Las amenazas de las fuerzas del terror
Con la aparición y dominación del capitalismo se recrudece la idea de que los pueblos no deben desarrollarse culturalmente. Mientras se cultive la ignorancia, los capitalistas tendrán más posibilidades de dominio y extorsión.
Con el desarrollo del sistema capitalista, los pueblos se sentirán deslumbrados por el avance de la tecnología, pero sin tener acceso a ella. La cibernética, por ejemplo, transformará en gran medida la visión que se tenía del mundo como totalidad, y la ciencia, independientemente del control ejercido por los dominadores, escapará mínimamente hacia un sector importante del pueblo.
Lo mismo sucederá con el arte, pues a pesar del control ejercido por la burguesía sobre los medios de comunicación, el teatro, en tanto que expresión genuina de los pueblos, no cesará, en su dinámica expresiva, de abrir nuevos horizontes para el hombre oprimido.
El teatro es un instrumento del pueblo que se transforma constantemente, más allá de las cadenas que pretenden atarlo y de los vicios que intentan contagiarlo para que se aparte de los ideales nacidos de la honestidad y la justicia.
Aunque nos ofrezcan como teatro cualquier cosa, este late en el corazón del pueblo, aun ignorándolo las grandes mayorías. Basta que un solo ser humano comprenda esta contradicción para que el teatro jamás muera ni pierda la energía de su esencia.
En nuestros tiempos, las fuerzas de la bestialidad, aupadas y amamantadas por el sector financiero, son las que pautan qué debe consumir el pueblo, por eso, arrancan de raíz las formas originarias del teatro y las echan al olvido. Entonces imponen la trivialidad y la cursilería en las imágenes y palabras que habrá de consumir el pueblo. Así, será más fácil la expansión del capitalismo, porque mientras el pueblo se deforma con sus ofertas, será menos contestatario y obrará en función de los intereses del gran capital.
Vivir y actuar sin comprender la dimensión social de estos preceptos es sumarse a la política de alienación trazada por las fuerzas dominantes y ser cómplice del destierro de la cultura popular. Con semejante actitud, le allanaremos el camino a las fuerzas de la bestialidad para que impongan su política ideológica y económica. Por eso, no es casual que los medios de comunicación difundan, en términos generales, noticias de hechos y actividades que en cuanto a su forma y contenido son la negación de los principios sustentadores de la cultura popular, y no es casual tampoco que los representantes del capitalismo inviertan sumas millonarias en eventos intrascendentes y nieguen recursos para el fomento de actividades artísticas sanas e inteligentes. Esta realidad se expresa en todos los aspectos de la vida: nada escapa a las amenazas de las fuerzas del terror, cuyo objetivo primordial es fomentar el vicio, el consumo sin límites, la ignorancia y la violencia entre los propios oprimidos, es decir, entre nosotros mismos. Trastocada la idea de la violencia, el pueblo se enrumbará por caminos escabrosos, torcidos y retorcidos, y le será difícil, mas no imposible, enfrentar lo que realmente le impide su desarrollo. Es lo que hemos visto y vivido hasta hoy, y el teatro ha sido un fiel testigo, razón por la cual debe seguir vivo, asumiendo como suyo el reto de enfrentar la vida pueril y dar pasos firmes hacia la conquista del hombre liberado del tormento impuesto por la desigualdad social.
Al pensar en las tantas amenazas de las fuerzas del terror, me llegan a la memoria unos versos que escribí hace tiempo; permítanme transcribirlos:
En la carne, sangre;
en la sangre, liquen
propicio a divinidades tutelares.
Saltos y cantos para los dioses
en los huertos insondables
del tiempo en la memoria.
Esqueletos que danzan,
esqueletos que tocan,
esqueletos que cantan:
Unas manos groseras arrancaron
sus huesos en las noches etéreas.
Luego, gargantas degolladas,
cráneos apaleados
y una máscara desencajada y muerta,
que habrá de revivir
en los tiempos venideros.