La maquinaria infernal de la Iglesia

Hemos dicho que no todo lo que el hombre o los pueblos hacen es positivo para el desarrollo de una conciencia liberadora, y lo reiteramos. Sucede que en el devenir de la historia de los pueblos y con el surgimiento de las clases sociales, los sectores dominantes  solo enarbolan las tradiciones negativas en aras de embrutecer al pueblo. Esto, por supuesto, tiene un origen ideológico. Tanto los esclavistas como los señores feudales y los capitalistas han controlado, desde el poder mismo, todas las manifestaciones creativas del pueblo, malogrando así su desarrollo.

El desarrollo consciente de las actividades creativas de los sectores marginados es una de las armas más poderosas con que cuenta el pueblo para enfrentar y destruir a sus opresores, y la historia de las luchas sociales, que es la historia de las luchas de clases, está llena de estos ejemplos.

Por eso, lo que empezó siendo eminentemente popular, más en su forma que en su contenido, como el teatro, se constituiría en uno de los objetivos inmediatos a combatir desde el instante en que surgió la propiedad privada. Es lógico que los esclavistas, en su afán de dominar al hombre física y mentalmente, trataran de mutilar las esencias populares de la creación teatral, pues nunca existió un medio de comunicación y de participación colectiva más poderoso que el teatro.

Desde que la danza, la música, la máscara, el maquillaje y la palabra se unieron en una sola expresión artística, el teatro afloró como una fuerza volcánica al servicio de las reivindicaciones de las grandes mayorías. Por esta razón, los poderosos esclavistas concibieron rápidamente la idea de que las manifestaciones teatrales no podían continuar en las plazas públicas. Era necesario, para sus planes de dominación, encerrarlas en cuatro paredes. Claro, estas cuatro paredes eran la antítesis del origen del teatro, que nació libre como el vuelo de las aves y, libre al fin, no se sometería a ninguna estructura preconcebida, porque además el teatro no es el resultado de un solo hombre, sino de la unidad de colectividades humanas con características diferentes, lo cual le dado una categoría social universal y un signo regido por lo popular, sobre todo por los aspectos que ya hemos destacado.

Lo popular no implica el encuentro de cientos de seres humanos en una actividad artística ni que lo ofrecido como arte le guste a todo el mundo, pues si fuese así nos veríamos tentados a afirmar que las ofertas que nos venden como recreación tienen un matiz popular, lo cual es falso.

Dibujo de Haffe Serulle.

Popular es la búsqueda de la verdad a través del conocimiento objetivo, por tanto, es la negación del populismo, que es precisamente lo que nos ofertan los enemigos del conocimiento.

El populismo embrutece. Lo popular educa y transforma, y nos prepara para el desempeño de una vida digna.

Encerrado en las cuatro paredes, el teatro perdió su vitalidad creativa. Así, con casi dos milenios de encerramiento, es poco lo que queda de él, de su origen. No obstante, a pesar de estas limitaciones, el teatro popular continuó desarrollándose en el seno de las clases oprimidas: ¡qué suerte que paralelamente a la cultura que nos imponen las clases dominantes crece y se desarrolla la cultura popular, que será asimilada y promovida por los más conscientes! Sin esta contradicción, los pueblos dejarían de existir en tanto en cuanto es imposible concebir la vida sin arte.

Retomando de nuevo el pasado, debe quedar claro que durante el feudalismo el control de las manifestaciones teatrales fue absoluto porque intervino directamente la Iglesia, con su secuela de banalidades. De ahí que a lo largo de la Edad Media el teatro se viera  sacudido por uno de los momentos más críticos de su historia, con el revés sufrido por la ciencia y la filosofía en poder del aparato clerical-feudal. Las ideas renovadoras fueron aniquiladas: afirmar que la materia se transforma por ella misma y no por obra divina es caer en las garras asesinas del poder eclesiástico. Quienes se orienten por los principios naturales de la evolución, negadores de la creación, serán acusados de brujos y malhechores: su destino será la hoguera, el mismo que le espera a todo tratado científico que cuestione los lineamientos impuestos por el aparato clerical-feudal.

 

Haffe Serulle en Acento.com.do