"… siempre mis aguas tendrán rumores, blancas espumas mi mar azul,
mis tiernas aves cantos de amores, gala mis campos, vida mis flores,
mi ambiente aromas, mi esfera luz". (La llegada del invierno/Salomé Ureña)
Cuando la ciudad te colocó los chips para sobrevivir, no hay aire puro que pueda con eso. Lo bucólico, buenísmo, bonito y renovador, solo está en tu cabeza . Aquí arriba las circunstancias pesan igual .
A las cinco de la tarde es la hora de las ausencias. Los mosquitos atormentan con ganas y sus picaduras son selectivas: los bordes de los codos, el cuello y las manos. Los manotazos vuelan en el aire pero no matas a nadie. Se escapan y vuelven a picar. Marcan territorio y regresan a importunar tu estancia en el paraíso.
El ruido de las motocicletas te hace recordar que aquí también están las molestias de la Gran Ciudad. Es un recordatorio pertinente, incesante y acojonante. A cada motocicleta le regalas una nueva maldición. La reproduces en tu mente, claro está. Los tiempos no están para salir a la calle a insultar donde nadie te conoce. Un tiro en la frente o una puñalada en el costado es lo normal en los tiempos violentos que transitamos hasta que se acabe la aguja del reloj. (Una frase muy obvia. Huyo de lo obvio pero hay días que los clichés asaltan y se hacen dueños del solar).
Luego, está la noche. La memoria se extiende hasta lugares ya olvidados. Aquella vez que caíste preso por jugar pelota en el parquecito del barrio y rompiste con un mal lanzamiento la única farola ciega, sobreviviente de otros play improvisado.
La memoria juega a recordarte los esfuerzos para llevarle un ramo de flores a una mujer que solo habías visto una vez en tu vida y que ahora está tan lejos que parece no haber existido o la noticia de que tu padre ha muerto al lado de tu habitación y tú te tapabas los oídos para no escuchar su agonía. Decidiste endrogarte esa tarde de febrero. Así soportaste mejor el final de su deceso.
Si, estar lejos de la Gran Ciudad es como viajar al interior de uno mismo o comprobar que nada es diferente. Solo cambian las circunstancias. Escribirlo “solo cambian las circunstancias” es otro obviedad, más cliché, es regar las plantas a diario. Nada nuevo. ¿Lo que nos sucede, lo que hacemos, lo que somos y lo que hicimos por otros tendrá algún impacto o solo es el viento rozando las aguas sin dejar huellas?
Siri, no jodas la paciencia
No viviré en espacios monitoreados por artificiales a los que les ordenó " cuélame el café" "Pablo, apaga la estufa" o "Siri, tu maldita madre". No, no viviré más desgarros 3.O . No estaré aquí cuando los Imperios Clonados nos conviertan en humo. Y ahora que leen este disparate, les quiero decir que valoro un millón de veces aquella casita de Canca La Piedra en Tamboril, su tinaja con agua fresca, sus flores de papel y la cocina de fogones de piedra. A mi abuelo Polo fumando cachimbos sentado en su pulpería. Nada, eso. No me gusta lo que va a pasar. Piensen lo que les da la gana. Escribir es una vaina.
Ramiro
Al final me siento en la galería de Ramiro. Ese charlatán se burlaba de mi tristeza, de mi aire de otro mundo, de mi cabeza hacia abajo cuando pasaba por el frente de su casa. Ahora estoy en su galería deseando, después de todo, que la gloria o el infierno le sea leve. Vivir es un gran coniailan y nadie se escapa. Ramiro, esto es chercha, no te quilles . ¿Se quillan los muertos?