Las narraciones de Tomas Hernández Franco, recopilada por el Ministerio de Cultura, a través de la Editora Nacional y dentro de la Colección Biblioteca Dominicana Básica, tienen como aspecto notorio el arte de la palabra y su fuerza enunciativa. Quisiera en este ensayo mostrar el arte que teje el autor con las palabras, en su producción cuentística. Para el aprendiz de narrador, que aún se intimida ante la página en blanco, estos textos le servirán de inspiración, de fuerza magnética que atrae, pero que también empuja a un juego de impulsos centrípetos y centrífugos, hacia la lectura y la escritura de su propio tejido escritural.

Cuentos de Tomás Hernández Franco. Edición de Cielonaranja.

Estas creaciones narrativas, son auténticas, un tanto poéticas, suelen moverse a plenitud en el cielo abierto e imaginario.  El autor, crea un tejido de ideas que giran en torno al ser. Un lienzo léxico pulcro, de colores y matices exquisitos. En estos textos, se descubre a un enunciador sin miedo, con la libertad que induce la creatividad más sorprendente. Se podría afirmar que estos escritos viajan en primera clase, con un equipaje de conceptos que son entregados de manera íntegra, tales como la misoginia, el homo erotismo, la rebeldía y el desamor.  Estos envuelven de manera tácita la atmósfera grumosa y a veces azulada que revela cada una de sus narraciones.

La misoginia, el homoerotismo y el desamor son aspectos que condensan las narraciones, como representantes aparentes de la época en la que vivió el autor. Léase: Tierra; El hombre que perdió su eje; Las mujeres de Lewis; Por bohemio, etc. Pero con independencia de la temática, los cuentos de Hernández Franco revelan el uso singular de las palabras. Para muestras, los siguientes fragmentos.

Al lado mío, un montón de carne—que después adiviné que era una mujer. (El hombre que perdió su eje)

(Aquel hombre tenía en sí todas las mujeres que usted ha visto… Todas las mujeres que hay en el mundo.) (Las mujeres de Lewis)

El poeta que la quiso tanto debe estar vagando a estas horas por alguna ciudad lejana, evocando el nombre de “ella” … (Por bohemio)

En algunos textos, la mujer es denigrada y tratada a veces como a una puta o esclava; sin embargo, en otros, específicamente Por bohemio, hay un personaje femenino donde su papel es el de destruir al personaje principal por medio de su discurso. La mujer como único recuerdo es capaz de consumirlo como si esta fuera una fiera salvaje, un cáncer precoz, pero potente. La enfermedad que agobia al poeta y las sensaciones cimarronas que enganchan su corazón, son dos líneas que convergen en un mismo punto: el desgaste del poeta. Y de cierto modo esto resulta ser paradójico.

Ya no escribe. El monstruo de la atrofia le devoró por completo el pensamiento, dejando solo vivo, dentro de él, al espíritu mago del recuerdo. El ama y odia ese recuero, y trata de matarlo y de matarse ahogando toda su vida en un océano abrasante de alcohol. (Por bohemio).

Las palabras suelen rebotar en los personajes y el narrador aprovecha esa debilidad, para   hacer superposiciones en el paisaje de un rostro, de una mirada, en la atmosfera descriptiva que llena todo el panorama de un matiz significante y muy temible. Ejemplo:

Tenía los ojos negros, horriblemente, dolorosamente negros, ojos de locos que nunca, ni aun cuando aquel hombre me hablaba, me miraron de frente: ojos de muerte, opacos y terribles… (La querida de París)

Hay cuentos que están preñados del sentido habitual, la falsa identidad y la resignación colectiva. Hay otros, en donde el fin de la mayoría de los personajes es renunciar a sus vidas de forma distinta. Hasta el suicidio es distinto. Parece más bien humor macabro. Léase los cuentos:  Anselma y Malena, Por orden del muerto, Kidd el imitador, Elogio de la soledad, La última aventura de Charlot, Por bohemio, El presidente, etc.

Los personajes en general, fluyen sin la necesidad de hablar o decir. Aquí domina el gesto, la mueca, y la actitud, ya sea esta rebelde o dulce. Esta magia es el producto del uso seductor de las palabras.  Para muestra, dos botones.

Mingo era una sonrisa. Algo así como si el río, la nube, el viento, los cerros amarillos y los cerros azules, la vereda y el trillo, el manantial y el rocío, el canto de los pájaros y las campanas del domingo se hubieran puesto todos de acuerdo para echar por el mundo a alguien que tuviera un poquito de todo ellos en tarde de primavera. (Mingo).

Nos cayó encima un silencio enorme. Habíamos vivido muchos años de historia de ese caballo. El peón más viejo, el que más sabía de “animales”, hizo el único comentario: — Solo de igual a igual podía perder… (Deleite)

Las narraciones de Hernández Franco están bañadas de naturaleza profunda, más profunda que la percibida por los sentidos en la realidad que nos une.  Y en su contextura, la poesía invade los textos, y los hace vírgenes, llevando al lector al asombro y al deseo incontenible de abrevar repetidas veces en el manantial de imágenes que fluyen de ellos.

Y siento como que estoy cometiendo una mala acción achicando a Mingo a mis palabras de ahora, cuando para recordarlo sería tan fácil irme por ahí a cualquier sitio donde hubiera mucho sol, algún árbol con frutas y pájaros y tenderme en el suelo a esperar que salieran las primeras estrellas… (Mingo)

La belleza de las palabras no puede ocultar la misoginia que incluye el concepto de masculinidad reinante en el universo de las narraciones. El hombre es el personaje principal en ellas.  Es un ser melancólico, lleno de deseos intangibles, de ideas vanas, de miseria, soledad, desesperación y de menosprecio hacia la mujer, por ejemplo, en Por bohemio, la mujer es el castigo letal del hombre.

En el universo que construye el poeta con su narrativa, los personajes se sumergen en un abismo que no le pertenece, parecen cuerpos celestes atraídos por un hoyo negro. La locura suele arrastrarse de manera desesperada, como una boa que intenta tragarse la más mínima conciencia.

La lectura de estas narraciones, concita emociones encontradas. Por un lado, la magia del uso de las palabras provoca emociones   bucólicas, lúdicas y estéticas inusitadas; y por otro, la misoginia y el humor macabro dejan un sabor acre. Los narradores de estos textos, se regodean y se deleitan con el uso de las palabras, tomándolas sorbo a sorbo, como Neruda.

Elena Ramos en Acento.com.do