La literatura es una forma de vivir y asumir el mundo, haciendo de la palabra su mayor responsabilidad. En los países como el nuestros ni siguiera, los escritores consagrados pueden vivir de ella, aunque con el uso de la lengua de manera creativa se construye el mejor patrimonio cultural de la humanidad.

A pesar de la calamidad económica que viven nuestros literatos en la sociedad dominicana, muchos jóvenes todavía insisten en ser escritores, a través de los talleres literarios, en bien del desarrollo creativo de las letras nacionales.

La joven Cristal Pérez es un ejemplo de ello, ingresó al Taller Literario Virgilio Díaz Grullón, siendo estudiante de Comunicación Social, cuando vi su talento entonces le dije que estudiaría letras, así lo hizo. Escribe poesía, cuento y ensayo. Algunos de sus trabajos han sido publicados en nuestra revista Voz Literaria, con una buena acogida y aceptación. Hoy, para mostrar su tanto literario y crítico, publicamos dos breves ensayos de su autoría en Enecultura y Acento.

Fantasías de un tiempo

Análisis de “Fantasías indígenas”, José Joaquín Pérez

José Joaquín Pérez.

La literatura dominicana encuentra sus raíces en el verso. Tal afirmación parte de que a pesar de la gran cantidad de autores dominica-nos que se dedicaron a la narrativa, gana en sobrepeso el cúmulo de poetas. Cuando nos referimos a los inicios y desarrollo de las creaciones literarias en el país, hay que remontarse a Félix María del Monte, considerado alguna vez como el padre de la literatura dominicana por su profundo patriotismo. Sin embargo, al hacer mención de un poemario tan emblemático para la literatura dominicana como lo es “Fantasías indígenas”, tenemos que indicar que es el primer libro de poesía publicado por un dominicano y el primero que le rinde homenaje a nuestra raza aborigen.

“Fantasías indígenas”, publicado en 1877, presenta una danza de catorce poemas indigenistas que reivindican el problema de identidad tras la colonización. Pedro Henríquez Ureña en su libro “La utopía de América”, afirma que José Joaquín Pérez quiso perpetuar el recuerdo de los aborígenes de la isla y esto es así porque tal poemario revela una nueva concepción patriótica, no partiendo de la división dominico-haitiana, sino desde antes.

Salomé Ureña abre el telón con “Impresiones”, un himno compuesto por decasílabos donde se alaban las Fantasías de Pérez (“¿Quién recorriendo tus Fantasías/ hijas del trópico abrasador/ vibrar no siente las armonías/ de aquella raza que en otros días/ poblar sus selvas Quisqueya vio?”). La profunda nostalgia que denota la poetisa no es más que el preludio de otros lamentos que recorren los poemas, tanto así que, “Igi Aya Bongbé”, frase que reza “Primero muerto que esclavo”, alude a la decisión tomada por algunos indígenas que, frente a las amenazas de los españoles y la debilidad numérica de su raza, optaron por el suicidio. En la décima estrofa se nombra a héroes como Hatuey, Tululao, Bonao, Mayobanex, entre otros.

“Junco verde”, uno de los poemas más reconocidos de las Fantasías, trata de los tripulantes de la triada de naves capitaneadas por Cristóbal Colón a través de la Santa María, los que al ver un “junco verde” se alegraron de estar cerca de la superficie no acuática de la tierra y ante ese milagro agradecieron al creador, pero al poco tiempo de tocar tierra volvieron a su condición depredadora de seres humanos y empezaron un proceso de tropelías en contra de los indígenas que rápidamente terminó en masacre en aquella funesta navidad del 1492. Una de las estrofas declara: “Es un pedazo de aquel junco verde/ que en las algas del mar vio confundido/ y que allí guarda/ porque allí recuerde que está su corazón agradecido”. Sin embargo, más adelante esto se contrasta con la desgracia que dejaron los españoles: “El reposo encontró que nunca hallara/ en el seno radiante de su gloria/ fue su tumba del junco verde el ara/ donde el mundo hoy venera su memoria”.

“Guarionex”, cuarto poema de la serie, posee un fondo histórico ya tratado en “Historia de las Indias” de Bartolomé de las Casas. Las Casas se refiere a las injurias y malos tratos que recibieron el cacique Guarionex y sus súbditos por mano de los españoles y especialmente a los agravios proporcionados por su mujer. En definitiva, José Joaquín Pérez utiliza el conflicto amoroso para poner de relieve el choque entre las dos razas. Este drama y romanticismo siguen presentes en poemas como “Toella” y “El voto de Anacaona”, siendo este último condecorado por su calidad métrica de endecasílabos asonánticos. La carga topográfica o locus amoenus descritos en cada poema a la par de las vicisitudes de la época, recrean un ambiente teatral con villanos, héroes y traidores, desmintiendo la cristiandad de los conquistadores. Guacanagarí es uno de los personajes centrales y a quien se le acusa de haber traicionado a su pueblo, es embellecido por el autor cuando figura arrepentido y vulnerable en el poema “Guacanagarí en las ruinas de Marién”: “Cómplice incauto del poder protervo/ que en el nombre de Dios amor mentía/ llorando en vivo como oscuro siervo/ cuando dueño de todo me creía”.

Otros poemas como “El adiós de Anacaona”, “Areíto de las vírgenes de Marién” y “Vanahi, la hija del Yareyal”, son determinantes para comprender la importancia de la mujer para la época, destacándose entre ellas Anacaona: gobernadora del Cacicazgo de Jaragua y condenada a la horca por Nicolás de Ovando, cuestión que debe ser motivo de reflexión por el hecho de existir un deceso en el rol femenino al exterminarse la raza.

“Areitos” recoge una sucesión de cánticos entre dos amantes, tal como lo hace el libro bíblico “Cantar de los cantares”, dicha inspiración del autor surge por las imposibilidades amorosas suscitadas entre los indígenas. Las exageraciones o ficciones descritas se extienden hasta la prosa con el poema “Flor de palma o la fugitiva de Borinquen” y es aquí donde se manifiesta la versatilidad expresiva de José Joaquín Pérez.

Sin lugar a dudas, además de connotarse un toque místico de nuestros orígenes, estos poemas propician una realidad histórica poco reconocida, pero innegable. Las fantasías de Pérez contrastan con luces una realidad pasada y dolorosa.

Rutina sin nombre

Análisis de “El pozo”, Juan Carlos Onetti

Juan Carlos Onetti, 1909- 1994.

Antes de conocerse a Camus, o algún otro literato existencialista como Sábato, puede decirse que el siglo XX se impregnó de autores que vivificaron el desencanto huma-no y lo absurdo de la realidad. Uno de los escritores más significantes en esta vuelca depresiva fue el uruguayo Juan Carlos Onetti. En su primera novela, “El pozo”, narra la historia de un ser perturbado por la bruma rutinaria de su realidad, la que procura superar buscando refugio en el mundo personal e íntimo de su imaginación, misma que hace exterior como una continuidad de los parques del renombrado Cortázar, sin embargo, el conflicto entre lo existente y lo imaginado, surgido cada vez que comunica los productos de su fantasía, lo condena a la frustración y a las consecuencias del fracaso. (“Tengo asco por todo, ¿me entiende? Por la gente, la vida, los versos con cuello almidonado. Me tiro en un rincón y me imagino todo eso. Cosas así y suciedades, todas las noches”-Pág. 30).

Ni la prostituta ni el poeta logran distinguir qué quiere decirles el narrador con sus ensueños y la inmortalización de los seres. Entonces, no queda sino escribir, "porque un hombre debe escribir la historia de su vida al llegar a los 40 años", y esa escritura se transforma en un acervo de muertes o en un relato infinitamente repetido y callado. (“Solo dos veces hablé de las aventuras con alguien. Lo estuve contando sencillamente, con ingenuidad, lleno de entusiasmo, como contaría un sueño extraordinario si fuera un niño. El resultado de las dos confidencias me llenó de asco. No hay nadie que tenga el alma limpia, nadie ante quien sea posible desnudarse sin vergüenza. Y ahora que todo está aquí, escrito, la aventura de la cabaña de troncos, y que tantas personas como se quiera podrían leerlo…”-Pág. 16). No obstante, pese al idilio de transitar a la ficción para hacerse eco de deseos que se tienen en lo inteligible, Onetti muestra que la ficción también crea una rutina, pero tiene algo más fascinante que la realidad, ya que se elige la rutina que se desea evocar y cuantas veces se anhele.

Si en su obra Onetti decide expresar la aventura del hombre junto a su fracaso, podríamos preguntamos cuál es la aventura. Onetti afirma que son los caminos que conducen al final. A partir de esto se puede inferir que el espectro ideológico yacido en la producción onettiana, es la muerte como principal autor de lo absurdo de la existencia y cualquier intento de darle sentido.

La necesidad de crear vidas imaginadas es una consecuencia de las limitaciones de los personajes y también de su condena; a través de la vida imaginada logran salvarse de su mediocridad. Sostiene Verani al comentar sobre las características de los personajes de la narrativa de Onetti: el primer "soñador" onettiano, que deambula inmerso en sus fantasías y se imagina ser otro, “intento de fuga” de la realidad que lo rodea en busca de un vínculo profundo […] las aventuras inverosímiles de un protagonista que se inventa personalidades para compensar la rutina, la soledad de su vida. El lector no espera, ni debe esperar, una resolución clarividente de la trama; más bien espera ser testigo de lo que Benedetti nombra "la aventura del hombre" y entre esto, las conjeturas sobre la condena, ser espectador del sentimiento de autodestrucción de una rutina que carcome hasta hacerse innombrable.