. Pero la obra de Raúl está ahí, fue muy comprometido, siempre dio muestras de mucho desprendimiento, mucha solidaridad. Hasta donde yo le conocí, nunca se doblegó, nunca se vendió”.
Fluido, Pérez rememora aquellos momentos: “Recuerdo cuando él llegó allá y cómo asumió esa lucha; sobre todo, en el 90 con el asunto del contrabando. Podía no hacer nada y quedarse tranquilo, sin problemas con nadie. Pero optó por la lucha. Todas las semanas subía a las colonias agrícolas a oficiar misas y reunirse con la gente; iba a Haití, Oviedo; a veces cubría a los curas de Enriquillo, Paraíso. Siempre trabajaba con los jóvenes. Desarrolló mucho la Pastoral Juvenil. Trabajó mucho con los guías Scout hembras y varones. Se preocupaba mucho porque la gente se integrara a la iglesia. Se reunía con muchas familias. Respetaba a la gente. Era muy abierto”.
Woddy reconoce que “sacó muchos jóvenes de allá a estudiar en universidades e institutos y les consiguió trabajo. Fue uno de los padres que más trabajó a favor de la juventud, por el bien del pueblo. Se metió en terreno político pero sin responder a partidos, sino por causas. Se buscó muchas enemistades y arriesgó mucho su vida. Recuerdo cuando llegó el doctor Marchena y comenzó a ofrecer servicio de telecable gratis a todas las autoridades y nunca lo aceptó. Trabajó muy de la mano con Candelier Tejada, comandante de la fortaleza, y con la gobernadora Evín Cury. Nunca se doblegó. Se me parecía un poco al padre King de Ocoa. Así empezó, así terminó. Fue excelente”.
Nélida Inocencia Pérez (Tatá), 95 años, fiel de la iglesia católica: “Él fue como pocos. Cumplía con su deber a rajatabla y tenía ganado a un pueblo. Se portó como realmente uno no lo esperaba. No voy a decir que era mi hijo, pero en mi casa era como un hijo. Él venía a casa y compartíamos todo. Por ahí tengo anotada en la página de un cuaderno con la fecha en que él se fue. En los últimos días pasó por aquí. Fue súper”.
Días antes de morir, el sacerdote viajó a Pedernales para ver a doña Tatá, luego que ella le enviara un vídeo en el que le reclamaba no esperar que ella muriera para visitarle.
CONFRONTACIÓN EN BARAHONA
Dejar el país fue doloroso, afirma Elías Barines. Pero la realidad obligaba. Ya en Barahona (1991), la presión de políticos y la mofa de sacerdotes en plenas misas, eran sostenidas.
El padre Castillo (Tof), dice, solía contrarrestar sus prédicas y en sus discursos arengaba a feligreses para que le hicieran caso omiso porque “estaba loco”.
El cura denunciaba al poderoso reformista Augusto Féliz Matos y su círculo. Entonces el apoyo de la Diócesis y del obispo Rivas Santos era nulo.
“Ahí vinieron los encontronazos con seguidores de Augusto, hombre con gran influencia en la zona. Ya no le gustaba mucho ni al obispo ni a su mano derecha, el padre Castillo. En muchas ocasiones el obispo no estuvo de acuerdo cosas que él hacía y eran justas, pero que no gustaban porque no todos los sacerdotes se meten a la defensa del pueblo, a enfrentar gente que de una u otra manera son padrinos por posición política, dinero. Él sufría mucho”, opina Barines.
LOS DÍAS FINALES
En la ciudad estadounidense donde Raúl vivió el último tramo de su vida, cada día mencionaba a Pedernales y reiteraba su deseo de que sus restos reposaran allá. Como cuenta Barines, en varias ocasiones regresó al pueblo y se hospedó en la vivienda de su adoptivo Camilo.
Ni imaginaba que una enfermedad grave ya minaba su organismo y que el 16 de octubre de 2021 le apagaría la vida.
Tras recibir honras en Filadelfia y en Nueva York, sus cenizas fueron trasladadas a Pedernales el 21 de enero de 2022 y sepultadas al otro día en una tumba sin lujos en el abandonado cementerio municipal, donde también yacen los restos del párroco canadiense René Tousignant, fallecido a mediados de los 70.
A última hora, el Consejo de la iglesia local, el párroco José Vólquez y el padre Milton Ramírez se habían opuesto a que fuesen sepultadas en la cripta hecha tras ser autorizada.
“El padre Milton Ramírez se opuso rabiosamente. Dijo que lo pusieran en un rincón, y le contesté que Raúl no podía estar en un rincón. Teníamos el hueco hecho al lado de la sacristía. Después que el obispo autorizó, salieron con otra cosa. Fuimos tres veces y el padre estuvo de acuerdo con el lugar. Luego,el padre decía que le iban a ensuciar su iglesia y Milton fue el primero en oponerse, luego de hacer la cripta. La ingratitud es así, Raúl sacó a ese muchacho, a Milton, a estudiar a Santiago y le consiguió un apartamento a su mamá. El Consejo de la iglesia dijo que si ponían a Raúl ahí, ellos no iban a orar”, reveló López Paredes.
Los oficios religiosos fueron impartidos por el reverendo Secilio Espinal, rector de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Espinal nació en Monción, provincia Santiago Rodríguez y, de pequeño, fue llevado por su familia a Boca Tanjó, Los Arroyos, lomas de Pedernales. Fue monaguillo de Raúl y ayudado para ingresar al sacerdocio.
Entre sollozos, Barines relata: “Papá murió tranquilo con una paz extraordinaria. Tengo la gracia, conjuntamente con Armando López (Chilo) y Camilo, en ser los últimos en verle vivo y los únicos en verle muerto. Estaban allí mi tío Gonzalo, su hermano, que, de hecho murió el año pasado, y Teresa, su única hermana, que le sobrevivían”.
Cuenta que “se cremó inmediatamente, por petición de su hermano, y nosotros, como hijos adoptados, estábamos ahí con él. Estaba Mireya y María, de la capital. Chucho estaba aquí y viajó desde a Pedernales. Yo no pude ir, pero tuve sus cenizas aquí en mi casa, en Filadelfia, y luego los llevé a NY para una misa que fue muy concurrida. No sabía que tanta gente le quería allí. Hice todas las gestiones, pero no podía salir porque tenía que estar presente en mi negocio porque que venía una supervisión de la ciudad”.
Armando, lloroso, lamenta: “Fue muy muy duro para Camilo y yo verle en un cuarto frío”.
Pedernales está hoy a las puertas del turismo masivo, el tráfico y consumo de drogas han crecido, el contrabando por la frontera sigue vive aunque sin el desenfreno de ayer. El gobierno construye una verja de seguridad.