Bulto: “Cosa que se dice sin ser del todo verdad, en particular la dirigida a darse prestigio a uno mismo”.

Carlos Castro.

El bulto es otra gran metáfora “limbótica” y absurda de esa “disfunción psico-social” que le llaman dominicanidad; amplia, indefinida, ambigua y variopinta como “esa vaina” o “esa cosa”. Su sentido filosófico tal vez podría descifrarse en el acertijo de Baninter: “Todas las posibilidades…”.

“Deja tu bulto”, podría ser una aseveración retozona y ambigua, una sugerencia de que dejes la exageración.  “Qué bulto es ese”, el interlocutor te podría estar advirtiendo que le rebaje algo al cuento porque él no se tragó la fábula.

“Dónde dejaste el bulto”, pudiera aludir a una bolsa que se extravió, a un olvido, pero también insinúa la ausencia o la sacadera de pie’ al amigo(a) hiperbolista. “Esa jeva si es bultera”, el comentario insinúa a la chica que es más espuma que chocolate. “No me gustan los bultos”, es una negación que no acepta o admite la conducta del aguajero o el allantoso.  “Qué bulto tiene esa jeva”, la locución juega al doble sentido del sexo que sobresale en la entrepierna. “A mí no me vengan con ese bulto.” ¡Coño…! Te están insinuando que tu narrativa no es creíble. “Y el pendejo ese cree que uno se comió ese bulto”. Es la fingida atención que le hace creer al otro que le creíste su narrativa.

Ese bulto que refiere el léxico dominicano, no es una bolsa cualquiera tiene un símil con la del gato Félix, es mágica, puede transfigurarse desde el paquete del allante hasta el que intenta seducirte utilizando una artillería de artimañas que deslindan la frontera del decir mucho y hacer poco o nada, o sea, el charlatán. El allantoso es una especie de hijo adoptivo del bultero; como una plaga, está diseminado en cualquier instancia de la sociedad dominicana: entre políticos, intelectuales, artistas, técnicos, abogados, profesores, periodistas. No hay un rincón de esta isla donde el bulto no funcione como estrategia de sobrevivencia, decir lo que sea para salir del paso inventando fábulas mentirosas. El diccionario de dominicanismos indica que allantar es: “Impresionar o deslumbrar a alguien, exagerar, engañar, persuadir con mentiras a través de palabras dulces…”

¿Cuáles rincones de la cultura dominicana se podrían remover para saber de dónde proviene un término tan breve que ha permeado la cultura cotidiana del país? Es casi un misterio de carácter semiótico, cómo un vocablo(bulto) de dos sílabas puede contener y decir más que un manual de antropología cultural dominicana.

El bulto criollo ha creado una gran atmósfera de personajes que van desde el bulterito que opina de todo en las redes y en los programas de TV; la bultera erótica o presentadora de programas burdos y baratos de TV; el profesorsito (que anda para arriba y para abajo con un saquito negro de ir a funerarias de pobres) que pretende más de lo que ha leído; el tíguere de barrio que se la sabe “toa” pero nunca sale de un lío; el funcionario o tecnócrata BAM (bulto, allante y movimiento).

Como otros personajes más de la victoriosa dominicanidad, el bultero dominicano es una delicia de la deformación ética de un país donde las normas sociales están tan relajadas e invertidas, “que aquí sí se goza, plátano maduro no vuelve a verde y las mujeres no son de nadie…”

Artículo inspirado en una reflexión de Quique, el español de la Logia de ciclistas.

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