Son muchos los ciudadanos que, a pesar de sus lauros en las artes políticas, en el servicio público, el quehacer científico y en otras áreas, no figuran en la memoria histórica dominicana. Muchos de sus actos tuvieron un alcance nacional, regional o local, pero su permanencia en el recuerdo se diluyó en pocos años debido, en cierto modo, al desenfoque predominante en las instituciones competentes. En caso extremo se logran las resoluciones municipales y las designaciones de calles en honor de ciudadanos distinguidos. Esto es importante, y lo sería más si se contara con las orientaciones emanadas de la familia, de la escuela y de la sociedad en sentido amplio. Debemos corregir esta situación porque nuestras raíces, en tanto fundamento de la asunción de lo que somos, se debilitan cuando los personajes históricos se tornan invisibles. Que sirva de ejemplo el caso siguiente.
En 1939, el canciller Ernesto Bonetti Burgos solicitó una lista de sabios dominicanos de renombre universal a la Universidad de Santo Domingo, para su inclusión en un inventario de ilustrados que se preparaba en México. El rector Manuel de Jesús Troncoso de la Concha respondió pronto y cortante. Para él, los únicos dominicanos ponderables como sabios y de renombre universal eran los doctores Pedro Henríquez Ureña, de credencias conocidas; y Luis Manuel Betances. De este, basado en datos del doctor Fernando A. Defilló, destacó sus estudios avanzados en hematología y citología, y sus cualidades de investigador mostradas en el Colegio de Francia, donde presentó su tesis doctoral titulada: La granulación azurófila. Desde 1918, fue reconocido por los maestros renombrados de las ciencias médicas en España y Francia, destacando la Sociedad de Biología de París, facilitadora de la compilación y publicación de sus artículos publicados por la prensa científica de Francia. Figura entre los hematólogos prominentes de Europa. A pesar de sus lauros, el doctor Betances destaca entre las celebridades dominicanas desconocidas. Su nombre quedó en una calle de Villa Francisca desde 1934, ocho después de su muerte, pero la puesta en valor de su dimensión ciudadana y científica sigue pendiente. La comunidad académica del país debe tomar la palabra.