José Mármol es un poeta autoexegético. Su praxis como escritor está precedida, acompañada y sucedida por un opulento ideario en torno a la poesía y, al discurrir paralelas su poetización y su teorización sobre la literatura y el lenguaje, su obra, que a veces se presenta sintácticamente densa, aparece pasible de una iluminación crítica que él mismo esparce en sus ensayos y artículos. La palabra se le revela no como mediadora entre la conciencia y una realidad transparente, no como vehículo hacia una verdad exterior al sujeto, sino como expresión de inmanencia, afán de revelación íntima. La condición de la palabra como puente es solo formal, no esencial. Si el poema no solo significa, sino que es, como él declara, entonces no puede ser un artefacto mimético ni conducente hacia una realización positivista. El mundo es un galimatías: al producirse la palabra poemática no se imita su dispersión, sino que se esculpe una materia sígnica distinta profundamente al orbe, la voz y la mano en que se encuentra contenida. Escribir un poema es la voluntad de traducir un instante psíquico irrepetible. Es también señalar una tormentosa relación entre el lenguaje y su soporte carnal, mundano.

El arquetipo del poeta que reflexiona sobre su cualidad como creador, sobre la lengua, sobre la genealogía de su literatura, es moderno: fue especialmente decisivo en el intervalo de las vanguardias poéticas canónicas. Mármol, extendiendo esa estela, no intenta interpretar explícitamente su creación desde un modelo formal, pero sí proyecta unos propósitos estéticos y cosmogónicos ante la tarea de crear y, como ya he señalado en mis impresiones sobre El ojo del arúspice, da sustento hermenéutico a la relación de sus coetáneos (y la suya propia) con respecto a la tradición poética dominicana. Para interpretar la línea discursiva trazada en Deus ex machina resulta altamente oportuno conocer los postulados contenidos en su libro La Poética del Pensar y la Generación de los Ochenta. Esto, a mi modo de ver, porque en este poemario su autor ha logrado corresponder con puntillosa fidelidad las reflexiones de su poética como ¨orden de sentido binario¨ (¨lectura de quien escribe¨, ¨escritura de quien lee¨) y ¨saber de superficie¨ (tratamiento ¨simbólico plural¨ de la cotidianidad) que encuentro en el citado ensayo.

En algunos grandes poetas la asunción de un estilo personal se produce tras los primeros libros, tras un esforzado ensanchamiento de sus competencias lingüísticas que traspasa la aparente estrechez del idioma. En Mármol esta operación tiene lugar desde sus primeros poemas: en el aderezamiento gramatical y en la apelación a un orbe multívoco, poblado de significados inagotables, imposibles de cercenar, por lo cual vuelve a palabras y realidades ya frecuentadas para darles una vida nueva. Deus ex machina es una consolidación de las intuiciones ya aparecidas en su primer libro y revisitadas en su coherente observación del ¨hecho concreto en su complejidad ontológica¨. En este poemario se desarrollan, además, nuevas cavilaciones desde la apropiación de personajes, tramas y memorias: como veremos, ya se ha estudiado con acierto el aire narrativo que le confiere el autor a este texto servido en prosa poética.

El poema que inaugura este libro puede tratarse tanto de una invocación, una solicitud o una transferencia de responsabilidad cósmica: Arroja tú los dados, Señor, te ha llegado el turno y es invierno. La temprana mención del tridente y del mar nos remite a Neptuno, guiño que concuerda con el título del poema y del libro: Deus ex machina es una expresión griega que significa ¨dios desde la máquina¨. Se trata de un recurso, popularizado por el dramaturgo clásico Eurípides, en el que una situación irresoluble era desenredada por un dios que intervenía súbitamente en la obra. El dios del poema no llega de sorpresa: se le ha pedido que intervenga, que de su mano concreta emane el destino. Es un dios que puede temer ante la tarea que tiene por delante: Despídelos sin miedo de tu anchurosa mano. Un dios que estaba en reposo o en otro afán, y ahora es su hora. El tiempo pasa rápidamente de invierno a verano, y todavía el dado está en la mano. Hacia la muchedumbre y el desastre apunta el cielo. ¿Será para salvación la jugada divina? ¿Será para ponerle limite a la hecatombe?

Con una estructura dramática y mitológica, con un universo elíptico que asoma su realidad sin desnudarla enteramente, el poema, uno de los mayores de su autor, es un relato de la existencia como un nudo perpetuo. Solo un dios diligente puede tener éxito en resolver lo imposible. ¿Cómo saber si le irá bien, si nos irá bien? Se nos plantea un enigma totalitario.