Los pueblos inmortalizan determinados estados emocionales, circunstancias personales, historias íntimas y momentos de vacíos existenciales y sentimientos de pena; el desamor, no solo es poesía de dolor, es también estado de angustias personales causados por un sentimiento roto o deseado y no realizado, un desapego o un amor imposible.
La trayectoria poética lo registra en versos como 20 poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda, por mencionar un momento de la vida de alguien. Lo cierto es que este poema al ser leído o escuchado refleja la experiencia vivida por muchos, por tanto, es recurrente en las personas haber vivido estos desagradables momentos en que, el amor domina sus sentimientos, emociones y se traducen en desesperanza y grito de dolor.
La poesía popular del desamor encuentra aliados indisolubles en las canciones sociales precarias o de marginalidad, el empecinamiento y fijación en alguien, la entrega sin reserva a un amor o retar lo imposible en una apuesta amorosa con riesgos de perder, convertido luego en pesar y amargura. Detrás del género del desamor si los especialistas me aceptan el atrevimiento, cuelga un tejido social tortuoso, precariedades de todo tipo y quejas que encuentra en el amor idealizado, y a la vez abandonado, una ley motif para potenciarse como poética del desamor.
Las lamentaciones, que van desde el quejido de la voz, el tono musical con timbre de desasosiego sonoro y de pesar, hasta la lírica marcada por la pena, el sentimiento de abandono y la proyección de un estado de obsesión que podría generar solidaridad de los demás o pesar, y muchos son también afectados por esos momentos no deseados de la vida y de los sentimientos, que convierten el desamor como canto, en un momento para compartir penas o buscar refugios, a veces en la bebida, la irreverencia de las letras o los lugares lúgubres de estos sectores segregados socialmente.
La canción de amargue, o de guardia, más luego conocida como Bachata, en nosotros es esa queja de la poética del desamor, lo es el bolero en algunas de sus composiciones, como la ranchera mexicana, el tango argentino, el canto Jondo andaluz en algunas de sus melodías, y el último de mi lista, el Fado portugués.
En un reciente viaje a Portugal, donde celebrábamos la Reunión anual del Consejo Intergubernamental de Ibermuseos, país maravilloso y aún cuidado de la fiebre modernistas y desalmada actual, visité el Museo del Fado, en Lisboa, motivo de este artículo. Bien concebido, este museo destaca la historia, los orígenes, la organología, la lamentación de su poética, su evolución social, sus compositores, intérpretes y músicos más destacados, como su proyección como patrimonio cultural de valor en todo Portugal, así como en el cine, el teatro, la radio, la industria discográfica, la prensa y el mundo del espectáculo.
Hoy valorado, protegido, conservado y reconocido como esencia de la música portuguesa, el canto y su lírica, el Fado continúa siendo referente de la identidad musical portuguesa, conserva su memoria con actividades y espacios lúdicos donde sus interpretaciones, esta vez de voces muy jóvenes, lo revitalizan, hacen del Fado una representación cultural portuguesa viva y cotidiana, aunque haya perdido cierto protagonismo de sus años de oro.
Desde el siglo XVIII, en los alrededores de los puertos, marcados por la pobreza y la marginalidad, la violencia de la vida social, muchos de sus iniciales inspiradores le abren el camino a esta música que era a su vez el reflejo de la materialidad de sus protagonistas, expresando en su lírica esa desventajosa condición social, el canto Fado pasa a ser su narrativa, su escenificación y relatoría de historias, situaciones y momentos de quienes lo convierten en testimonio de vida, en forma de libertad musical, vocal y lírica, traduciendo sentimientos y estados emocionales quebrados por el desamor y la desventura.
Impactado por la visita al Museo del Fado y otros importantes museos de la ciudad como el Museo Nacional de los Coches, el Museo Nacional de Arte Antiguo como el de los Azulejos, esta historia del Museo del Fado nos envolvió, la evolución de su canto y su validación social, sus formas de resistencia política, su alto contenido popular, su estatura en el canto y la música alcanzado en Portugal, me doblegaron ante tanta majestuosidad de puesta en valor de algo que es símbolo de la identidad portuguesa y sigue en pie como parte de sus exclusivas maneras de representarse como pueblo.
También fue para mi de interés su vínculo con la guitarra portuguesa, base sonora del género que se hace acompañar además de la guitarra española y del clarinete bajo, que es de la familia de los clarinetes, presentado el canto hoy en sus dos versiones: instrumental y cantada o vocal, siendo la voz y su potente manera de cantarse, junto con el solo de la guitarra portuguesa, la fuente de su compactado melódico.
Hoy se imparten clases para las nuevas generaciones, se crean espacios de representación, se integran jóvenes. Ayer voces, intérpretes y músicos, le hicieron ganar un sitial de respeto en Portugal, hoy las nuevas generaciones le siguen los pasos con la misma fuerza en sus composiciones, en lo vocal y en lo musical como antaño, y la traducción de muchas de sus melodías me hacen pensar que, el desamor es un canto universal.