Ahondando, además, que no siente nada cuando hace el amor con el marido ni lo sentirá con otro hombre porque es lesbiana.
-¡Dios mío, ¡cuánto me gusta esa mujer!”
Transcribo algunos fragmentos testimoniales:
Ahora mismo, tengo a mi marido encima de mí. Siempre que hacemos el amor él está encima de mí. Nunca ha variado esa posición. Es extremadamente aburrido, monótono, mecánico. ….. Él siempre ha procurado sólo su satisfacción. No le importa si y quedo satisfecha o no. (Delirium pág. 117).
“Así es que me arreglé la falda, busqué las bragas que habían caído lejos, con ellas limpié el semen que corría por mis muslos, las escondí entre los almohadones que adornaban el sofá y, con un cálido abrazo y la mejor de mis sonrisas, salí a recibir a mi marido que traía a los niños del colegio. A él lo presenté como a un desconocido que extravió la dirección de la persona que buscaba”. (El discreto instante de una aventura. Pág. 44).
Eres una mujer insatisfecha, y me pregunto para qué le pariste a Guillermo dos muchachos. No, no lo entiendo.
Por fin se dio el encuentro esperado. El hombre es único y maravilloso. Un amante sin igual. ¡Vivimos momentos mágicos, llenos de ternura y pasión! Guillermo es un hombre pálido delante de él. He resuelto continuar con este ser lleno de luz y de fuego. Dejarlo sería condenarme al aburrimiento y renunciar a la gloria. No lo haré. He decidido jugármela". (Noticias de Brenda. Pág. 158).
"Sabía que venía de acostarme con alguien más. De seguro se pasó las horas imaginándome en los brazos de un hombre alto, fuerte e inteligente, como cree me gustan. No dijo nada. Apenas preguntó: ¿Cómo te fue?, yo le respondí: “Bien, gracias”, y nos tendimos en la cama. Luego intentó tocarme, pero no se lo permití: no me parecía bien hacerlo con dos personas el mismo día. No le importó mi rechazo. Se abrazó a mí como una enredadera, y así amanecimos”. ("Mi amante". Pág. 182).
Juan, Rodolfo y Mar, mi trébol emotivo. Juan, Rodolfo y Mar, inmiscibles entre sí; insatisfechos, cargando cada cual, con las novedades y las torpezas de su tiempo, están en mí, juntos. Sus figuras, sus inflexiones existenciales, sus tragedias, sus demandas y respuestas están en mí, ligadas por el amor.
Los tres se disputan el plazo insuficiente de mis días. La distancia entre ellos es un espejismo que en mí se resuelve. ("Amo a tres hombres". Pág. 64)
De los hombres, solamente tres esposos de diecinueve violaron el sagrado séptimo mandamiento: “No cometerás adulterio”.
En los otros dieciséis cuentos, el acto inmoral por infidelidad en el matrimonio recae en la mujer, concluyendo que, de los veinticinco cuentos de adulterio, hay veintidós féminas infieles.
Veamos algunos fragmentos testimonia dores:
“El venirse incómodo les dejó las rodillas flojas. Una tembladera insoportable. En tanto que ella se fue a su cama livianita, a simular un dolor vaginal para evitar ser tocada de nuevo por alguien que solo estaba impuesto a babosearla.
Ella suponía que aquel muchacho joven, con toda su naiboa, la podía maltratar con dulces golpes”. (José Roberto Ramírez: Los hermosos ojos de la mirada verde. Pág. 99)
-¡Perra! -Dijo-. ¡En el catre de tu marío, perra!
Ezequiel -un garabato en vez de un hombre- se fue corriendo pegado a la pared, hasta que llegó a la puerta; de pronto la cruzó y salió a saltos.
Nicasio no se movió. Daba asco ese desgraciado, y a Nicasio le parecía un gusano comparado con Manuel. Inés empezó a llorar.
-¡No llore, sinvergüenza! -le gritó el viejo. ¡Si la veo llorar la mato!”. (Juan Bosch: La desgracia. Pág. 23).
“Al oír el disparo, la mujer se había separado bruscamente de los brazos del hombre y con los ojos agrandados de miedo dijo en voz baja y angustiada:
-¿Oíste eso…? Es Manuel con la escopeta… ¡Vete pronto de aquí! ¡Que no te vea, Dios santo!” (Virgilio Díaz Grullón: Cacería. Pág. 28)
“Abrió la puerta y se dirigió a la habitación matrimonial. Cuando entró, allí estaba María Elena con otro hombre haciendo el amor. Todo su cuerpo quedó paralizado, tan paralizado que María Elena y su otro amante no se dieron cuenta de su existencia.” (Miguel Solano: La verdad. Pág. 79)
“Cuando empujo la puerta en la superficie inmaculada: los muslos bronceados, la cadera, los pechos pujantes a través de la blusita sin mangas, mi rostro: la zanja violácea que emplaza en un ojo y me hunde un lado de la cara hasta llegar a un extremo de los labios, dejando fuera varios dientes. ¡Qué fresco en este aire acondicionado! Voy a sentarme sobre las piernas de Frank” (Miguel Alfonseca: Delicatessen. Pág. 39).
“La puerta se abrió y aparecieron…
Ella… En verdad os digo que estaba interesantísima, encantadora, exquisita. El adorable desorden de sus cabellos, precipitábanse en cascada por los hombros como una prodigiosa lluvia de fuego, y bajo sus reflejos la blancura de la garganta adquiría el tono esplendoroso de la nieve intocada. Pero no, la condesita no estaba pálida, sino encendida como una ardiente amapola, y eran sus ojos dos estrellas alegres, y tenía los labios húmedos, húmedos y brillantes cual, si hubieran devorado mucha miel, toda la miel de un riquísimo panal.
Él le tendió la mano, preguntándola:
-¿Cuándo podré volver?
-Mañana… Todos los días, a esta misma hora.” (Fabio Fiallo: La condesita del castañar. Pág. 16).
Para terminar, cito un pequeño trozo que justifica el tema tratado en la obra, veamos: “Las infidelidades amorosas son tan diversas como remotas: de igual modo, las causas que las generan son tan variadas como las reacciones que la provocan. Así, por ejemplo, el prosista inglés, Oscar Wilde, entendía que las “infidelidades son el equilibrio de los matrimonios.
Por el contrario, Juan Bosch, a través de uno de sus personajes, expresa que una mujer después de cometer un adulterio es tan indigna que ni siguiera merece tener familia”. (Prólogo. Pág. 9).