[A Andrés Acevedo]
Quienes conocemos la obra poética de Dionisio López Cabral, también su vida, nos vemos en la necesidad de hacernos la histórica y debatida pregunta: ¿El poeta nace o se hace? Nadie como él vivió tan poéticamente el mundo. En la educación tradicional, la poesía se enseña como si fuese un regalo divino o de los dioses. Para Platón los poetas eran los imitadores de los dioses, luego viene Aristóteles para quien los aedas eran copistas de la naturaleza. De esa percepción metafísica, el poeta debía esperar el llamado de la musa griega o el de la inspiración, para entrar entonces en una especie de trance poético. Sin embargo, en la actualidad la poiesis es una realización humana, que se concreta en el lenguaje. Es decir, la verdadera causa y razón de ser se produce por medio de la creación de la lengua. De ahí, que cuando buscamos su raíz terminológica, su definición significa creación.
Dionisio nació con la poesía enclavada en su alma, antes de respirar el aire de su existencia. Fue un hacedor de ella, en cada momento fue su modus operandi. Un poeta, las veinticuatro horas del día, nunca tuvo que fingirla como hacen muchos. Era un vaticinador natural, que todavía vive en la brevedad alucinada de sus versos. No necesitó de las amarras de la formalidad discursiva ni de la escritura cerebral, su espontaneidad era su conciencia poética.
Su universo estaba lleno y rebosado de deslumbramientos poéticos. Como un gran imán la atraía hacia él, con una terrible revelaciones y sentencias. Tenía una formación reluciente e increíble. Era un rayo de luz, que atraía la sustancia de la palabra, con acierto y ahínco. No fue un aeda que rebuscaba un lenguaje posado y barroco, sino sencillo, pero de una sabiduría esencial. Nunca fue un poeta de añadidura lingüística, todo lo contrario, de una naturalidad asombrosa, atrapando los instantes del verso puro.
Su teoría poética la encontramos en sus mismos poemas, sin pretender hacer un tratado, sino una reflexión de su propia práctica. Veámoslo en su poema Origen:
«Durmiendo empiezo a crecer
todo mi cuerpo despierto
es una fantasía.
El origen del ritmo
lo conocí en sueño.
Dejar de soñar
es dejar de existir.
Si pienso en cantar despierto
ahí muere mi voz».
Sabe que mientras duerme su poesía sigue trabajando, porque un auténtico bardo nunca descansa ni siguiera cuando está durmiendo. En esa ensoñación, su mente y su corazón están buscando el ritmo de su lira. La poesía, para él, es un soñar despierto para que su voz siga cantando, a través de la imaginación: la inventa y la levanta, desde la trascendencia estética de la palabra. Solo el que vive puede soñar, hacer y apreciar, por ello dice: «Dejar de soñar /es dejar de existir». En un cambio, brusco al final, él descubre que no puede hacerlo despierto, porque moriría su voz. Aunque Vicente Huidobro, en su Arte poética, es más revelador en cuanto a teorizar y aconsejar sobre ella. Origen, es una hermosa e inteligente metapoesía, donde el autor la escribe y la explica para sí mismo. Independientemente, de la conclusión que hiciera, en dicho texto, yo considero que la poesía fue su sueño despierto, además le agregaría dos frases del sarcástico y sabio Jorge Luis Borges: «La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido». «Soñar es la actividad estética más antigua». Era un gran lector de los maestros, como Borges, aunque este último nunca leyera ninguno de sus poemas:
«Soy el otro
que Borges no ha leído.
Esquirla de un cadáver
dormido en el regreso».
(Regreso).
Definitivamente, el brevísimo poema más celebrado y recitado de Dionisio López Cabral, es Enigma:
El enigma
de la lluvia
es morir
para ser flor.
Confieso que he leído a cintos de poetas de distintas lenguas, pero nunca me había encontrado con un poema tan alucinador y brillante, podría hacerse una tesis sobre su significación. La lluvia ha sido motivo de miles de poetizaciones en el mundo, de ella han salido exquisitas metáforas, pero como ese extraordinario texto, ninguno. Decir que el misterio del agua que cae, es morir para convertirse en flor, es algo que yo nunca había escuchado en la poesía, de esa forma tan extraordinaria. El agua no muere, sino que se transforma cuando cae entre las rendijas del suelo, es tan mágico como la poesía.
Igual, nos recuerda al filósofo presocrático Tales de Mileto: «El agua es el principio de todas las cosas». El agua es una materia que es indispensable para la existencia de los seres vivos, incluso el cuerpo humano es, sobre todo, agua. Volvamos al poeta Cabral, el agua no es solo la trasformación de la flor, también es la razón de todo lo que existe. En un poema que eterniza a su creador, pese a su brevedad, es tan grande y complejo como el universo.
Recuerdo la discusión que tuvimos con un poeta, que planteaba que era mejor que Dionisio, porque sus libros eran extensos y de más de cien páginas. Desde luego, esto no es verdad, la calidad de un poemario no se mide por su expansión, sino por su fortaleza y aporte creativo. Aunque los textos de Cabral se editaron de manera informar y en formato de cuadernillos, porque no podía costear sus ediciones. Nunca lo necesitó, su poesía siempre estuvo por encima de su pobreza, material y familiar. Un libro no es bueno o mejor que otro, por cuantas páginas tenga, tampoco porque sea una publicación de lujo.
La poesía no está en la edición, sino en la calidad de sus versos, tampoco en la extensión, sírvase de ejemplo, la tradición milenaria del haiku japonés, poema breve que, por lo regular, solo consiste en tres versos. Aunque nuestro aeda, no respetaba la estructura de ese tipo de poetizar, que tiene 17 sílabas repartidas en tres versos sin rima, de 5, 7 y 5. Sí, tuvo dos características fundamentales: la brevedad alucinada y la espontaneidad asombrosa. En el poema Enigma, anteriormente citado, hay más poeticidad que decenas de poemarios publicados, por supuestos poetas, que nada inventan ni saben.
La síntesis de la poesía de nuestro autor, no viene de tan lejos, sino de su familiaridad como sobrino de Manuel del Cabral, uno de los más grandes y mejores poetas dominicanos, santiaguero que nació un 7 de marzo de 1907, murió el 14 de mayo 1999. Quien mejor definió en un brevísimo texto, la poesía misma: «Agua tan pura que casi/no se ve en el vaso agua. /Del otro lado está el mundo/de este lado, casi nada. /Un agua pura, tan limpia/que da trabajo mirarla». El poeta dadaísta francés Paul Eluard, dijo: «No conozco mejor definición de la poesía que este poema de Cabral». En esa acertada y maravillosa enunciación, del hermano de su padre, también está centrado todo el poetizar de Dionisio López Cabral.
Fue un poeta único y verdadero, que se sustentaba de su entorno para exclamar su universo poético y familiar. Al ver pasar la ida del crepúsculo, le escribe a su abuela Nina, sabedor de que también sus padres se irán, entonces regresa a ellos, a través de su casa:
«Al presenciar
la muerte del ocaso
¿Cómo olvidar
los viejos de la casa?»
(Ocaso).
La primera que falleció fue su codiciada y apreciada madre Dorca Dolores López, su lucido padre fue Antonio Sosa Cabral: un hombre de respeto y arranque intelectual. Vuelve a la nostalgia donde vivió en compañía de sus padres y sus amigos, recordando su calle como una tumba:
«Mi calle
es una tumba
de voces sepultadas
en silencios y murmullos…».
En su poema Paisaje, vuelve al sueño, al abandono y a la muerte:
«He aquí el paisaje del sueño
donde los sonámbulos danzan
y la algarabía es sólo sombra
del horizonte sordo de los muertos.
He aquí el paisaje del sueño
dibujando oscuros gritos
de hombres sin voces.
He aquí el paisaje del sueño
donde una voz muerta asoma
en busca de su destino sepulto
en el jardín de las flores despiertas».
Como se puede percibir, se parece mucho a Origen, repitiendo el tema del sueño, pero ahora, desde la dolorosa penumbra de la muerte, esboza sus «oscuros gritos/ de hombres sin voces. / […] donde una voz muerta asoma/ en busca de su destino sepulto». Nadie lo salvará de ella, no importa su gritería, sabe que: «es sólo sombra/del horizonte sordo de los muertos». López Cabral vivió el mundo y la poesía, entre el sueño y la vigilia, pero seguirá existiendo: «en el jardín de las flores despiertas». Aunque en vida sufrió demás, por la indiferencia de una sociedad que no respalda ni respeta a sus mejores poetas, él quiso testimoniar su agotamiento y su dolor:
«Cansado del camino
divago en una sombra
que hiere mi existencia».
(Divagación).
El poeta y gestor cultural Andrés Acevedo, igual que Dionisio, nos hizo saber, ante la indiferencia de sus familiares y la sociedad de Santiago de los Caballeros, a la que le escribió un canto, que el año pasado sus restos se lanzaron a una fosa común, en el cementerio municipal de «El Ingenio». Por este hecho, deleznable, tengo décadas proponiéndole a las autoridades y compañeros, que debemos construir un mausoleo a los poetas y escritores, para sepultar nuestros héroes de la palabra, e ir a dicho panteón, a honrarlos y leer sus escritos. La situación acontecida, con el poeta de Santiago, como era reconocido, me convida a regresar de nuevo a su pariente, Manuel del Cabral cuando sentenció en su poema Aire durando: «¿Quién ha matado este hombre/ que su voz no está enterrada? /Hay muertos que van subiendo/cuanto más su ataúd baja…».
Bibliografía de sus fascículos poéticos:
Origen (1983), Aura de olvido (1985), Huecos sellados y un canto a Santiago 500 Años de su fundación 1495-1995 (1995), Identidad (1994), Soles de agua (1999), Espanto de la sombra (2000), Dolor de ser (2002), Memoria azul (2003), Ni sombra de perro (2004), Alegoría vital (2005). Poemas suyos se encuentran en algunas antologías de Santiago y el país. Por ejemplo, en la nuestra titulada La poesía contemporánea de Santiago: antología 1977-2005, insertamos un conjunto de poemas de sus distintos opúsculos, páginas 97-102.
Igualmente, publicó: El primero tomo de las obras completas de Tomás Morel (1994), Memorias poéticas de Santiago (2005), Elementos permanentes del carnaval de Santiago. En vida fue reconocido por algunas instituciones de Santiago: Taller Literario Virgilio Díaz Grullón, recinto Santiago de la UASD, 1995. El Ayuntamiento de Santiago lo declaró Hijo Distinguido, 1998. Colegio Cardenal Beras, lo reconoció e hizo un concurso anual de poesía con su nombre en el 2000. A la hora de su fallecimiento, era gestor cultural y literario del Viceministerio de Cultura de la Región Norte, que dirigíamos.
Aquellos indiferentes del cementerio municipal que pusieron tus restos en una fosa común, tú le respondiste en el breve poema Gritos:
«Cómo duelen
estos gritos
que multiplican mi voz!»