Conversar es divino. Fueron los griegos quienes inventaron el arte de la conversación: el diálogo en el ágora o la mayéutica socrática, que también fue una manera irónica y sabia de la persuasión. Platón tuvo el don de expresar sus ideas a través del diálogo. Los dioses hablan entre sí, en tanto los hombres no. Los hombres solo pueden hablar entre sí, no con los dioses. De esa imposibilidad nace la necesidad de conversar. El diálogo entre los dioses y los hombres es un diálogo de sordos.
La lectura marca un derrotero del gusto literario. Los libros nos crean la promesa que disipa la angustia de la infinitud del mundo. Así pues, los libros que leemos nos definen y salvan, condenan y liberan; son, en efecto, nuestros padres intelectuales. La lectura funciona como hospitalidad de nuestro destino espiritual. Leer y escribir son actos que implican la asunción de derechos, poderes y responsabilidades, desde el punto de vista ético.
Lo que dicen los escritores que leemos y admiramos contribuye a la formación de lectores, a despertar el fervor por la escritura, y a despabilar vocaciones literarias. Se lee para escribir, pero la escritura en sí misma trasciende los libros que escribimos. Se es escritor como una actitud ante la vida, la sociedad, la familia y el mundo. Y también como voluntad intelectual del lenguaje verbal. Se lee y se escribe como aprendizaje de la lengua, como destino trágico del ser autoral, en un estado de desasimiento, ansiedad ontológica o desprendimiento espiritual. Todo autor sostiene una relación íntima y secreta, visceral y vital, con los libros de los autores que lee, que le influyen y definen su estilo y destino intelectual.
Leer no es una obligación sino un deber moral y una responsabilidad social. La lectura busca, en efecto, crear una mística por la cultura escrita e incentivar la formación de lectores. Fomenta relaciones de empoderamiento con la realidad y crea una efervescencia como estado natural del ser, con vocación de progreso intelectual. Estado y sociedad coinciden en la creación de sinergias para otorgar a la lectura una función educativa, terapéutica y proactiva, cuyo rol es esencial en la promoción de la ciudadanía cultural y de ciudadanos éticos.
Dijo Augusto Monterroso que “la entrevista es un género que inventó el siglo XX”. Para Julio Ortega: “La entrevista es una de las Bellas Artes”. Esta expresión verbal puede ser un género periodístico, cuando está despojada de ornamentos literarios; pero también puede alcanzar categoría literaria cuando posee los atributos de la recreación poética y la imaginación libre, espontánea y sensible. Hay pues escritores que ofrecieron entrevistas que son piezas de colección, obras maestras del género, como las de Borges, Octavio Paz o George Steiner, por la erudición y la lucidez. También existen proverbiales periodistas literarios, que han sido –o son– brillantes entrevistadores como Elena Poniatowska, Juan Cruz, Tomás Eloy Martínez, Juan José Saer o Fernando Sánchez Dragó. Si bien la entrevista es una invención de finales de siglo XIX, no menos cierto es que adquiere valor continental, testimonial y categoría literaria en el siglo XX. Son paradigmas del arte de la entrevista las de la legendaria revista The Paris Review, que hizo de la entrevista a escritores un verdadero género literario, por su valor no solo literario, sino estético y humano. En 2020, la editorial Acantilado hizo la proeza de reunir una exhaustiva selección de entrevistas, con cien muestras realizadas durante sesenta años, donde están, sin dudas, las voces más representativas de los maestros más aclamados y laureados en el mundo de las letras, en el periodo de 1953 a 2012, en una edición de lujo, de colección –en dos tomos–, y en un estuche de presentación.
Acaso el creador de la primera expresión de la entrevista fue Platón, quien, en sus Diálogos filosóficos, fundó, por así decirlo, un vínculo entrañable entre literatura y filosofía, por lo que se convirtió en un escritor, en el sentido estricto de la palabra, que transformó la filosofía en un género literario. En tanto que, con Aristóteles, la filosofía se vuelve tratado, y rompe así la forma del fragmento o máxima poética, que predominó como forma de hacer filosofía entre los pensadores presocráticos de la antigüedad clásica griega. De modo que el diálogo filosófico constituye, acaso, la prehistoria de la entrevista. Divagaciones, juicios y pensamientos desfilan de modo dialéctico por las bocas de los personajes creados por Platón y demás dramaturgos y comediógrafos griegos. De ahí que Sócrates aparece como un personaje en los Diálogos platónicos, lo que ha creado la convicción, entre no pocos filósofos, de que Sócrates es un personaje de ficción, no su maestro. Así pues, los diálogos de Platón conforman un arquetipo del género.
Los escritores suelen exponer sus opiniones personales sobre temas, ideologías, estéticas y políticas en las entrevistas de modo más espontáneo que en sus ensayos. Esta demanda más rigor, y siempre un mayor tiempo de reflexión, sedimentación de las ideas y cultura letrada, de sus artífices creadores. Los hombres de letras nacen de la lectura y ésta sobrepasa los libros, pues la lectura no es un objeto o una cosa sino un proceso mental y espiritual, una acción que nace de los libros. Leer es más que un estado material; es una actitud ante la vida y el mundo. Las entrevistas se leen además como arte de la escritura y moral de la lectura. En sus respuestas los lectores pueden acceder al conocimiento de la personalidad intelectual, trayectoria, inicios de la vocación literaria y el pensamiento estético de cada autor. Las mismas constituyen voces vivas que despiertan la curiosidad y la fantasía de los lectores. Iluminan como un espejo mágico la lectura, en tanto aventura de la imaginación, como viaje literario sin frontera y vocación inmóvil de eternidad. De modo pues, que actúan como desciframiento de las palabras de sus autores, su estilo verbal y sus obras de creación.
Un libro sirve, en efecto, para combatir la soledad existencial y como instrumento solidario: crea un sentimiento de hospitalidad ante los avatares de la vida, las enfermedades y el dolor físico. ¿Leer para qué y por qué? ¿Escribir por qué y para qué? En síntesis, con la lectura podemos alcanzar el aprecio y la defensa de nuestra lengua materna, al tiempo que permite crear hábitos de estudio.