Duarte fue predestinado y, siendo muy joven, dio ese paso al frente para liberarnos del yugo que soportamos por 22 años de los caciques militares de Haití, y de esta manera legarnos una patria “libre y soberana”.
Juan Pablo y Díez fue uno de los prohombres de América Latina por su ejemplo y dedicación. Sus innovadoras ideas sobre la libertad son un fenómeno a estudiar por su rica y rigurosa inspiración sobre el aprendizaje de la política en una época en la que el nacionalismo se abría paso en América.
Los sueños de Duarte sobre un país liberal aún perviven en la memoria de los dominicanos de ayer y de hoy y renacen cada día por su talante y por la corriente de pensamiento político que inculcó en las mentes de los dominicanos.
Duarte resumió las fuerzas motoras para llevar a cabo el proyecto más ambicioso de la historia dominicana: separarnos del dominio de Haití y, por ende, es el líder más importante de la historiografía nacional y el símbolo más sagrado encarnado en el espíritu de los valores éticos.
Mientras los haitianos ejercían los mayores esfuerzos para imponer su hegemonía en la parte Oeste de la isla La Española, Duarte, en cambio, en el plano individual y en los grupos que representaban La Trinitaria, La Filantrópica y La Dramática, mostró una resistencia que contribuyó a desmontar el fin de la inconsistencia de los haitianos.
Duarte no tuvo fama de guerrero, sin embargo, se adelantó a su época y entre los rasgos que lo distinguen como un excelso ideólogo está su solemnidad, templanza y nobleza que traducen su trascendencia que importa mucho al mostrar sus habilidades al crear un proyecto de nación sin ambivalencia junto a Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella.
Duarte nos regaló el amor más puro, penetrado de la ilusión más entusiasta, y esta acción permitió que los dominicanos encendieran la hoguera de sus corazones, la emoción sincera e imponderable con que horneó el pan de la libertad.
El basamento de la libertad provocó una catarsis de ideas, de voluntades populares, imponiendo respeto a la dignidad del dominicano, cuajando, por primera vez y con firmeza, la filosofía política dominicana, cuestión que no pudieron lograr Juan Sánchez Ramírez en tiempo de los dos períodos de la colonia española y José Núñez de Cáceres, en el umbral de la separación en 1844 entre los dominicanos y los haitianos.
Y de modo aún más grave, la idea de los caciques haitianos de que La Española les correspondía por entero, al extremo de hacerlo constar en su Constitución. Nada más absurdo, porque los tratados de San Miguel de la Atalaya (29 de febrero, 1776), Aranjuez (3 de junio, 1777) y Basilea (1795) establecían claramente los límites fronterizos entre ambas partes. En el año 1874 hubo otro acuerdo de paz con Haití.
(2) Estos hechos son un claro ejemplo de los traumas que se produjeron en la Isla de Santo Domingo y que Duarte estudiaría con profundidad siendo muy joven. De manera que el padre de la Patria impulsó su sueño hacia lo más alto del planeta haciendo de su propósito político una antología creadora, contestataria a pesar de su serenidad y la semblanza reflejo fiel de sus raíces más hondas.
Es imposible deslindar sus ideas revolucionarias de su propósito reivindicativo, de su pasión que simboliza comprender exactamente el valor ideológico. En este apartado, Duarte nos hace recordar un fragmento de una de las cartas que le escribiera Rousseau a Malesherbes: “Si todos mis sueños se hiciesen realidad, aún seguiría sin estar satisfecho: tendría que seguir soñando, imaginando, deseando”.[1]
Toda idea sobre Duarte contiene un enfoque dialéctico, porque encierra en lo particular y en lo general un verbo brillante cuya resonancia tiene un tono de liberación, acentuado, minado de una verdad, cuyo núcleo intensifica el contraste entre el espíritu y la materia.
Bien señala Eugenio María de Hostos:
“La verdad es un arma, porque nos protege contra el error, nos defiende de la duda que no nace en la razón, sino que es sugerida a la razón por la voluntad o las pasiones, y nos salva del mundo y sus insidias, y nos alienta y nos sostiene en nuestras vacilaciones y caídas”.
Hostos también nos revela que:
“Armados de la verdad desde temprano, contemplamos el mundo como el escenario de las fuerzas activas de la naturaleza; la vida, como una resultante de esas fuerzas; el hombre, como último miembro de una serie; la sociedad, como un medio necesario; trabajo, libertad y progreso, como leyes de nuestro desarrollo; el deber, como un fin de nuestra naturaleza; el bien, como una justificación de nuestra vida”.
“Así -añade Hostos- por medio de la verdad, elevamos el nivel de nuestra especie y fortalecemos en cada uno de nosotros aquel hondo sentimiento de la dignidad humana que coadyuva al plan de la naturaleza, pues que hace cada vez más consciente de sí mismo al ser para quien ella construyó el planeta”. ( Hostos, Eugenio María de: Páginas dominicanas, Santo Domingo, R.D., p. 194).
Estos principios, por venir de un educador y de la grandeza humana de Eugenio María de Hostos, nos hacen partícipes de la deferencia de Duarte, y llegan a la conclusión de que en él está lo más alto y lo más limpiamente orientado a su ideal con relación al pensamiento que expresa y la forma de guiar buena parte de nuestros sentimientos patrióticos; y por esa razón luchará toda su vida porque la política fuera más allá de la expectación.
Eugenio María de Hostos, promotor de la revolución educativa en nuestro país y gran parte de América, amplía estas aseveraciones cuando estudia a Duarte y a Sánchez a partir de los “ejemplos de patriotismo” (p. 107). Basta también volver a leer el discurso de la investidura de los primeros maestros normales, donde la figura de Duarte resurge como un ardiente sol en la que destaca su elocuencia y sus hábitos morales.
Duarte murió en Caracas, víctima del general y presidente Pedro Santana y de aquellos que sentían animadversión por su talante de hombre honrado y líder de mayor juicio con que contaban los nativos de la parte Este de Santo Domingo. Entre ellos, se nombra a Tomás Bobadilla y Briones que, según se afirma Emilio Rodríguez Demorizi, convenció a los miembros de la Junta Central Gubernativa para dejar fuera a Duarte y a los demás miembros de la sociedad La Trinitaria.
En su libro El Duarte inmaculado, (inédito) Demorizi revela que días antes de morir el principal fundador de la República, familiares y amigos del padre de la Patria, viajaron de Santo Domingo a Venezuela para darle el último adiós y, al llegar allí, intentaron vestirlo con su traje de general y este se negó, aludiendo que no necesitaba ese tipo de simbolismo.
Duarte había pertenecido a los ejércitos haitianos quienes, por sus servicios, lo ascendieron a mayor; luego a coronel, y cuando se produjo la separación entre Haití y los residentes de la parte Este de Santo Domingo, la cual había tenido sus primeros conatos con Juan Sánchez Ramírez y José Núñez de Cáceres, se le impuso el título de general.
Narra Rodríguez Demorizi en su citado libro que los celos de Santana, Bobadilla y otros contra Duarte se debieron a que este, con sus ideas, fue el iniciador de una revolución que puso fin al proceso de dominación de parte de los haitianos.
Sostiene Rodríguez Demorizi que Pedro Santana nunca le perdonó a Duarte que tuviera ideas liberales, y que siendo muy joven demostrara ser un gran estratega al extremo de indicarle las rutas por donde debían dirigirse los buques dominicanos para sorprender a los haitianos que partían de Haití por distintas rutas marítimas para acercarse y atacar desde las zonas de Montecristi y Puerto Plata.
De acuerdo a Rodríguez Demorizi, cuando Duarte regresa de España y explica a sus compañeros de infancia y de juventud el avance de las ideas revolucionarias que se desarrollaban en Cataluña, concitó el entusiasmo de muchos jóvenes que se unieron a su causa por la creación de una República. Duarte fue la brújula inspiradora que motivó sus hondas fibras; el faro y la aurora que dieron origen a la razón y la conciencia de que sin patria es lo mismo que vivir en oscuridad.
Cándido Gerón en Acento.com.do