Los dominicanos debemos felicitarnos de que sea el vigía de la conciencia nacional.
El pensamiento de mayor peso de la política lo compone Juan Pablo Duarte, porque siendo muy joven pintó en su mente cómo sería la conformación de la nación dominicana.
Duarte es un símbolo eterno por su disposición moral y su gran talento que le permitieron escalar las montañas más altas del espíritu humano.
Su ideal político habría de ser a la vez lo exacto y apropiado, lo justo y necesario en su particular naturaleza de aquilatar las variadas necesidades de una identidad propia. La misma consiste, precisamente, en poner en práctica el pensamiento más genuino de la humanidad: lo concerniente a lo espiritual desde donde fluye la fuente de la libertad.
Sin duda alguna, Duarte es la representación objetiva de la nacionalidad dominicana; este hecho puede ser visto claramente por la forma audaz con que expresó sus puntos de vista de un suelo o lugar donde los dominicanos fuesen dueños de su destino admirablemente.
Su moral política se afianzó bajo el influjo de sus obsesionadas ideas de que no hay patria sin territorio, y en base a esa experiencia en cierto modo su pensamiento penetró en la psiquis de muchos jóvenes que admiraban en él su condición de líder. Y por esa razón lo siguieron hasta llegar a formar “La Trinitaria”, una especie de organización clandestina donde elaboraban los planes que propiciarían más tarde la separación territorial y política de Haití y la parte de la isla La Española que, a partir de ese acontecimiento, adquirió el natural nombre de República Dominicana.
Lo que Francisco del Rosario Sánchez y Núñez de Cáceres no consiguieron después de décadas guerreras contra los enemigos franceses, españoles y haitianos, Duarte lo consiguió con su constante fuente de inspiración. Esto no quiere decir que en Sánchez y en Núñez de Cáceres no existiera constitución humana y política, sino que Duarte desarrolló una actitud social más táctica y estratégica.
Es cierto que durante los años siguientes, las actitudes de Duarte se hicieron más complejas y difíciles al tener que enfrentarse al cacique Pedro Santana y Familia, que se embarcó en la idea de un protectorado adscrito a España, alegando que los dominicanos carecían de recursos para echar hacia adelante la República; pero el ideal de Duarte con relación a la patria recién conquistada se mantenía inalterable, situación que llevó a Santana a extrañarlo del país, teniendo Duarte que refugiarse en Caracas, Venezuela, donde años después falleció.
Como puede comprobarse las ideas de Duarte eran elementales, enfocando la atención en una patria libre y soberana; en cambio, las de Santana se sustentaban en fortalecer los bienes de los hateros, sector al que pertenecía y para dar la sensación de superioridad a su incomprendida personalidad, dio órdenes de asesinar a María Trinidad Sánchez, hermana de uno de los forjadores de la Independencia.
Para comprender el pensamiento político de Duarte hay que escribir ríos de páginas históricas. El vivo interés por su figura es un lujo, porque no tiene similitud con ningún dictador de América; por el contrario, su indiscutible personalidad se sitúa en el pedestal más alto que dominicano alguno haya alcanzado.
A medida que pasa el tempo, la figura de Duarte se sitúa por encima de todos los próceres que ha producido la República. Y no podía ser de otra manera, porque fue el personaje más lúcido y paradigmático de la nación dominicana.
Resulta difícil escribir sobre la vida y el ideal patriótico de Juan Pablo Duarte y Díez, por su especificidad histórica y su inmaculada honestidad, sin poner en primer rango su preocupación por la convivencia nacional. En el fundador de la patria, los nexos entre la ciencia y la política consagran la doctrina del pensamiento social y la identidad del ser.
Duarte, tan de carne y hueso, siendo muy joven se convirtió en un creador de valores morales, éticos y políticos. No hay dudas de que sobre el fundador de la República se han escrito ríos de páginas gloriosas, pero lo más importante es la estatura de su espíritu revolucionario que no queda alejada de la de Simón Bolívar, San Martín y José Martí, entre otros.
Evocar el nombre de Duarte significa capturar la imagen viva del hombre modelo, cuyo estilo tiende a crear una ideal único: ¡inmortal! Inmortalidad que lo coloca en el pedestal más alto de la historia política dominicana, porque en su tiempo alcanzó una vida productiva que nos permite describir con simpatía su espiritualidad y su manera de pensar con profundo acierto. Y es que Duarte es padre y paradigma del nacionalismo dominicano, símbolo permanente de la justicia social y la dignidad por principio y derecho.
Duarte perteneció a la estirpe de los próceres de América Latina que, como bien sostiene el escritor Alexander Maccallum Scott, refiriéndose a Winston S. Churchill, “Los hombres predestinados no aguardan a que se les mande llamar. Dan un paso al frente cuando juzgan que ha llegado su momento. No esperan a que se les reconozca, se rebelan por sí solos. Son como el destino: inevitables”. (Tomado de la biografía escrita por Marie Seton, sobre Sergei M. Eisenstein).
A Duarte siempre se le vio animado y optimista en su proyecto de la nación dominicana. Hasta el fin de su vida no dejó de pensar en ella y no perdió la esperanza de verla libre de toda potencia extranjera; soñaba con su libre desarrollo y quienes lo conocieron personalmente dicen que deliraba por volver a su patria con tal de cuidarla, pues más de una vez quisieron anexarla a España, a Francia y a los Estados Unidos. Esas opiniones son de historiadores venezolanos que, cuando estudian la vida de Bolívar, se ven en la necesidad de mencionar a Duarte. Y es que ambos tenían los mismos sueños de patriotas.