Que en su monografía “Perfil de Sarmiento” (Cuadernos Americanos, México, septiembre-octubre, 1945, pp. 199-206), reproducida sin el título en su celebrada obra “Las corrientes Literarias en la América Hispánica” (Fondo de Cultura Económica, 1964, p.130), el Maestro Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) haya exaltado, en el contexto del romanticismo latinoamericano, la obra Facundo: civilización y barbarie del escritor, educador y político argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), conlleva, forzosamente, a revalorizar el concepto de humanista que prevalece en los predios intelectuales alrededor de este gran erudito dominicano, idolatrado por estudiosos y pensadores hispanófilos como un ícono continental de Abya Yala.
En ese sentido, ¿cómo podría un auténtico humanista expresar admiración y complacencia por una obra identificada con el ideal europeo, de carácter racista, patriarcal y de franca ideología clasista? El destacado sociólogo e historiador Juan Isidro Jimenes Grullón, quien ha sido desterrado del parnaso intelectual dominicano, en su ensayo “Pedro Henríquez Ureña: realidad y mito” (Editorial Librería Dominicana, 1969, p. 13), advierte de que “el verdadero humanismo tiene que ser real…No consiste, por tanto, en una simple asimilación de la cultura en sus manifestaciones superiores, como pensaron los humanistas del Renacimiento y sus sucesores inmediatos.”
De hecho, el Facundo adquiere en el pensamiento del Maestro dominicano una conceptualización fundamentalmente en torno a las ideas y la cultura, y no en un humanismo basado, siguiendo a Althusser, citado por Jimenes Grullón (ibidem, p. 13), “…en la realidad: la sociedad, en el Estado…” En efecto, Don Pedro Henríquez Ureña, tras considerar que Domingo Faustino Sarmiento es quien mejor “encarna” el movimiento romántico, califica, en consecuencia, la antinomia sarmentina “civilización y barbarie”, Facundo, como “… la obra maestra de su tiempo en América” (Las corrientes Literarias en la América Hispánica p. 131).
Más aún, según el afamado crítico dominicano, además de Sarmiento poseer “…el ímpetu romántico pleno, la energía de la imaginación y el apasionado torrente de palabras” (ibídem, p. 130), el intelectual argentino “Tuvo parte en toda contienda cuyos motivos fuera la libertad y la justicia, y, sobre todas las cosas, la regeneración del pueblo mediante la educación.” (ibídem, p. 132). Por otro lado, el estilo de Sarmiento “… tenía vigor de raza y podría alzarse hasta la brillantez sin esfuerzo”… y “…su lenguaje era ricamente idiomático”. (Ibídem, p. 134).
En ese orden de ideas, así como apunto en uno de mis artículos sobre el escritor argentino (Domingo Faustino Sarmiento, de la metáfora civilizatoria y otros objetos, acento.com.do, 27-07-21), debemos también abocarnos, imperativamente, a reflexionar y sumergirnos en un analisis deconstructivista de la obra de Pedro Henríquez Ureña, con la finalidad de “…establecer una relación entre lenguaje, instituciones sociales y la conciencia o subjetividad individual y colectiva. Ello así, en virtud de que los conceptos del derecho, las leyes, la educación, y demás, se corresponden con una determinada concepción ideológica internalizada por el lenguaje en el contexto de una formación social dada y sus relaciones de poder hegemónico”.
Tarea, precisamente, harto difícil dado un Estado centralizado alrededor del cual se desplazan, por los intersticios del mecenazgo bancario, empresarial y de las instituciones oficiales, los exégetas encargados de reproducir el statu quo bajo los entreveros regresivos, ad infinitum, de una palabra a través de otras palabras (Ludwing Wittgenstein), ostensiblemente dilemas retóricos al margen de un entorno referencial que evidencie la correlación que existe entre la lengua, o los actos del habla, y la praxis social donde se desarrollan los acontecimientos humanos. De tal manera, y refiriéndose a las políticas culturales del continente de Abya Yala, un escritor dominicano de acendrado hispanismo, Tony Raful, apeló, en el ámbito del XII Foro de Ministros de Cultura y Encargados de Políticas Culturales de América Latina y el Caribe, a restaurar “el modelo de este hombre [Pedro Henríquez Ureña] y su pensamiento, declarándolo el soporte, el Maestro, el guía de la tarea irrenunciable de contribuir a la conformación de nuestra patria, con la capacidad nutricia y germinante de las ideas”. (Presencia de Pedro Henríquez Ureña, Escritos sobre el Maestro, p.14).
Pero ¿de cuáles ideas? Apoyándonos en la afirmación de Fernando Valerio Holguín (Pedro Henríquez Ureña: el intelectual mulato postcolonial, Celehis-Revista del Centro de Letras Hispanoamericanas, año 22, nro. 25), “…la inserción [de Pedro Henríquez Ureña] en el canon occidental es problemática en tanto se apropia de la dicotomía civilización/barbarie propuesta por Domingo Faustino Sarmiento a finales del siglo XIX. España en particular, y Europa y los Estados Unidos, en general, vienen a representar esa civilización “superior” frente a una América Latina poblada por negros e indígenas bárbaros, que aparecen elididos en la mayor parte de su obra”.
Contrario al maestro Pedro Henríquez Ureña, el apóstol de la independencia de Cuba, José Martí (1853-1895), había proclamado, en Nuestra América, recurriendo a que sólo existe una raza, la raza humana, sobre la pertinencia de aplicar los conocimientos más avanzados a la realidad de América Latina, y no copiar modelos sobre la base del prejuicio racial, en virtud de que dicho continente es una realidad nueva por su naturaleza misma.
En todo caso, dado que el humanismo del prestigioso intelectual dominicano constituye una concepción asimiladora, meramente, del mundo abstracto de las ideas y la cultura, podríamos, de todos modos, preguntarnos: ¿cuál cultura?, ¿su vasta erudición? A este respecto Juan Isidro Jimenes Grullón afirma que “A esta erudición se debe que muchos escritores lo hayan presentado como un humanista”. (Pedro Henríquez Ureña: realidad y mito, p. 12).
Importante: si bien Domingo Faustino Sarmiento pretende cimentar la identidad nacional argentina sobre la base de la expulsión del “otro”, de igual manera Pedro Henríquez Ureña, dado el soterramiento, de acuerdo a Valerio Holguín, casi total en su obra de los elementos indígenas, afro-caribeños, la presencia peculiar de ciertos rasgos de la cultura popular de Abya Yala, y la materialidad de su propio mulatismo, el ilustre dominicano igualmente pretende fundamentar la conformación de “nuestra patria” no sólo, como señala Raful, “con la capacidad nutricia y germinante de las ideas”, sino también con la exclusión del “otro”.