Luis Beiro Álvarez (La Habana, Cuba, 1950) es un narrador nato, un crítico literario certero en sus análisis. Es un iluminado de la inteligencia y, por esa razón, tiene mucho ángel en cualquier categoría del pensamiento que se le asigne. Es un aficionado de la belleza estilística que se interna en lo inhóspito de sus personajes novelescos para descubrir la vida, la felicidad y el drama que viven.

Su novela Saturno reina en todas partes reproduce la historia y la lucha de este personaje con Zeus, quien lo expulsa del cielo. Este personaje que me recuerda el cuadro de Goya, donde Saturno aparece devorando a uno de sus hijos. En fin,   esta novela de Luis Beiro Álvarez es una ventana para asomarse a esos laberintos de la metafísica, donde lo interpretativo da impulso a una eternidad que escapa a los conocimientos del hombre con relación a lo invisible.

Luego, está la novela La tragedia en la que el soldado Estrada nos sumerge en ese mundo fantasmagórico y de terror. Ese mundo poblado de símbolos e imágenes, de una existencia rota que quiebra la dignidad y la dimensión del dolor y se convierte en pesadilla, en un destino en el que la justicia demora y el tiempo,  y ante todo, el optimismo se pierde por completo.

Veamos algunos fragmentos donde nos sentimos parte de la tragedia que se produce bajo el influjo de regímenes y de élites militares y políticas:

El soldado Estrada cerraba los ojos con la transparencia de un fantasma. A través de su memoria cruzaban imágenes que convergían en un punto distante de esas montañas. En aquel lugar imaginario, los cuatro maestros abrían sus libretas en una página en blanco y se detenían a copiar dictados sorprendentes. Él sería el único alumno de aquella clase, y miraba con cierta extrañeza a los cuatro habaneros, como tratándoles de explicar con su silencio el peor de los peligros. Lejos, muy lejos, andaban los maestros, distraídos en sus ciencias y oraciones, como para descifrar la densidad de aquellos ojos que no volverían a ver nunca más.

-¡Muerde, coño, muerde!

(El soldado Estrada abría sus ojos y de repente estos se clavaban [no ] en la desafiante fisionomía de sus torturadores, sino en la belleza de aquella noche donde la luna llena colocaba su optimismo sobre sí. Por un instante no supo distinguir si estos fueron a parar al corazón del mágico farol del firmamento o quedaron cegados para siempre por el duro golpear de una estaca de madera contra su cabeza. Él estaba consciente del momento en que vivía y por ello volvió a mirar a las estrellas, pero ahora en un inútil esfuerzo por descubrir el insensible olor a ausencia y muerte de aquella madrugada. Las estrellas brillaban dentro de su cuerpo y se disponían a continuar encendiendo su coraje oculto).

Además de excelente ser humano,  Luis Beiro Álvarez está dotado de una fuerza creativa imponente que incrementa las particularidades del lenguaje. Es un escritor tranquilo, generoso y de hondos sentimientos. Escéptico de los triunfos y ditirambos, porque su misión es descubrir el secreto de la palabra, la que se anida en la mente y en el alma de manera pasional y caprichosa;  la que estructura el sentido común, traza el horizonte de las ideas y escudriña los enigmas de la fantasía, lo maravilloso del ser.

Ejerce un tipo de optimismo avivado por la sinceridad y la idea de convivir sin dañar o condenar a los demás. Y que, por tanto, su intelecto obedece más a lo real que a las paradojas. Así, ha vivido sin prejuicios, sin envidia, escribiendo con pasión, con el único propósito de reconocerse a sí mismo.

Su escritura es un medio para expresar lo fundamental de la existencia, porque el buen escritor tiene motivos de sobra para entender que lo único verdadero para el mundo está en lo que medita, aspecto que produce tanto placer que ni él mismo puede entender porque al escribir experimentamos toda clase de imperativos insólitos. De este modo, su escritura está penetrada de aciertos que la hacen sugerente, amena y particular. Reveladora de inagotables técnicas y estadios mentales en los que Luis Beiro Álvarez descifra el goce estético en toda su manifestación creadora.

Luis Beiro Álvarez (fuente: Wikipedia.org).

Otra mirada contemplativa, analítica y de un acontecer humano imprescindible es el estudio biográfico que hace del consagrado cineasta dominicano Oscar Torres, desde la perspectiva de una “mirada universal” en su libro Oscar Torres. El cine con mirada universal. Obra que registra la premisa de la evolución creativa y psicológica, que aborda la individualidad a partir de la transmisión de los valores universales y de la dialéctica de la historia.

Veamos, en síntesis, la hondura espiritual, social y humana con la que Luis Beiro Álvarez describe el mundo de Oscar Torres:

Desde 2007 ando tras la pista de Oscar Torres de Soto y de su obra cinematográfica. Por respeto a su legado y a sus valores profesionales, recorrí los países donde brilló como artista, escritor y revolucionario. En todos esos sitios encontré gente de bien, personas interesadas en ayudarme a rescatarlo del manto fantasmal donde lo envolvieron ciertas conveniencias y esquemas extraculturales. 

Poco a poco me di cuenta de que estaba frente a un hombre ejemplar; un ser humano ido a destiempo, pero con una huella imborrable en el Caribe insular.

En estas páginas se exponen algunos episodios de su vida, recogidos a partir de testimonios de familiares, amigos, así como de la escasa bibliografía que existe sobre él.

 Con ellas, más que una biografía, se pretende historiar. Y también rescatar la veracidad de los hechos que incidieron en la formación de su personalidad y de su carrera profesional, una de las más altas a la que puede aspirar un joven que desde los 16 años comprendió que el deber de un artista es crear, con los más altos valores estéticos, un universo ético a favor de los demás. 

La vida de Oscar Torres de Soto, más que una leyenda, es una legítima lección que debiera servir para que nadie olvide la poderosa razón de la naturaleza humana: jamás se debe dar la espalda a la realidad donde se vive ni al compromiso que se contrae con su generación, sus ideas, su país y su cultura. 

Los testimoniantes incluidos en la segunda parte del presente libro son personas honorables que, por encima de las relaciones de amistad o parentesco que sostuvieron con él, han decidido contar su historia con sinceridad, sin esconder ni reprochar. La objetividad y la infalible memoria han transformado sus palabras en lecciones de sinceridad expositiva y precisión histórica para las nuevas generaciones. Por ello, y a pesar de que algunos fragmentos de sus entrevistas (todas escritas por el autor en forma de monólogos) integran parte del texto biográfico, se incluyen íntegras en un capítulo aparte”.

En este trabajo también debemos hacer mención, aun sea de manera limitada, de la novela de Luis Beiro Álvarez, Luyanó, la que, para quien escribe, se trata de una autobiografía en donde transcurren tiempo, historia, infancia, adolescencia, en el marco de la ruptura política. El desglose de hechos, de pronto, forma un remolino de criterios y estos, a su vez, confrontan la realidad a partir de argumentos y respectivos significados.

El sujeto autobiográfico asume la categoría de omnisciente que cuenta su vida y la de otros: el viejo Elías, la abuela María del Pilar Estrella, Leonor Sánchez (la madre), (don Lázaro Castillo, el padre), Marto Novo, Manolo, Moreira, David, Marrero, José Eduardo, Antolín, el viejo López,  Elena, John, Fariña, que, de alguna manera, se vieron obligados a insertarse en el nuevo esquema revolucionario implantado por Fidel Castro, al triunfar en la Sierra Maestra, en 1959.

La novedad de esta novela, Luyanó, es la manera con que el autor omnisciente cuenta ese período político que, como fuerza inicial de su adolescencia, lo va transformando en un revolucionario, pero, terminada la etapa de primera juventud, se da cuenta de que el cauce revolucionario comienza a desbordarse y, antes de que se produjera tal cataclismo, toma una decisión a tiempo: desertar del mismo y buscar fuera de Cuba un lugar lejos de la maquinaria bestial que el poder iba estructurando.

La caracterización contenida en Luyanó, así como su lenguaje afirmativo y consustancial poseen una coherencia estilística muy sugerente:

“El viejo Elías llegó esa tarde a romperme la paciencia. Vestido con guayabera blanca de dril cien, planchada con pulcritud, y pantalón de gabardina beige, trataba de portar el uniforme del auténtico cubano. Sin embargo, sobre su rostro no se mecían avisos: hizo aparatosos gestos de saludo que no me inmutaron. Sus manos, ásperas y duras, temblaron al abrir la reja del portal. Yo me columpiaba como todos los días, después de cumplir el baño de las doce. Era mi hora favorita, no solo porque los niños del barrio escapaban de sus hogares al primer pestañeo de sus padres; o los indigentes del barrio de las yaguas recorrían las calles en busca de limosnas: al mediodía, llegaba el tiempo de los resplandores más drásticos del sol subidos hasta el borde de mis ojos.

En aquel entonces necesitaba muy poco para sentirme realizado. Y allí, desde el imperio de mi columpio de madera pintado de verde, todo estaba decidido: con mis amigos a cuestas podía salir con más urgencia de mi nube de cartón. Al menos, eso fue lo que aprendí desde pequeño; lo que prefería por encima de retablos y promesas; lo que me llenaba el corazón de sonidos espectaculares”.

 

Cándido Gerón en Acento.com.do