Por su amor a la libertad y el libre albedrío que mostró por encima de las circunstancias adversas fue víctima del envilecimiento y la ignorancia puestos de manifiesto por el general Pedro Santana Familia, el verdugo y el vende- patria tras proclamada la Independencia Nacional.

Es cierto que sobre Juan Pablo Duarte Díez se han escrito ríos de tinta en su condición de padre de la patria. Su visión romántica también abarca la expansibilidad del prócer latinoamericano al compartir junto a Simón Bolívar, San Martín, José Martí,  O’Higgins y otros ilustres libertadores de sus respectivas naciones, quienes, de manera enaltecedora reflejan templanza, rectitud imantada, idealismo puro y perenne inmortalidad.

Evocar su nombre significa capturar la imagen viva del hombre modelo, cuyo estilo tiende a crear una idea única: ¡inmortal!

Inmortalidad que lo coloca en el pedestal más alto de la historia política dominicana, porque en su tiempo alcanzó una vida productiva que nos permite explorar su espiritualidad y repensar sus ideas y muchas otras formas en que se apoyó en aras de la creación de la República.

Y es que Duarte es padre y paradigma del nacionalismo dominicano, símbolo permanente de la justicia social y la dignidad por principio y naturaleza.

Duarte perteneció a la estirpe de los próceres de América Latina que, como bien sostiene el escritor Alexander Maccallum Scott, refiriéndose a Winston Spencer Churchill, “Los hombres predestinados no aguardan a que se les mande llamar. Dan un paso al frente cuando juzgan que ha llegado su momento. No esperan a que se les reconozca, se rebelan por sí solos. Son como el destino: inevitables”.

Duarte fue predestinado y, siendo muy joven, dio ese paso al frente para liberarnos de 22 años bajo dominio de los caciques militares de Haití y legarnos una patria “libre y soberana”.

Cuando se estudia su pensamiento político y su hazaña magnífica en la lucha independentista, indiscutiblemente, hay que situarlo en la tesitura de Simón Bolívar, San Martín, José Gervasio Artigas, Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo y José Martí

Juan Pablo Duarte y Díez mantuvo su idealismo hasta el último día de su vida. La única fotografía auténtica de su figura, fue tomada en Caracas, Venezuela, en el año  1873, al cumplir los sesenta años; en la misma aparece de pie, apoyado en un bastón.

Duarte fue un visionario; batalló bravamente hasta crear una patria trascendente e imprescindible donde fundamentó su esperanza, la lucidez de soñar, amar y luchar hasta la muerte, hasta convertirla en raíz primigenia de la libertad, en fe colosal donde habrá de apoyarse por los siglos de los siglos para conservar su Constitución, sus leyes y los derechos inalienables de los hombres y mujeres.

Los rasgos de ingenio en Duarte describen además su singular personalidad y su ejemplar capacidad de defender al género humano de la barbarie que, en tal caso, se convirtieron en enfáticas convicciones. Esto demuestra que su espíritu, en el recto sentido de la palabra, estaba cimentado en ese progreso de la humanidad.

Sin embargo, estos ideales se vieron malogrados por la desidia de los que estuvieron a favor de un Protectorado, lo que llenó de amargura al patricio Duarte. El investigador Vetilio Alfau Durán, al extrapolar los conceptos del padre de la historia nacional, José Gabriel García (1834-1910), describe las vicisitudes y precariedades que vivió el patricio:

“Ofuscados los hombres de la Restauración por las dificultades que a cada paso presentaban las pasiones en el interior, no menos que por los peligros exteriores de que estaban rodeados, no advirtieron todas las ventajas que a favor de su obra habrían podido sacar de la permanencia del caudillo de la Separación en el país; y aunque reverentes y corteses aceptaron los grados militares que había dado en Curazao, y le dispensaron una buena acogida, no le emplearon sino en una comisión diplomática que le obligó a volverse al extranjero. No habiendo esta dado resultados satisfactorios se retiró a la ciudad de Caracas, donde unido a su familia pasó el resto de sus días lleno de privaciones y agobiado por el peso de una enfermedad aguda que le llevó a mejor vida el 15 de julio de 1876, época en que fue vuelta la patria en una situación difícil y lastimosa, no pudo dedicarle ni una lágrima”

Los ideales políticos de Duarte fueron definiéndose a partir del estado de cosas que se originaba entre los que propugnaban por la separación de Haití y los que a nivel interno favorecían que los haitianos siguieran con el control de la isla de Santo Domingo.

Duarte escogió el camino de la libertad; fue el protagonista de las ideas más avanzadas con relación a la realidad social que en muchos casos agudizaron las contradicciones señaladas en párrafo anterior. Advirtió que por ese camino el país no tendría el auxilio eficaz y constante para encauzar un proyecto de nación e impulsar un Estado libre y democrático partiendo del hecho de que grupos internos hacían causa común con los haitianos.

Fueron estos sectores los que hicieron colapsar el proyecto de República de Juan Sánchez Ramírez y Núñez de Cáceres; este último tuvo que refugiarse en México para salvar su vida, una vez desembarcó en el puerto de Veracruz, ante una tormenta formada en el mar, en el estado de Temaulipas, donde vivió y murió. Como Duarte, ese fue el precio de sus sacrificios en aras del nacimiento de la República Dominicana.

Duarte corrió graves peligros y desgracias por sus profundos conocimientos adquiridos en Europa y por su decisión de crear una República que sirviera de asiento a los dominicanos para desembarazarse de la represión haitiana y de las traiciones de los conservadores que habían acomodado sus intereses a capitales extranjeros, sin importar la persecución de que era víctima Duarte y sus seguidores.

En ese tenor, Vetilio Alfau Durán (1909-1985) escribe: “Durante los veinte años de exilio, el infortunio había clavado sus garras en el cuerpo de Juan Pablo Duarte, aniquilándolo. Así, envejecido, con la huella del estrago marcada en su rostro, desembarca en el territorio nacional, en pleno Cibao, que estaba en guerra, para protestar con las armas en las manos, contra la anexión a España, se presenta ante el Gobierno Provisional Restaurador establecido en Santiago, le ofrece sus servicios y le hace esta categórica afirmación: “Por desesperada que sea la causa de mi patria, siempre será la causa del honor, y siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi sangre”.  ( Alfau Durán, Vetilio. Las virtudes viriles de Juan Pablo Duarte, Clío, Escritos II, Publicaciones del Sesquicentenario de la Independencia Nacional. 1994, pp-63-64).

Infortunio que contrasta con la valoración que en ese sentido hace César de Windt Lavandier, al expresar que, con el fin de conservar la existencia de la patria, Duarte asumió las actitudes más heroicas, llevando su valor hasta sus últimas consecuencias y que enfrentó los mayores sacrificios, con el valor ejemplarizante que les asignaba para una ciudadanía en la que reconocía, sin demasiados tecnicismos, pero con fe inquebrantable, la suprema fuente de la legitimidad política.

Añade que en el orden interno le tocó vivir los meses duros, crueles y frustrantes de la amargura y el desencuentro nacional. Agrega que el insigne patricio llevó esa profunda tristeza en el alma, pero no quiso participar, ni siquiera para obtener ventajas u honores personales, en ese desgarramiento de pasiones que amenazaba el venturoso porvenir de todos.

Las ideas y propósitos de Duarte concurren homogéneos en su fidelidad e impulso con tal de erradicar el estado decadente y carente de originalidad política en aquellos que pusieron sus intereses de lado de los haitianos. Sin embargo, hemos podido apreciar a partir de los escritos de su hermana Rosa Duarte Díez, que su hermano por antonomasia pertenece al espíritu de los selectos y que su magnífica inteligencia pródiga en iniciativas y proyectos fue lo que sirvió de combustión en su mente y en su alma para legarnos la expresión inmarcesible del héroe inmaculado.

La aureola de Duarte está impregnada de una imagen prístina, y por tal razón no encontramos en su quehacer político y en su vida personal aspectos negativos. En su impronta, inextricablemente, quedan afincados para siempre la ilusión y la entereza y más allá de ellas las circunstancias que lo motivaron desde joven a formarse la idea de que su compromiso con la vida y la historia era legarnos una “patria libre e independiente de toda dominación extranjera”.

Cuando se estudia su pensamiento político y su hazaña magnífica en la lucha independentista, indiscutiblemente, hay que situarlo en la tesitura de Simón Bolívar, San Martín, José Gervasio Artigas, Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo y José Martí, aun cuando su espada estuvo ausente de los combates bélicos; sin embargo, el hecho de dar perfil a una república ante el avasallamiento de 22 años de dominación haitiana, concita todos los méritos del hombre liberal impoluto.

 

Cándido Gerón en Acento.com.do

Juan Pablo Duarte.
Estatua de Juan Pablo Duarte.