La luz que se te escapa porque es tan leve esta paz en Santo Domingo, tan volátil estas manos que tratan de asegurarse algún árbol, el verde que le resta a la vida.
Pero hay seres que te imantan con su alegría, su creatividad, su manera de compartir y dejar en la Isla cultural su impronta, sus miradas, sus gestos tan marea alta y vámonos ya a pasear.
Hablo de Cristina Rico-Bornay, española, cooperante, madre de Cigüa y amiga de un chorro de gente, un nombre imprescindible a la hora de pensar la cultura dominicana de los últimos ¿cuántos años?
Llegó a Santo Domingo impulsada por una curiosidad que ya en su infancia tenía a un tío recurrente en sus fines de semana familiares: el mismísimo poeta Rafael Alberti. Seguramente en aquellas palabras de la infancia habrá resonado la palabra “América”. De todos modos aquí ya estaba Cristina Rico-Bornay, la segunda en el Centro Cultural de España y muchísimas veces más que la primera. Los nombres que la precedían en aquella Casa de Gorjón eran inmensos. Solo menciono dos, para no ir muy lejos: Ana Tomé y Ricardo Ramón Jarne.
Imbuidos por la curiosidad, la valoración del talento local, la convicción de que sí se podían hacer muchas cosas buenas en nuestra media isla, Cristina se unió en lo espiritual a ese par, sin descontar la gran labor de Javier Aiguabella. Lo que mal que bien trataba de hacer el Ministerio de Cultura, aquí se desplegaba en su esplendor: la vanguardia del arte nacional, la memoria, el documento legible, pensable, asequible.
A ese enorme legado de exposiciones, presentaciones y recuperaciones, Cristina Rico-Bornay le agregó muchos nuevos elementos: la valoración del diseño editorial, el amplio ciclo de memoria urbana, aquellos diálogos y exposiciones sobre la Ciudad Colonial, Gazcue, El Polígono, por no hablar de novedosas intervenciones en el mismo espacio urbano.
Pese a la muy variada marca que cada director trataba de agregarle al Centro, con éxito o sin lumbre, ahí estaba Cristina, en una moderada segunda fila, haciendo rehaciendo entuertos. Porque sí, porque tampoco es fácil navegar entre tantos egos revueltos, ñoñerías tropicales, vuelta a esos resabios de esquina que poco brillo alcanzan, pero que tampoco dejan de fastidiar.
Ahora que Cristina tiene un pie fuera de esos predios, que sentimos los principios de su ausencia en el Centro Cultural de España, tratamos apenas de situar sus aportes como si heredásemos valiosas vajillas o atuendos como tesoros. Hay que volver a la dinámica de esas exposiciones, al aire fresco de aquella ideas que tanto han fructificado en los jóvenes artistas. Volver al brillo, pensar que cuando se pone el alma con el talento y el amor y la voluntad porque las cosas salgan bien, se puede lograr un nuevo mapa de los buenos relumbres.
De todos modos Cristina se quedará en la Isla. Se moverá hacia nuevas playas locales, y seguro que podremos seguir compartiendo ese espíritu orfebre suyo, de esa arquitecta “como me da la gana” que es, a esa maga que transforma pedazos de maderas en pequeños jardines de la Alhambra en el mismo patio.
Nos sentiremos felices porque también Cristina habrá encontrado nuevos motivos para crecer, aunque sea a costa de esa reducción con sus palabras que tendremos, de ese a cuenta gotas donde nos habremos de insertar.
¡Cristina Rico-Bornay! ¡Gracias por tanta ternura, amor, pasión, curiosidad, apostar por tantos locos! ¡Cris! ¡Danke!