Entremos ahora al mundo de Johnny Webster, ese mundo que se forma a través del verso. Encontramos que su libro Pies Horadados (2000) está inspirado en la biografía de un cimarrón, de Esteban Montejo, la cual fuera editada por Miguel Banet. Webster expresa la impresión que le causó la lectura de este libro y la vida de Montejo, de esclavitud y soledad.
El poemario está dividido en cuatro partes con versos libres. Cada vez que el autor inicia un poema dice: “Querido Montejo”. Es como una carta a un pariente cercano que en este caso ese pariente y el autor son una misma persona.
A veces yo me pregunto ¿Tendremos en nuestros fueros internos un jirón de cada ser viviente de la tierra que se expresa según la situación dada? Esto es materia para psicólogos y filósofos, pero a veces yo pienso que Montejo anda conmigo y lo veo andar con usted, con ustedes.
En la primera parte del libro el cimarrón dice: “Bajo el verde roble / con su médula horadada y su llanto verde…” (pág. 12). Inicia el camino, inicia la ruta de la esperanza y la libertad ansiadas. El poeta le habla a Montejo y lo describe en el bosque, le dice que huya, que sus huellas serán recogidas: “algún punto equinoccial recogerá tus pasos” (pág. 12). En esta primera parte el poeta le dice al cimarrón en que terreno se mueve, y lo motiva a seguir adelante: “Ay no te detengas”, “No permitas que el cansancio invada tus pies” (pág. 15). Le expresa de forma terminante “jamás te detengas” (pág. 15). Hacia ese lugar donde se mueve hay recompensa “los narcisos llenarán tus pupilas de lluvia” y “Y el sapo errante / se posará / junto a la luna / y te harás / reír a carcajadas” (pág. 11).
En esta primera parte el personaje Montejo alcanza la cima, lo más alto, ya dejó el polvo de los caminos y se hace mito. Llega con una profunda tristeza, con una ancestral soledad.
En la segunda parte del poemario está el cuestionamiento, está la mea culpa generacional: “¿Dónde estaban / dónde estábamos, mientras tú corrías?” (pág. 27). El poeta se hace actor de la época, atraviesa el tiempo y se culpa por no haber hecho lo suficiente para construir la libertad. Seguimos: “qué sentiste cuando te marchaste solo” (pág. 28). Quizás este sea un verso clave del poemario, de ahí parte todo. ¿Cómo se podrá definir ese sentimiento? No hay forma de hacerlo, ni siquiera la magia de la poesía es capaz de codificarlo, de darnos una idea aunque sea estética de ese sentimiento, de esos abismos que se abren, de ese mundo que es más grande mientras más avanzan las pisadas. Por eso el poeta le dice huye, porque si huye podría el mundo ser ancho y la libertad ser posible aunque ande de manos con la soledad y el olvido.
Los versos de esta parte y el resto del poemario son testimonio de la identidad enfrentada en una lucha feroz contra el olvido y estos versos lo confirma: “Que a través / de la palabra / también se plasma / la inmortalidad / de las cosas” (pág. 79).
El poeta lo logra con la palabra, con el verso, ¿a quién se le ocurriría que esta noche íbamos a evocar la vida de Esteban Montejo? La poesía de Johnny Webster se rescata y se convierte en un ícono para seguirle haciendo clip, para seguir descubriéndolo.
Esteban Montejo y Lemba, por lo menos ya tienen historia. Ya los poetas del tercer milenio los recuerdan. Se podrían considerar como símbolos de esas etapas históricas de las islas. Pero las historias de muchos más se quedarán en el olvido sólo para que los astros hagan lecturas de sus huellas. Porque esas huellas no se borran nunca y siempre están caminando.
En la segunda parte del poemario prima el paisaje y se hace más profunda la soledad: “Y tú / eternamente / solo / como / un / molusco / inmóvil / aferrándote / más a la vida” (pág. 38). Montejo es un hombre solo que intenta inventar la alegría, ese espacio vital donde la vida se llena de rosas y el cielo es la magia que se viste de esperanza. Dice Webster: “Pensaste inventar la alegría / armando las cosas pequeñas / que tiene la vida”. Él hará respirar, ver, oler, sentir e inventarse: “Y como el árbol / que sostiene / su nido / fuiste / elaborando / la felicidad” (pág. 34).
En la tercera parte, el ritmo interior de la poesía hace galas, las evocaciones ancestrales y el toque del tambor se sienten, son percusiones de identidad: “Carambelí, carambalá / nadie lo ha visto / nadie lo verá” (pág. 41). Eso de carambelí podría ser una palabra creada por el autor, si proviene de “carambola”, que tiene como acepción casualidad. Me pregunto ¿Podría estarse frente a una idea existencial? Todo el poema es una especie de acertijo. Es un animal imaginario, con cuerpo de serpiente, boca de hipopótamo, que no se puede ver porque el que lo ve se puede morir.
Esas creaciones de animales fantásticos o que han hecho mitos forman parte de una cosmogonía propia de creencias y tradiciones ancestrales que están presentes en casi todas las culturas, como es el caso del dragón en la cultura oriental, o los jinetes sin cabeza que andan a caballo, en noches oscuras y nadie debe verlo, presentes en la cultura europea y americana.
El ritmo interior en los versos de Pies horadados se hace más alto en este ejemplo “Mi canto / es tambor / y / flores / ritmo tambor / y / flores / ritmo tambor / tambor y flores” (pág. 55).
El ritmo de atabal, bajo la noche estrellada no pudo quedarse atrás y un poema lo convierte en canción. En esta tercera parte los poemas son canciones con unos versos sencillos, con una fulminante carga de amor.
Temas como los que aparecen en este poemario que parecían agotados por Guillén, Palés Matos y otros cultores, Johnny Webster los trajo como un compromiso de que con él no se le declare el fin de la historia, sino que la historia misma se hace nueva y presente. Con libros como Pies Horadados, se hace un elogio permanente a la memoria, a la vida y a la libertad.
Domingo 17 de diciembre de 2022
El autor es experto en Estudios Afroiberomericanos
(UNIVERSIDAD DE ALCALÁ- UCSD).