Este martes 30 de mayo el acontecimiento del ajusticiamiento del dictador Rafael Leónidas Trujillo fue conmemorado por diversas organizaciones y fundaciones vinculadas a la lucha contra el tirano. Una de las principales actividades fue la mesa redonda convocada por el Archivo General de la Nación con tres historiadores, cada uno con un enfoque de una parte de los hechos.

La sala de conferencias se llenó a máxima capacidad y se habilitaron otros espacios para que, por medio de pantallas, los asistentes pudieran seguir las charlas.

Con la moderación de Karina Arias, directora de Comunicación  de AGN, participaron los historiadores Juan Daniel Balcácer, presidente de la Academia Dominicana de la Historia; José de Castillo, sociólogo e historiador, y Bernardo Vega, el historiador que más estudios ha publicado sobre los hechos subsecuentes al tiranicidio y la participación de Estados Unidos. El panel se encuentra disponible en el canal de Youtube de AGNRD.

Juan Daniel Balcácer también estuvo exponiendo este tema en el programa de Acento TV, producido por Fausto Rosario Adames.

Juan Daniel Balcácer es autor de la más completa cronología, paso a paso, del ajusticiamiento, del libro Trujillo, el tiranicidio de 1961, cuyo primer capítulo es El último día de Trujillo: una cronología. La obra fue publicada en 2018 por Editora Búho.

Detalles

“La conspiración del 30 de Mayo fue numerosa y estuvo estructurada por diversos grupos (uno de acción, otro político y otro militar) que tenían la responsabilidad de articular un plan, primero para ajusticiar al tirano y, acto seguido, poner en marcha la segunda fase de la conjura, consistente en apresar a la familia Trujillo y a sus principales epígonos con el fin de provocar un recambio en la cúpula política y militar del régimen que al cabo allanara el camino para la celebración de elecciones libres.

Dentro de los grupos que conformaban el complot, el llamado “grupo de acción o de la avenida” tenía por misión llevar a cabo la ejecución física del tirano. Los principales líderes de la conspiración habían obtenido la información de que, cada miércoles, Trujillo viajaba a su pueblo natal, acompañado solo por su chofer y sin los dispositivos de seguridad de rigor. Sobre la base de ese dato planificaron y confiaron en que la delicada y arriesgada emboscada tendría lugar a mediados de semana. Sin embargo, quiso el destino que tal acontecimiento sucediera un martes y no un miércoles, como originalmente fue planificado; y esa fortuita circunstancia provocó que por lo menos tres de los miembros originales del grupo de acción se vieron imposibilitados de participar en el tiranicidio.

Los principales responsables de transmitir y confirmar esa noticia al núcleo central de la conjura eran, por el grupo de acción, el teniente Amado García Guerrero, quien pertenecía al Cuerpo de Ayudantes Militares de Trujillo, y por el grupo político, Miguel Angel Báez Díaz, quien tenía acceso directo al privilegiado círculo que acompañaba al Jefe en sus frecuentes paseos nocturnos por la avenida George Washington.

Los hombres de la avenida

El grupo de acción encargado de ejecutar al dictador estaba conformado por nueve personas que se distribuirían en tres vehículos. Pero, debido a que el 30 de mayo, que era martes, fue necesario actuar con inusitada precipitación, sólo siete de los hombres que tenían la encomienda de fulminar a tiros al tirano se encontraban disponibles en la ciudad de Santo Domingo.

Antonio García Vásquez reveló que originalmente “los hombres que debían ir a la Avenida George Washington serían nueve: tres en cada carro. Antonio Imbert Barrera conduciría el Chevrolet Biscayne de De la Maza. Esto de tres hombres por carro se explica. Uno al volante, conduciendo, y los otros dos en sus respectivas ventanillas, del lado derecho, con toda amplitud y uso total del ángulo de tiro. Era lo justo y necesario, ya que un cuarto individuo no sería más que un estorbo, sobre todo a la libertad de movimiento dentro del carro”.

Pese a esta precaución, la noche del tiranicidio los conjurados procedieron de manera diferente y se desplazaron en tres vehículos distribuidos en forma desequilibrada, impulsados tal vez por la premura con que debieron actuar: cuatro, dos y uno. Otros integrantes del “grupo de acción o de la avenida” eran Luis Manuel Cáceres (Tunti), quien debía conducir uno de los autos, y los hermanos Mario y Ernesto de la Maza, uno de los cuales debía sustituir al teniente García Guerrero en caso de que éste estuviese de servicio el día de la acción, pero en vista de que esas tres personas se trasladaban a la capital los miércoles por la mañana, ello explica por qué el martes 30 no se encontraban disponibles en Santo Domingo.

Por lo tanto, quienes finalmente -de manera audaz y valiente- acometieron exitosamente la primera fase del complot fueron: Antonio de la Maza, Antonio Imbert Barrera, Salvador Estrella Sadhalá, Amado García Guerrero, Pedro Livio Cedeño, Huáscar Tejeda Pimentel y Roberto Pastoriza Neret.

Hay evidencias de que durante el mes de mayo de 1961, por lo menos en tres ocasiones (los días 17, 24 y 25 respectivamente), los conspiradores intentaron fallidamente enfrentarse a tiros con el dictador. En la primera oportunidad, Trujillo sorpresivamente alteró su costumbre y tomó una ruta distinta a la habitual para desplazarse a San Cristóbal; en la segunda ocasión, “El Jefe” sencillamente pospuso el viaje debido a una ligera afección gripal; y, en la tercera, decidió viajar a San Cristóbal por la mañana, siendo necesario que los conjurados postergaran su angustiante “cita” con el llamado Benefactor de la Patria Nueva.

Ante tal circunstancia, ha trascendido que en la misma proporción en  que los miembros del grupo se desesperaban, el deseo de Antonio de la  Maza por llevar a cabo el plan, aunque fuera de manera aislada, desbordaba los límites de su paciencia. Es decir, que De la Maza estaba dispuesto a actuar él solo, por cuenta propia junto con sus hermanos y primos, en caso de que fuere necesario. Es más: el grupo incluso llegó a considerar la posibilidad de atacar a Trujillo el sábado 3 de junio, en Moca, adonde éste tenía programado asistir a un desfile en su honor, como parte de la campaña que venía  efectuando en diferentes pueblos  con fines proselitistas, pues se sabía que el dictador contemplaba optar por la candidatura presidencial durante las elecciones generales de 1962.

La emboscada final

Conviene retomar el relato de los hechos a partir del 30 de mayo en la tarde. Hacia las 5 de la tarde Antonio de la Maza recibió una llamada telefónica de Miguel Ángel Báez Díaz quien era portador de una singular noticia: ¡Trujillo viajaría esa noche a San Cristóbal! De inmediato, De la Maza procedió a confirmar dicha información con el teniente Amado García Guerrero, quien ese día casualmente se encontraba libre de servicio. Una vez con tan valiosa información a manos, y tras considerar que no disponía de tiempo suficiente para la reflexión pausada, la planificación cautelosa y mucho menos para tratar de convocar a todos los que debían participar en la emboscada, sin pérdida de tiempo De la Maza, cuyo carácter impetuoso era de todos conocido, contactó a los integrantes del grupo de acción accesibles en la capital con el fin de aprovechar la oportunidad que se les presentaría y por la que habían esperado tanto tiempo.

Todo se desarrolló con angustiante vertiginosidad. Antonio de la Maza logró convocar a seis compañeros, algunos personalmente y otros por vía telefónica, a quienes advirtió que la hora decisiva había llegado y que, sin muchas contemplaciones, era hora  pasar de la teoría a la acción.

Dos horas después (Robert Crasweller estima que hacia las 7 de la noche), el teniente Amado García Guerrero se comunicó por teléfono con el ingeniero Roberto Pastoriza y le aseguró que había podido confirmar que efectivamente el hombre saldría esa noche fuera de la ciudad capital con destino a San Cristóbal. Pastoriza, a su vez, contactó a su íntimo amigo, el ingeniero Huáscar Tejeda (que previamente había sido localizado por De la Maza), y de esa manera las personas clave de la conspiración fueron recibiendo la “valiosa información”, como la calificó uno de los héroes. (Ha habido versiones en el sentido de que algunos de los conjurados sugirieron la posibilidad de apresar a Trujillo, perdonarle la vida y finalmente deportarlo del país, pero esa variante del plan habría resultado muy arriesgada y mucho más difícil de ejecutar, por lo que desde un principio dicha opción fue descartada por los líderes del grupo, optándose entonces por una solución más expedita: la simple liquidación física del tirano.)

Tres vehículos intervinieron en la ejecución física de Trujillo. Antonio Imbert Barrera, Salvador Estrella Sadhalá y el teniente Amado García Guerrero fueron los primeros en dirigirse a la avenida en donde esperaron por sus demás compañeros. Por su parte, Antonio de la Maza, en compañía de Pedro Livio Cedeño (al que buscó en casa de Juan Tomás Díaz), pasó a recoger a Huáscar Tejeda y a Roberto Pastoriza, continuando en dirección hacia el punto de encuentro que se había acordado previamente. Una vez en la avenida, en las cercanías de la Feria Ganadera, hacia las 8:30 de la noche, los miembros del “grupo de acción” se repartieron las armas que se encontraban en el carro de Antonio de la Maza.

Inmediatamente después decidieron separarse para esperar por su presa, conforme a un croquis que para tales fines había elaborado el ingeniero Roberto Pastoriza. De acuerdo con el plan original, dos de los vehículos debían esperar por una señal, consistente en un cambio de luces, para entonces proceder a bloquear la autopista y así obligar al carro del dictador a detenerse, de suerte tal que el auto persecutor pudiera alcanzar y atacar al blanco entre dos fuegos. Esta circunstancia hizo suponer al general Imbert que sus tres compañeros permanecieron juntos en las afueras de la autopista esperando por su presa, pero en verdad los hechos ocurrieron de otra manera muy distinta.

Por razones que en ese momento estimaron más conveniente, los dos automóviles se ubicaron en puntos distantes, es decir, separados por una distancia de dos kilómetros. Aún así, el propósito del ingeniero Tejeda, tan pronto recibiera la señal convenida desde el primer automóvil, era adelantarse al vehículo de Trujillo para, conjuntamente con el auto conducido por Pastoriza, cerrarle el paso y tenderle el cerco convenido a fin de que el carro en el que viajaban Imbert y demás compañeros completara la acción.

En el primer auto, que durante la espera de su presa se estacionó en las proximidades del Teatro Agua y Luz, en dirección oeste-este, viajaban Antonio Imbert Barrera, conductor, Antonio de la Maza, quien ocupaba el asiento derecho delantero, Salvador Estrella Sadhalá y el teniente Amado García Guerrero, quienes iban sentados detrás. En un segundo carro, estacionado a 4 kilómetros de la Feria Ganadera, también en dirección oeste-este, se encontraban el ingeniero Huáscar Tejeda y Pedro Livio Cedeño; mientras que el tercer automóvil, que se aparcó en el kilómetro 9 de la autopista en dirección hacia San Cristóbal, lo conducía el ingeniero Roberto Pastoriza.

Trujillo, algo distraído, viajaba en el asiento trasero de su Chevrolet azul celeste, contiguo a la puerta posterior derecha y con su brazo izquierdo extendido y relajado sobre el respaldo del asiento trasero del flamante vehículo modelo 57. En el interior del vehículo había tres ametralladoras, además de la pistola de reglamento que portaba el chofer. Trujillo también tenía una pistola calibre 38 así como el maletín que acostumbraba llevar consigo, repleto de dinero en efectivo, pues una de sus divisas preferidas era que “lo que no podía solucionar con las balas, lo resolvía con dinero”.

Tan pronto los cuatro conjurados avistaron el carro del déspota, se prepararon para perseguirlo cuando pasara frente al lugar donde se encontraban estacionados. Con cierta premura encendieron el motor de su auto, hicieron un giro y de inmediato enfilaron en dirección este-oeste tras la codiciada presa. En el momento en que el vehículo conducido por Imbert Barrera se colocó paralelo al de Trujillo, Antonio de la Maza y Amado García Guerrero dispararon sus armas creyendo erradamente que habían fallado en su primer intento y que el objetivo había salido ileso, pero en realidad  no fue así. El disparo de escopeta que hizo De la Maza dio en el blanco y resultó ser mortal para El Jefe. Ante el inesperado ataque, el chofer de Trujillo frenó bruscamente provocando que el automóvil manejado por Imbert rebasara velozmente al coche del dictador. Fue entonces cuando aceleradamente Imbert, urgido por de la Maza, giró en “U” y se situó a unos 15 metros de distancia del objetivo.

De inmediato los cuatro ocupantes del vehículo atacante se desmontaron, armas en mano, dando así inicio un intenso tiroteo que, según apreciaciones de expertos militares, duró aproximadamente diez minutos: toda una eternidad para la magnitud del hecho que allí se consumaba. Trujillo y su chofer también salieron del vehículo, cuya marcha se había detenido en medio del paseo central de la avenida en posición diagonal, pues De la Cruz quiso intentar un giro a la izquierda para regresar a la capital. Una vez fuera del carro, y parapetados detrás del mismo, el capitán De la Cruz respondía con ametralladora al fuego de sus atacantes, defendiéndose, al tiempo que trataba de proteger a su jefe.

Los dos Antonio, Imbert y De la Maza, tirados sobre el pavimento, solicitaron a sus otros dos compañeros, Estrella Sadhalá y García Guerrero, que los cubrieran ya que tratarían de acercarse al carro de Trujilllo con el propósito de terminar rápidamente el enfrentamiento, que, según consideraban, se estaba prolongando demasiado. De la Maza logró deslizarse por el pavimento hasta posicionarse detrás del vehículo de Trujillo, mientras que Imbert lo hizo por la parte delantera. La intensidad del tiroteo aumentaba cada vez más cuando, de repente, De la Maza, después de haberle disparado otra vez  al tirano, gritó: “¡Tocayo, va uno para allá!”.

El tiro de gracia

En medio de aquella lluvia de proyectiles, los atacantes de Trujillo no se percataron de que su chofer, Zacarías de la Cruz, había cesado de disparar, fuera porque había perdido el conocimiento o porque había abandonado su posición a fin de preservar la vida, replegándose hacia la maleza. Imbert, por su parte, sí pudo notar que una persona, evidentemente mal herida, se tambaleaba frente al vehículo en donde minutos antes se encontraba el hombre más poderoso del país. Era nadie menos que Rafael L. Trujillo, cuyo metal de voz Imbert dice haber reconocido, pues el dictador naturalmente se quejaba de las heridas recibidas o profería palabras que en ese momento resultaron ininteligibles. Un certero disparo de Antonio Imbert, que Trujillo recibió en el pecho, detuvo abrupamente su marcha y le hizo desplomarse de manera estrepitosa a casi tres metros de distancia de su atacante.

En ese preciso instante, Antonio de la Maza, a la velocidad de un rayo, emergió de la oscuridad de la noche aproximándose al cuerpo del dictador -que yacía sobre el pavimento “boca arriba, con la cabeza en dirección a Haina”- y le descerrajó un tiro de pistola en la barbilla.

Dicen que Bruto, cuando le asestó la estocada mortal a Julio César, exclamó: “¡Así les ocurra siempre a los tiranos!”. Antonio de la Maza, en cambio, en el momento culminante de aquella hazaña digna de Aquiles o de Ulises, lanzó una expresión típica de la sabiduría  campesina dominicana, que bien pudo figurar como epitafio en la lápida que cubriría los despojos mortales del tirano: “¡Este guaraguao no come más pollos!”. En cuestión de minutos Trujillo estaba muerto. Quien usurpa la espada, sentenció Juan de Salisbury, merece morir por la espada.

La certidumbre de que el obstinado mocano fue el autor de ese tiro de gracia se debe a su propio testimonio, pues al cabo de dos horas de ocurrido el tiranicidio, ya reunidos los conjurados en casa de Juan Tomás Díaz, con “el hombre” exánime en el baúl de su carro, De la Maza se dirigió al doctor Marcelino Vélez Santana en estos términos: “Mira a ver si este hijo de la gran puta está muerto”, y ante la respuesta afirmativa del galeno, el héroe agregó: “Yo sabía que ese perro no ladra más, porque ese tiro –señalando debajo del mentón-, ese tiro de gracia se lo di yo”.

La segunda fase del complot

Una vez muerto Trujillo, los conjurados habían planificado que se procedería a reunir a los miembros del grupo político a fin de mostrarles el cadáver del “Jefe” y entonces, de común acuerdo con el general Juan Tomás Díaz, el secretario de las Fuerzas Armadas, que lo era el general José René Román Fernández, y otros militares con quienes se contaba para esa segunda fase, proceder a reunir a los principales miembros de la familia Trujillo, detenerlos y deponerlos del poder político. Pero nada de eso pudo hacerse debido a que un sinnúmero de factores imprevistos ocasionaron que la segunda fase del complot ni siquiera pudiera iniciarse.

Pero las razones por las cuales no fue posible siquiera iniciar la llamada segunda fase del complot es parte de otra historia. El pueblo llano no se enteró de la muerte de Trujillo hasta el siguiente día a partir de las 4:45 de la tarde, a través de Radio Caribe, primero, y poco después de la Voz Dominicana y del canal 4, se disiparon todas las dudas: las voces trémulas, audibles y visiblemente compungidas de los locutores oficiales (hasta hubo quienes no pudieron contener en llanto) leyeron al país y al mundo la siguiente noticia:

“Ha sido vilmente asesinado el generalísimo doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina, el Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva… El alevoso crimen se perpetró en la autopista que conduce desde Ciudad Trujillo a la ciudad de San Cristóbal.”

Honor y respeto merecen, pues, los héroes del 30 de Mayo, quienes acometieron la extraordinaria hazaña política de eliminar a un tirano con el fin de que el pueblo dominicano pudiera cristalizar sus anhelos de libertad y de justicia social reprimidos durante tres decenios. Muchas gracias”.