Effi Briest, novela de Theodor Fontane (nacido en 1819 la ciudad prusiana de Neuruppin), sorprende por la postura distanciada de un narrador que presenta los hechos con impecable objetividad. Ello no significa minimizar lo emocional o ignorar la piscología de los personajes. Todo lo contrario, al talento de este escritor debe sumarse una fina ironía, un extraordinario sentido del humor, y una capacidad de penetración que nos acerca a los dilemas íntimos de los personajes.
Publicada primero por entregas entre 1894 y 1895, esta novela aborda el tema de la infidelidad de la mujer y de las rígidas normas de conducta a que la condenan por la vulneración del orden social establecido. Ya me he referido aquí a obras como Ana Karenina y Madame Bovary donde las mujeres adúlteras pierden su lugar en la sociedad y no encuentran otra salida que el suicido. No es el caso de Effi quien, tras ser descubierto el hecho, es apartada de su medio y despojada de los privilegios de clase. Sin embargo, ella, decidida, buscará una forma de darle sentido a su vida.
Provista de una gran inteligencia y sensibilidad, ha aprendido a contenerse y esforzarse siempre por agradar a los suyos, incluso aceptó casarse con un hombre tan mayor que tenía la misma edad del padre. Sin embargo, un enamoramiento con alguien más joven acaba descubriéndose con el tiempo. Dada su exquisita educación, su cultura y su carácter abierto y brillante, al verse repudiada por el marido, marginada socialmente, apartada de la familia burguesa de cultura y protestante a la que pertenece, con una modesta pensión para sostenerse, Effi Briest se siente inicialmente desnortada.
Publicada casi dos décadas después de Ana Karenina, el autor se inspira en un hecho real que sacudió a la alta sociedad berlinesa. De este suceso Fontane saca partido para cuestionar, sobre todo, la hegemonía del poder masculino en el destino de la mujer. Su mirada se dirige hacia un grupo social de rígidos códigos y normas de conducta que, pese a tener conciencia de la injusta situación de la mujer, prefiere evadir las preguntas que podrían conducir a un cambio. El sistema, por tanto, sacrifica la felicidad de unos y otras, a la vez que obliga al individuo a cargar con la culpa o la infelicidad. Effi, como Enma Bobary o Ana Karenina, tendrá que morir para espiar literariamente su acción.
Aunque la esmerada educación de Effi se centra en el cultivo de la inteligencia y en la formación artística, su condición la obliga a someterse a principios masculinos que reprimen sus íntimos deseos. También los hombres están atrapados o se ven forzados a poner, por encima de la felicidad, la opinión que se tenga de ellos. Sobre el conjunto de la sociedad se impone un deber ser. Así, cada quien vigila a los otros miembros en los encuentros sociales y en los diferentes rituales. No faltan, sin embargo, personajes entrañables que sirven de mediadores para amortiguar el castigo. Pero se trata de seres marginados, ajenos o anacrónicos, que no pertenecen al mundo burgués.
En definitiva, Effi Briest no puede salir adelante como mujer sola, ni siquiera entregándose a causas sociales al servicio de otros. En cuanto al marido, este pone por encima de sus deseos más íntimos, las aspiraciones personales de ascenso, como Karenin o como el marido de Casa de muñecas, que no puede romper con un deber ser que lo obliga, incluso, a retar al rival a un duelo mortal. Esta novela, que no cae en lo melodramático ni olvida cierta ironía, profundiza en la mentalidad masculina atrapada en el mundo de las apariencias.
Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do
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