Fue Peña Gómez un maestro de la palabra nacido en una estribación de la que bajó para educar y dirigir masas. Esa oración anterior es un vistazo a vuelo de pájaro de la vida de José Francisco Peña Gómez.

Peleó Peña con su verbo contra los remanentes de la dictadura de Trujillo y encabezó demostraciones cívicas en oposición a los gobiernos de Joaquín Balaguer.

Juan Bosch (sentado) junto a José Francisco Peña Gómez.

Fue un vigoroso tribuno que manejó con su discurso a las masas dominicanas que procuraban orientación en los momentos más difíciles de las luchas por la democracia dominicana.

Se dirigió al pueblo dominicano en muchas ocasiones sirviéndose de su elocuencia, con la pasión que lo caracterizaba, sobre todo en los momentos en que más se requería de estas cualidades.

Fue un hombre repleto de vida y energía, desbordante de confianza en sí mismo que pasó la mayor parte de su vida hablando. Unas veces hablaba para encauzar las acciones desde la tribuna y en otras lo hacía en reuniones reservadas para concertar alianzas.

Peña fue generoso hasta con sus enemigos declarados que le deseaban mal. Fue gran amigo que protegió a riesgo de su nombre a muchos allegados que quizás no merecían su condescendencia y protección.

Su palabra dejó huellas imborrables en la política dominicana que el paso del tiempo no logrará hacer desaparecer porque su verbo fue brioso y expresivo y marcó los momentos de mayores empeños en las luchas.

Su lengua fue la lengua hablada. No procuraba palabras rebuscadas para encantar, sino expresiones que movieran montañas. Así emprendió tareas ingentes que logró culminar con éxito.

La organización que impuso a sus discursos fue el de la sintaxis de la lengua hablada. Había tenido buena escuela en ese menester. Por eso consiguió calar en los sentimientos de la ciudadanía que escuchaba sus palabras con respeto y admiración.

Sus intervenciones fueron las de un político forjado en el fragor de la lucha. No quiso escribir para dejar un tratado de política. Más bien, sus mensajes desbordan hermosura traída de la mano de la verdad, del convencimiento pleno y palpitante del momento político vivido.

El transcurso del tiempo ha permitido que los dominicanos hayan podido repasar la conducta de José Francisco Peña Gómez con menos pasión. Que los pronunciamientos en contra suya se hayan desprovisto de impurezas para poder aquilatar su valor real.

Dr. José Francisco Peña Gómez.

Peña participó en muchas de las lides por la democracia. Tanto así que hasta tuvo que intervenir en muchas ocasiones para solventar errores ajenos. Con tan mala fortuna que luego los beneficiarios de esas acciones no le dispensaron el respeto que merecía.

La vida de Peña no puede juzgarse solo por las palabras que legó a la posteridad a través de sus muchos discursos. Más que eso, su labor de líder debe valorarse por sus acciones, pues muchos episodios cruciales de la política dominicana contemporánea se deben a su intervención directa y catalizadora.

Cuando Peña hablaba, sus palabras se traducían en actos, sus seguidores producían acciones atraídos por el magnetismo de su verbo. Peña fue un maestro de la palabra seguida por la acción que fue el resultado de esa capacidad que él poseía de guiar con propósito determinado.

La naturaleza de Peña era la de un orador cuyas metáforas movían a la acción. El pueblo entendía sus discursos. No fueron piezas oratorias de salones con retórica poética. Antes bien, fueron mensajes a veces incendiarios que ponían en movimiento a multitudes. Lo que queda de su trayectoria política no fue lo que dijo, sino lo que hizo, lo que logró y consiguió.

Tenía Peña la facultad de ver la realidad concreta y la vivió y la transmitió con ardorosa pasión como hombre acción que fue. Se ha dicho durante largo tiempo que “el estilo es el hombre”. Peña vivió conforme con su verbo, su acción se encaminó detrás de sus mensajes. Unió la acción a la palabra empeñada.

Cada vez que intervino en los asuntos de política dominicana, y lo hizo de acuerdo con su libre criterio. Cuando intervino en contiendas que él eligió, en los momentos en que lo hizo siguiendo su fino instinto pulido por la práctica en el quehacer de los asuntos públicos, en todas esas ocasiones salió airoso. La historia asienta sus logros que no hace falta mencionar en detalle.

Peña fue generoso hasta con sus enemigos declarados que le deseaban mal. Fue gran amigo que protegió a riesgo de su nombre a muchos allegados que quizás no merecían su condescendencia y protección.

El tiempo permite medir la dimensión del hombre. La mezquindad de algunos le negó el honor de recoger en vida los lauros que le tributan después de muerto. El reconocimiento debe ser unánime. Honor al amigo Peña.

Roberto Guzmán en Acento.com.do