La colombiana Soledad Acosta de Samper (1833-1913) es una de las figuras más notables de la segunda mitad del siglo XIX en Hispanoamérica. Historiadora, narradora, cronista, ensayista, con un amplio horizonte cultural, alterna estancias en Europa e Hispanoamérica desde los doce años. En París se educa en distintos colegios y frecuenta las tertulias de intelectuales y hombres de letras con los que se relaciona el padre. Defensora de los valores morales cristianos, en sus escritos se presenta conservadora en materia religiosa, pero positivista abanderada del progreso, en lo que se refiere al papel de la mujer en la sociedad. De ello deja constancia en el ensayo La mujer en la sociedad moderna.

Dolores (publicada en Novelas y cuadros de la vida sud americana, en Gante, en 1869), es una narración corta deliciosamente escrita, que aborda la situación de la mujer en la sociedad republicana en la Nueva Granada. La historia nos instala en el periodo posterior a las luchas independentistas, que permiten una movilidad social inquietante. Al finalizar la guerra, los líderes deben organizar el país en medio de la ruina y el caos. Las mujeres de la élite criolla, viudas o huérfanas, quedan al amparo de la familia.

Contemporánea de Manuela, de Eugenio Díaz, y de María, del canónico Jorge Isaacs, narraciones de las que ya me he ocupado, Dolores se acerca a esta última en su concepción del amor romántico, donde abundan personajes femeninos que mueren sin haber consumado la pasión amorosa. Ambas novelas nos describen mujeres de inspiradora y frágil belleza, víctimas de un mal que amenaza sus vidas. Dolores, al igual que María, es huérfana y vive bajo la protección una tía. Ambas describen la naturaleza americana, la belleza de su flora y los hábitos de sus gentes. Sin embargo, Dolores ofrece también una minuciosa y detallada relación, casi antropológica, de las costumbres de un pueblo de tierra caliente cercano al río Magdalena. La mirada es distanciada, ya que la perspectiva corresponde a quien proviene de la ciudad y ostenta hábitos y valores de las familias cultas de la capital, cuyos ideales estéticos beben de referencias europeas.

Igual que en Manuela, se describen las costumbres provincianas desde la mirada de los señoritos de ciudad que organizan paseos al campo. El rumor de las aguas, el canto de los pájaros, la variedad y belleza del paisaje se convierten en motivo de conversación. Ese ambiente favorecido por la naturaleza, por las bondades del clima y la apacible calma de un hogar de “buenas costumbres” y en armonía con el medio, no está libre de temores y presagios. En Dolores, una sombra se cierne sobre la hermosa muchacha destinada a casarse con un hombre de su misma posición. Un secreto que no debe ser rebelado removerá los pilares de su vida y la paz de los suyos. Se trata de un mal heredado, la lepra, que obliga a Dolores a alejarse de su familia y de la sociedad, creando alrededor suyo un cordón sanitario para no contagiar a quienes se le acercan.

En el aislamiento en la humilde choza que le sirve de refugio, Dolores se dedica a leer, a escribir cartas y a cultivar su espíritu. En una de las cartas que envía a su primo nos deja una frase de regalo, dedicada a quienes aman los libros y destinan una parte importante de su tiempo a la lectura: “Mi espíritu es un caos: mi existencia una horrible pesadilla. Mándame, te lo suplico, algunos libros.”

Quizás fue una metáfora que la autora eligió para también proyectar la sensación de aislamiento que sufría la mujer en la sociedad de su época, cuando, como ella, se entregaba a la escritura y a los libros. La misma decepción sufrió la protagonista de la Femme auteur, de la célebre Madame de Genlis, cuando se atrevió a publicar un escrito suyo firmado con su nombre.

Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do