En los textos ubicados en el campo amatorio, la descripción de la circunstancia afectiva suele mezclarse con la relación de elementos y personajes del entorno. No canta un amante embelesado en la persona que constituye el objeto de su atención. No lloran o celebran unos sentidos sin conexión con el territorio callejero que espera más allá de las puertas de la fascinación. La Poética del Pensar de Mármol es también un testimonio de pasiones desbocadas: Pasión, fuerza pensada mucho más que sentida…Pasión, razón nublada mucho más que pulida… Riega en mi pensar sus aromas y ardides… El amor se convierte en contemplación de la existencia, del objeto del deseo, de la facultad humana de enamorarse. El deseo emana del pensamiento, hace yacer al sujeto poético, esa imitación del hombre real que habita fuera del lenguaje. Lo que para ese hombre es la búsqueda simple de una satisfacción, el deseo, es para el poeta un cántaro abierto, ya sin bordes, una constelación, un desastre natural, una condena. Ese hombre es el animal imperfecto encantado por otro animal manchado de mortalidad y sombras. El amor convierte en carne con alas al ser humano amado y el deslumbramiento arquetípico del poeta por la belleza física toma forma de éxtasis creativo, de ráfaga de fantasía por medio de la palabra:
Nada por tus párpados un pez bello y fugaz y en la negra chorrera de tu cabello tieso, un celaje de carne con alas suena y brilla. No mis ojos te dibujan, no mi trazo maculado. No mi arte la perfila; es el agua desbordante que me asalta con mirarte, untadas por imanes lascivos ambas manos, y no importa que estés muda porque hablas con tocarme.
El poema Transparencia propone un fresco del paso del tiempo y del ritmo de la cotidianidad en la ciudad: todo esto en la síntesis de un día, fragmento de tiempo, duración luminosa y sede de la sordidez y perdición de quienes se levantan a buscar el pan desde innumerables incertidumbres. El día es el territorio de los más variados acontecimientos, es la conjugación habitual de la belleza y el espanto que propone la vida. Desde la perspectiva del poeta lo diurno es signo de trabajo, agitación, aglomeración, caos urbano. El día es la presencia espesa de Santo Domingo y sus millones de almas luchando por sobrevivir. Hay una clara oposición con la noche, ámbito de placer, reposo y algazara.
Una emisora cuenta sucesos lamentables., colisiones de trenes, hordas grises en marcha… El día está provisto de superficies tristes, alaridos cortantes, vendedores cansados, hembras insinuando portentos inguinales (…) El día es un museo de brillantes aristas, luz que pide a gritos nuevo soplo de luz. Día y noche se persiguen por rutas inencontrables, su desencuentro crea lo perpetuo y lo fugaz. Guarda cada día una noche que le ausculta y cada noche un día a sus pies arrodillado.
El barrio carioca de Copacabana ofrece una contemplación del turista en medio de la festividad popular y los excesos. Es la noche internacional, el clímax del hedonismo. Atrás ha quedado el afán matutino de Santo Domingo y de Brasil. La noche es compasión, olvido, serenidad. En cada cultura suele haber un código ético distinto en el día y en la noche. Esa distancia axiológica según el avance del reloj se presenta con claridad en estos versos, donde se pasa de la tristeza a la excitación:
Bajo la noche mansa y deleites votivos, la ciudad enternece a esbirros y sicarios, a presbíteros jóvenes de agobiante pobreza… Los cariocas son presa de la veneración a los dioses del aire, del sexo y del sol. Solitario me dejo flotar por pinos altos y cenagosos lagos, en un corrillo espeso de la noche más clara… Río de Janeiro, ciudadela del cosmos… Ahora la gente danza, ríe, se saluda, la pelota de futbol, el samba, el alcohol.
Serenata y El mar, figuraciones son cánticos nostálgicos de la infancia perdida. Al mirar fijamente el mar, la ciudad, las calles, los patios, la memoria se vuelve un instrumento de resurrección de instantes rurales: el río Camú , que arropaba los techos en la infancia, es apenas un chorro de lodo residual. En ambos poemas se nombra al río desde el presente citadino. El río disminuido también es el niño antiguo, el adulto actual que solo por la poesía y la memoria recupera la plenitud de su historia: Herido en mí agoniza el sonido de la noche, y no es que lo recuerde, habito en mi pasado. En Poeta y máscara se aprecia esa fascinación simultanea por la palabra y la memoria. Hablar y escribir son sucesos de lenguaje con consecuencia poética. Y son sucesos inasibles igual que el tiempo, el devenir, el existir, el ahora y aquí: Las palabras son hojas de milenario viaje; son piedras lavadas por lágrimas y sangre; son espadas colgadas de una inmensa nostalgia, frutos celebrantes del cambio de estación.
Cuerpo de idioma presenta un tributo a la palabra como ¨mi amor postrero¨, ¨el culto a lo vencido¨, ¨mi antorcha, mi destino, mi pecado¨. Leer y escribir le resultan al poeta actos merecedores de atención filosófica y dispositivos de alteridad: Yo se vuelve niebla cuando su mano escribe y se descubre otro al momento de leer… En Germinación también se aborda esta potencia del lenguaje: Digo una palabra para nombrar un tiesto y el sentido se abre del mundo en el instante… Que la voz estalle poderosa de mi verbo y haga incendiar el templo del subsuelo marino. La reflexión poética de Mármol se desplaza por un vasto conjunto de temas que le inquietan. La medida de su yo es el escrutinio de la multitud, de todo lo que le circunda, del avance de los años sobre su propia piel y sobre la superficie de la historia. Es por esta diversidad de incursiones de la poesía de Mármol que Amable López Meléndez dice de él:
(José Mármol) logra proyectarse como el más riguroso, productivo y efectivo provocador de una práctica textual que asume la vida, la muerte, el amor, el erotismo, el viaje introspectivo, lo metafísico, la espiritualidad, el misterio, la intuición, el pensamiento, el lenguaje y las devastaciones existenciales del Ser como “territorios” propios e inagotables de la imaginación y la creación poética en Santo Domingo.
Como en toda su obra, la mirada de Mármol hacia el ser humano es la de una criatura acechada, amenazada, que no deja de ser prodigiosa, que se regocija en su finitud. La muerte ha tenido vocación de persistencia, reconoce en el poema Destallar el horizonte. La voz poética es la del indefenso gozoso, el mártir metafísico: Yo no sé si podrán mis huesos con sus ácidos, mi carne con sus ásperos filos de pezuña, mi débil pensamiento con su volcán de niebla. Se identifica a la muerte no como a un visitante trágico, no como a un accidente que acaece, sino como a una potencia superior a la persona. Pezuña, volcán: animal y geológica representación de una jerarquía de la naturaleza sobre el liróforo. El dios baja, la naturaleza baja a matar al hombre, a la mujer, a los amantes, a los transeúntes, a los felices, a los desesperados. A la muerte no se le sale al encuentro: ella desciende, feroz, pisa, arropa y ensombrece los huesos, la carne, el pensamiento. Todo lo suspende. El dios más triste baja a palpar lo humano.