Como todos los 14 de febrero, el amor está en venta y comprarlo es mandato. La modernidad, y el consumismo que viene con ella, nos ha hecho creer tantas falacias que ya perdimos la capacidad de crítica y reflexión ante las imposiciones del mercado. En un mundo donde todo se monetariza, especialmente los sentimientos, ¿cómo distinguir lo que es valioso de lo que no lo es?
En esta fecha existe un producto para cada tipo de afecto que profesemos, que también sigue estereotipos de género: flores, chocolates, cenas románticas, y hasta cirugías estéticas, para las mujeres. Los hombres se sentirían ridiculizados con tales regalos, o eso aparentarían.
Lo triste es que el amor, como hoy se entiende, es un constructo social lucrativo que se amolda a la capacidad adquisitiva de las personas, un campo en el que el capital económico tiene mayor preponderancia que el capital emocional. Peor aún, lo que sientes por alguien está influenciado por el despliegue de afectos prefabricados; mientras más y mejor te regalen, pues más te quieren.
No quiero sonar como una hater de San Valentín, lo que pasa es que es muy cínico y no me queda otra opción.
Deconstruir el amor rojo y romántico no es fácil (a mí me cuesta), pero pienso que es más gratificante para la salud mental. La propia RAE define el concepto (en una de sus acepciones) de la manera menos saludable:
“sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reci-procidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”.
Es decir, no estamos completas ni satisfechas hasta que alguien llega para completarnos, muchas veces desde un esquema de subordinación. Este puede ser el germen de la violencia de género.
¿Y qué del amor propio, el más importante? En palabras de Bell Hooks, “si falta, todo intento de amar está condenado al fracaso. Quererse uno mismo significa ofrecer a la parte más íntima de nuestro ser la oportunidad de recibir el amor incondicional que siempre se ha querido recibir”.
No quiero sonar como una hater de San Valentín, lo que pasa es que es muy cínico y no me queda otra opción.
«El amor auténtico debería basarse en el reconocimiento recíproco de dos libertades; cada uno de los amantes se viviría como sí mismo y como otro; ninguno renunciaría a su trascendencia, ninguno se mutilaría; ambos desvelarían juntos en el mundo unos valores y unos fines. El amor sería una revelación de sí mismo mediante el don de sí y el enriquecimiento del universo.» Simone de Beauvoir: El segundo sexo.