PEDERNALES, República Dominicana.- La adolescente Rosa Francia Fernández Mancebo (Doña) había tenido una preñez muy difícil con altibajos en la presión arterial. Y se complicó de malas maneras el día del parto a manos de la comadrona del pueblo, Valencia, quien alertó seguido sobre la gravedad. Sólo el traslado urgente hacia la capital le salvaría la vida a esta mujer de 17 años, y por tierra ni soñarlo.

Su hermana mayor, Mireya Fernández Mancebo, hoy con 91 años, estaba en la escena y corrió hacia la casa del comandante de la 16 compañía del Ejército, el hoy héroe nacional Juan Tomás Díaz.

Él habitaba la primera de las cuatro viviendas de terracreto, vista desde el este, construidas junto con la fortaleza, en 1934, en la calle Libertad, entre la Genaro Pérez Rocha y la Santo Domingo, para albergar al mayor, al capitán, al primer teniente-médico.

Allí estaba con él el todopoderoso mayor Danilo Trujillo. El capitán Almánzar le había gestionado la cita para pedir ayuda. Era la única salida.

El padre de la recién nacida era el raso Ozuna, pero no tenía acceso directo al jefe,  hijo de Virgilio, el hermano mayor del tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina. En el mejor de los casos, debía pedir el auxilio por escrito a través de su superior inmediato, un cabo que, a su vez, subiría la correspondencia de rango en rango hasta llegar al mandamás, rey de los aserraderos y los desalojos.

Mireya Fernández Mancebo

El jefe de la comarca había llegado en la víspera desde la capital en una avioneta pilotada por Reynaldo Peña Díaz. Había aterrizado al norte del pueblo, en el Campo de Aviación, el aeródromo que él mismo había ordenado construir en 1943, seis años antes del siniestro.

Danilo accedió a la petición de Mireya y ordenó al piloto trasladar a la paciente.

Al recibir el mandato, el piloto miró al cielo y, con extremo rigor, le comunicó al ayudante del mayor sobre la situación del mal tiempo, y éste le miró a los ojos, sin pestañar, y le advirtió: “Es una orden”.

En minutos, el avión estaba en el aire, en dirección sur-norte, para cruzar la sierra Baoruco, rumbo a su destino. A bordo, además del piloto: la paciente, su marido y el enfermero militar.

El temporal de lluvia no amainaba. La visibilidad era mala. El piloto sabía que estaba ante una misión casi imposible. La nave bailoteaba y comenzaba a perder fuerza. Él planeaba sobre los tupidos pinares. No le quedaba otro camino que amortiguar el impacto. Y así fue. Pero con todo y peripecias, la nave perdió un ala y se detuvo al filo de un abismo.

Seis horas después, el mayor Trujillo recibía “una fonía” informándole que el avión no había hecho escala en Barahona como estaba previsto porque había caído en las lomas de Pedernales.

Ya la búsqueda por comunitarios había comenzado en una topografía muy accidentada y un tiempo adverso. El piloto había destrabado la puerta de la nave y había salido a buscar ayuda. En el escabroso camino dejaba trozos de trapos enganchados en ramas como orientación. El enfermero militar había salido luego por la misma ruta. Pero recogía los paños dejados como señales.

Mireya, muy lúcida aún, recrea la escena: “El aviador era como medio loco, pero lo respetaban. Antes había tenido un accidente. Ozuna sugirió que también llevaran en el vuelo a la recién nacida, pero Rosa, la mamá de nosotras, dijo: No, no, no, yo me quedo con la niña, que se vaya Ozuna con ella… Entonces se montaron un practicante que mandó el mismo Danilo Trujillo, ella, Ozuna y el piloto. Como a la hora lo supimos… No sé quién fue y le dijo a mamá. Y en el pueblo comenzaron a recoger gente para ir a buscarlos”.

Continúa el hilo del relato:

“Él era un aviador muy hábil. Cuando cayeron, él rompió la puerta y salió al camino para pedir ayuda, pero dejó un pañuelo para saber el punto… ¿Qué pasa? Ozuna cargó a Nana (Doña) y se cayó tres veces con ella; el practicante le ayudó. Pusieron una frazada y la acostaron ahí, bajo lluvia. Entonces, Ozuna le dijo al practicante: Quédese usted con ella que yo voy a buscar ayuda. Pero qué pasa, que cuando salió, quitó la señal del pañuelo que el piloto había dejado. Ozuna llegó al pueblo y recogieron mucha gente y fueron a caballo a buscarla… Conocían la zona, pero les dio mucho trabajo ubicar el lugar porque habían quitado la señal… El accidente ocurrió en la mañana, como a las once… Al otro día fue que los encontraron. La noche entera cayéndole agua, y exprimiendo la sábana”.

Al día siguiente, al filo de la tarde, a Doña, inconsciente, la bajaron en una litera, hasta un sitio claro en El Manguito, desde donde fue llevada a Pedernales. La familia esperaba lo peor. Ya el piloto había regresado a la capital por otro avión para el mayor Danilo. Al octavo día, ella abrió los ojos y preguntó por su bebé.

“Entonces se pasó la mano por la barriga y dijo: Mamá, qué yo tengo. Y mamá le contestó: Una niña. Y ella le preguntó de nuevo: ¿Dónde está? Y mamá se la presentó, pero no la podía ver; estaba ciega. Luego la visitó una amiga que estaba parida, esposa de un guardia también, y le dijo que tuvo un sueño donde le dijeron que le echara en los ojos gota de la leche de sus senos… Le dimos ese remedio. A los tres días, Doña comenzó a ver… Durante todo ese tiempo, China la de Pachín, que estaba parida de Nana, le amamantó a la niña…”, relata Mireya.

COSAS INEXPLICABLES

Claudio Fernández, 85 años, hermano de Doña, aún no se explica por qué el conductor del avión no tomó la ruta de la costa.

“Cogió por la loma y cuando iba por Aguas Negras, en Manacla, parece que le falló el motor y él logró manejar la situación, y cayeron sobre los pinos, pero, tres o cuatro minutos después que lograron salir, el avión se incendió… Él y el marido de ella sacarla. El piloto salió a Aguas Negras y luego fueron y la buscaron a ella, y la sacaron en litera hasta El Manguito. Ninguno sufrió nada… Esa mañana yo venía del conuco que tenía mi papá en la playa, y por ahí, por donde está el hospital ahora, alguien me dijo que el avión se había caído. Arrancamos para allá en el camión de mi papá, y la trajimos  –

Clemente Pérez, 98 años, es uno de los que acudió en auxilio. Enfático y graficando con gestos cada frase, explica:

Clemente Pérez

“Yo y Diógenes Pérez fuimos los primeros en llegar adonde taba ese avión enganchao. Fuimos muchos del pueblo. Los que viajaban ahí fueron tan dichosos que la rueda de atrás del avión quedó así, en el aire, y el pico hacia abajo, hacia un abismo, que, si caían ahí, no había ni qué buscarlos… Con media pulgada más se volteaba e iba a caé en una cañada muy honda que hay por ahí”.

Unos cuatro meses después del accidente de Manacla, Reynaldo Peña Díaz moría junto al sargento Marino Pérez al estrellarse el AT6 que volaba entre Puerto Plata y Bahamas.

El fuselaje del monomotor accidentado en Manacla de Pedernales duró hasta hace poco en Higo Grande, entre La Altagracia y Aguas Negras, en lo alto de la sierra.

Doña ha cumplido 89 años presa de las malas jugadas del Alzheimer. Madre de 11 (una de crianza) vive con su hija Quelina, en San Cristóbal. Su hija, la sobreviviente Vivian Espinal Fernández (Morena), 71 años, nunca casó ni tiene hijos. Vive en Pedernales. Fue cortante, escurridiza, cuando se le preguntó: “Sí, fue buena madre. Me enteré de eso ya grande, me lo contaron”.