El compromiso se expresa en dos sentidos esenciales. En nuestro interior, cuando asumimos una causa convencidos de que no colide con los principios y de que no podemos fallar; y para con el otro, cuando empeñamos la palabra con sentido de obligación. Una tercera vía de expresión del compromiso, es la que se proyecta, a veces sin darnos cuenta, en los servicios comunitarios, profesionales, públicos o privados que ofrecemos. En esta definición de la oralidad y del convencimiento, no en la jurídica, está la esencia del compromiso orientado hacia la educación en valores. Que se fomente este concepto desde los primeros años, en la escuela, en los campos deportivos y agrupaciones sociales. Y que no falte la familia, sin perder de vista que se contraen compromisos en función de los recursos y capacidades disponibles, y que cumplirlos es un acto de honorabilidad y responsabilidad.
En este mundo de hoy, en el que, con el permiso de Campoamor, “nada es verdad ni es mentira”, sino lo que la manipulación quiera que sea, hagamos conciencia de lo que significa cumplir acuerdos, no jugar con las palabras. Sepamos, como Pineda, que: “un compromiso es un compromiso”, y que, cumpliéndolo dejamos ver nuestras virtudes, lo que esperamos de nuestro pequeño y gran mundo. El compromiso es un acto de libertad, simplemente, lo elegimos en función de objetivos colectivos, más que individuales. Su sello es lo social y cultural que define el pasado en el presente. Es transformador, la mejor forma de convertir los sueños en realidades. El compromiso es el molde en que se forja lo mejor de nuestra vida institucional, personal y familiar; la carta de presentación de días prometedores. También es compañía, pues no se avanza en soledad. Históricamente, sólo los grandes compromisos han cambiado las palabras por acciones a favor de una mejor humanidad. Entonces, no sigamos negándonos, por el futuro que labramos, honremos las palabras empeñadas. Por eso brindamos.