Tras varios meses absorbido por las labores académicas, retorno a mi rinconcito de Acento para ocuparme de un libro que leí al término de este año y que me produjo una gratísima impresión. Se titula Después de tanto arder, de la autoría de la poeta dominicana Soledad Álvarez. Esta obra fue galardonada en el año 2022 con el XXII Premio Casa de las Américas de Poesía Americana, en Madrid, España, por lo que fue incluida en la prestigiosa Colección Visor de Poesía.
De entrada, debo aclarar que no conozco la obra de Soledad Álvarez; no he leído ningún otro libro suyo. Me considero, pues, un lector situado en la periferia de su obra poética. Por eso, este artículo-ensayo no tiene la pretensión de alcanzar la densidad de un trabajo crítico especializado. Aquí sólo dejo una constancia de la satisfacción que experimenté al leer Después de tanto arder. Quede la crítica especializada reservada a los expertos en su obra.
Adquirido ya casi al final del presente año, con cuánta complacencia leí el citado libro. Ninguna obra poética contemporánea de las que he leído recientemente me ha satisfecho tanto como éste. Quizás se deba a la inclinación tenaz de mi espíritu hacia la nostalgia; pero aparte de eso, que es más atribuible a la temática del libro, me place la forma en que la poeta escribe. Sus estrategias discursivas, su retórica mesurada, tan bien articulada en sus versos. Versos aparentemente sencillos, pero convenientemente ataviados por la retórica de la elegancia.
Y es que los poemas que integran este libro son hasta cierto punto directos, ajenos a un excesivo rebuscamiento o a un hermetismo barroco. Son poemas de la cotidianidad, codificados en un lenguaje sencillo. Pero en ello reside su autenticidad y su belleza. Y aquí es preciso aclarar: nada de sencillez pedestre, sino sencillez elegante, llena de matices que tocan el alma del lector sensible.
Algo que llamó mi atención es que los poemas incluidos en este volumen están entretejidos de letras de bolero e, incluso, de tango; así que contienen abundantes guiños de intertextualidad musical.
En muchos de estos poemas aparece en escena una mujer adulta que desde el presente (el presente de la enunciación) evoca a la joven muchacha que había sido, llena de sueños e idealizaciones que finalmente no se realizaron, y acabaron en desengaño y frustración. Y es como si esa mujer que protagoniza los poemas quisiera recuperar en esos versos –y a través de la memoria del corazón– los sueños e ilusiones perdidos en la rutina hogareña.
El libro contiene veinticinco poemas, breves, que se distribuyen en tres secciones, tituladas “Oficio de casada”; “Bares y boleros” y “Tiempo oscuro”.
Veamos, a vuelo de pájaro, algunos de sus poemas. Iniciamos con la primera sección: “Oficio de casada”.
“Bodegón” es el poema que da inicio al libro. Estructuralmente está dividido en tres breves bloques, ya que no está formado por estrofas regulares.
Si nos detenemos en el título, primero hay que partir del término que designa el poema. Bodegón es un cuadro compuesto por imágenes de alimentos, especialmente frutas. Pero, para ser más precisos, vayamos al diccionario de la RAE. Esta nos dice que se trata de una “composición pictórica que expone como tema principal frutas, verduras, caza, pesca, etc., y objetos domésticos diversos”. En el poema, el bodegón es un cuadro formado por todos los objetos que están en la cocina (“la fuente de frutas, la barra de pan, el queso impávido”…).
Como obra de arte, un bodegón puede resultar bastante atractivo, pues en él se destaca el colorido de los objetos caseros y la viva intensidad cromática de las frutas, pero el cuadro al que se refiere el poema no lo es, pues es la expresión de un mundo de deberes y desvelos. La suma del trajín de cada día, la rutina que demanda el papel de esposa eficaz y madre abnegada, a expensas de “su sed de cielo, su hambre de entrañas”. Es decir, sacrificando su vida interior, las demandas del espíritu. Es como la mutilación de una parte esencial de la vida para cumplir con un rol preestablecido.
La mujer (la que habla desde el poema, pero que bien puede tomarse como arquetipo del género femenino) es aquí un ser despersonalizado, viviendo la vida según el rol que le han adjudicado socialmente, para cumplir con unas expectativas que no eligió personalmente, sino que estaban ahí, fruto de una convención que ya estaba formalizada. La sumisión (y la simulación) es el precio a pagar para cumplir con las expectativas en cuestión, pero, interiormente, es una mujer deshecha. Para satisfacer tales exigencias, desde temprano en la mañana se levanta para tener preparado a tiempo los alimentos de su familia. Así, apenas iniciada la mañana, “habrá puesto el mantel tenedores platos / y en los labios insomnes / mordidos por el vacío / la mejor sonrisa”. Esta mujer es, pues, víctima de un despojo: todo lo que le es entrañablemente querido ha tenido que sacrificarlo en aras de una relación conyugal y familiar llena de baches, pero socialmente legitimada.
Muchacha enamorada
Es uno de los poemas cuya lectura más me emocionó.
El yo lírico, la mujer que recorre los diferentes escenarios del poemario, se evade de sus habituales labores y evoca, mientras lava los platos sucios de la cena, los años de juventud. Entonces, sustituida la visión de la realidad que tiene por delante, ve con los ojos de la memoria a aquella muchacha ilusionada, cortejada por un hombre que prometía amor eterno. El tierno amor con que ella le correspondía ahora se encuentra corroído por el cansancio, la rutina, la individualización de lo que fue un proyecto de dos, hoy venido a menos.
Todos los que hoy somos adultos pasamos por ahí, fuimos jóvenes y padecimos de idéntica idealización del matrimonio y del futuro junto a una persona que nos complementaría y llenaría nuestros vacíos existenciales… Y muchos, luego, sentirían que esos vacíos se hacían más grandes, y que las promesas de felicidad compartida devendrían en una espiral de humo. ¡Ah, la inocencia de la vida!
La etapa de enfriamiento de los fuegos artificiales de la primera juventud genera experiencias y reflexiones que se traducirán en lecciones de vida, resultado del aterrizaje forzoso en la realidad, cuando nos convencemos de que hemos apostado a una felicidad escurridiza y prácticamente inalcanzable. Casi todos somos sobrevivientes de ese naufragio.
Recuerdos de boda
Se trata de una reseña poética de la boda de la mujer que protagoniza estos poemas. En apariencia (sólo en apariencia) no es ella quien habla, sino un sujeto enunciador que emite un discurso en tercera persona, tal como ocurre en los relatos con narrador heterodiegético. No obstante, pronto nos damos cuenta de que es la propia mujer la que asume el rol de narradora, sólo que lo hace recurriendo al procedimiento del desdoblamiento. El mismo yo, situado en otro plano, como tomando distancia, relata los pormenores de sus nupcias.
Casi todo el texto lo ocupa una descripción de los detalles del casamiento: el velo, la corona, el desfile por el centro del escenario, el olor de las flores, el sonido de la Marcha Nupcial… las lágrimas de la madre, las prescripciones de una tía para ese momento protocolar, la intensa emoción de la ceremonia, que le hacía inmune a ciertas incomodidades del vestuario y del acto mismo. Describe estos detalles, como forma de conjurar las frustraciones que llegaron después. Así, al referirse a las lágrimas de la madre (“-¿por qué en las bodas siempre lloran las madres?”-), que ella atribuye a una anticipación de futuras amarguras y desengaños, dice que “debía haber sospechado / pero la ilusión de amor es obcecada”. Además, “él estaba tan hermoso frente al altar / con su traje nuevo” que nada de eso le importó. Había sucumbido al atractivo de él y a toda la ilusión que se había alojado en su corazón de jovencita enamorada.
Al retornar de la ensoñación, situada otra vez en el presente de la desilusión y los desengaños, dice que de aquellos bonitos recuerdos sólo sobreviven en su memoria “los granos (de arroz) que quedaron atrapados en su seno / y cayeron a la cama cuando él la desvistió”. Crónica de una relación sentimental felizmente iniciada y luego arruinada por los años de monotonía, de los deberes del hogar y la acumulación de desengaños. Es la historia de una mujer, tal vez fictiva, pero que podría ser replicada por muchísimas mujeres del mundo, como ya hemos señalado más arriba, atrapada en una oscura urdimbre de deberes y sacrificios personales, sumida en una profunda insatisfacción personal.
Campo de batalla
Este poema presenta un escenario donde la casa se convierte en un “campo de batalla”. Allí están los cuerpos con los que se ve forzada a lidiar una mujer en sus días de limpieza. Así que, plumero y escoba en mano, “como armas”, debe batirse en duelo contra la casa en su conjunto, con sus variados compartimentos y sus múltiples objetos: muebles, televisor, paredes… Imbuida en su mundo doméstico, “ella todo lo remueve / lo percute, lo limpia contra todo acomete”. Sólo hay algo que está más allá de ese mundo de tedio y de fatiga, algo que es como un espacio sagrado donde se refugia para hacer frente a la monotonía de la vida hogareña: “el trastero de los recuerdos / el rincón de la muchacha que fue la espera / le hace señas le dice que no siga que se salve”. Es el yo no recuperado de la mujer que se soñó libre, eternamente enamorada, feliz y realizada. Esa otra mujer que había sido y que no existe más allá de sus ensueños juveniles, la que quedó atrapada en el tiempo, inmersa en una red de deberes y resignaciones.
Shabat
El título es el nombre en hebreo del séptimo día de descanso. De ese vocablo proviene el nombre sábado. Aunque, como sabemos, el día del descanso pasó de sábado a domingo. Esto se oficializó a partir del 7 de marzo del año 32 (DC), para consagrar la resurrección de Jesús en la madrugada de un domingo, según la tradición bíblica. Se hizo por disposición del emperador Constantino, quien trazó muchas de las pautas de la religión cristiana que sustituyó la religión pagana hoy conocida como mitología.
Este poema sigue a “Campo de batalla” por lo que consideramos que está en el lugar adecuado, pues luego de un trabajo agotador lo que procede es el descanso. El símil de un barco atracado en la bahía, que la poeta utiliza para comparar la casa durante ese día es perfecto. Todo está en reposo. No hay compromiso laboral, no hay escuela… Mas esto sólo es válido para el trabajo exterior, pues las labores de la casa no se detienen durante los días de fiesta.
Lo deseable sería “pasar la mañana en pijama leyendo, / oír a Vivaldi – la lluvia fría en el pizzicato de El invierno (se refiere a uno de los cuatro conciertos para violín y orquesta del compositor italiano Antonio Vivaldi, dedicado a las estaciones del año) / arreglarse las uñas”. Quizás “durante horas mirar el cielo” y fantasear, dejando a un lado las gavetas, la cocina… siempre demandantes. Sin embargo, para una mujer es difícil sustraerse a esos oficios domésticos. Al cierre del poema ella expresa que Dios estableció un día para el descanso, que para él pudo ser válido, pues “no tenía […] amados verdugos siempre a la espera”. Pero para ella y para todas las mujeres las cosas no son tan fáciles, sometidas a las demandas de otros, cuya satisfacción parece ser proporcional a la dimensión de su sacrificio.
Aniversario
El tema de este poema es el aniversario vigésimo segundo del matrimonio. Es otro texto donde se codifica la frustración de una relación conyugal consumida por la rutina y el descuido, donde ha faltado atención hacia los pequeños pero significativos detalles, como los cumpleaños de ella, y para mantener los buenos modales (“dejas la ropa en el suelo del baño mojado”. El cierre es muy elocuente, con una imagen visual cargada de sugerencias: “… el amor, / como gota de agua sobre una roca / sigue su curso”. Muchas de las palabras que forman parte de este poema son bastante gráficas para designar la tragedia de una relación fallida: olvido, pérdida, círculo, extravío, prisa… En cada una de ellas está cifrado el sentimiento de desolación y angustia que predomina en el libro, especialmente en la primera sección.
Contradicción
Es el último poema de la primera parte (“Oficio de casada”), y uno de los más breves: trece versos distribuidos en tres estrofas. Y, como su título adelanta, está construido en base a una oposición. Es la expresión de una pareja que ha llegado a un punto crítico de desacuerdo, donde las posibilidades de entendimiento y de armonía son precarias, pues la relación está dominada por la contradicción: “Si digo blanco tú dices negro / si sumo tú restas / si me desvisto te vistes / si abro puertas tú las cierras”. La última estrofa expresa que “así de contradictorio / es el amor de los casados”. Y el lector atento, antes de pasar la página se pregunta: ¿Y eso es amor? Por supuesto que bajo esta capa de versos contradictorios se oculta un sustrato de ironía.
Bares y boleros
El segundo bloque de poemas, “Bares y boleros”, está formado por seis textos. Estos guardan mucha relación temática con los de la primera sección. Sus mismos títulos ya sugieren ese vínculo común. Los cuatro primeros coinciden con nombres de boleros famosos: “No puedo ser feliz”, “Vete de mí”, “Sin ti”, “Arenas del desierto”. Comentarlos todos rebasaría los límites y aspiraciones de este trabajo. Brevemente diré que el primero, “No puedo ser feliz”, es la proyección de un deseo de separación. La razón no está clara, pero el poema reproduce una estrofa del bolero homónimo, del que tomamos un verso que nos arroja una pista: “No se puede tener conciencia y corazón”. Esa disyuntiva entre razón y sentimiento puede explicar la causa de la separación: el yo lírico –la mujer– está consciente de que la relación no es conveniente, pero el corazón es débil y se aferra a la misma. Gran dilema, que no siempre se define de la manera más conveniente. En la mayoría de los casos el corazón es quien tiene la última palabra.
“Vete de mí” aborda la decepción y la ruptura sentimental: “Tan breve el encantamiento / −la mirada arrebatada la apoteosis del sueño− / tan inútil abrir el pecho entregar el corazón”. En fin, por ahí va tirando la cosa en los poemas que integran esta segunda sección del libro.
Tiempo oscuro
En la tercera y última parte del volumen (“Tiempo oscuro”), la poeta abre un poco el abanico para recoger en sus versos el aliento de la sociedad actual. El mismo título de este apartado ya sugiere ese acercamiento, que rompe con el exclusivismo de la poética intimista que predomina en la primera parte de la obra. En “Amor humanidad”, que encabeza este último apartado, el yo individualizado se desplaza de su círculo personal para ocuparse de un yo colectivo, formado por aquellos que padecen marginación: los refugiados y los perseguidos por sus ideas, los emigrantes, que abandonan su tierra a todo riesgo en busca de otros horizontes más promisorios; las mujeres cuyos derechos son cercenados por los agentes del poder: “Mi amor afganas que sueñan sin la burka” / “la muchacha somalí que huye de la guerra y del hambre”. La mirada ecuménica de la poeta se extiende a todo el orbe terráqueo posándose en “todas las vidas rotas”.
Otro poema que no puedo dejar de comentar es “Por la tierra”, que comparte la temática del anterior. “Me besas / y en el momento en que tu boca y mi boca / se encuentran bajo el cielo del amor / en la Amazonía los incendios / barren con saña el grano de la vida”. Así, la poeta va denunciando el maltrato a hombres, mujeres y bestias en diferentes escenarios del mundo. La reflexión que queda después de haber concluido el poema es que, ciertamente, los seres humanos vivimos encerrados en el limitado espacio dominado por nuestro yo, mientras permanecemos indiferentes a lo que ocurre en nuestro entorno, en el cercano como en el distante, olvidando que somos diminutas células de un cuerpo común que se llama humanidad.
Mientras leía el citado poema recordé dos textos que tratan temáticas parecidas. Uno es la canción del cantautor cubano Silvio Rodríguez, que reivindica el amor hacia la humanidad. Se titula “Por quien merece amor”. Esta parece ser una réplica del artista a quienes le reprochan el cultivo de un arte inspirado en los problemas que atañen a la humanidad en lugar de dedicarse a los trillados temas de la música comercial centrada en la retórica del amor y el desamor: “Mi amor no es amor de uno solo / sino alma de todo / lo que urge sanar”, dice el cantautor. El otro texto es del poeta peruano César Vallejo, que después de haber militado en las vanguardias poéticas europeas comprendió que no debía seguir cultivando una poesía elitista, hermética y oscura, exclusiva para “espíritus superiores”, que daba la espalda a la realidad inmediata. Entonces, a modo de autocrítica, escribió un texto memorable, titulado “Un hombre pasa con un pan al hombro”: “Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza / ¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?”.
Dentro de la temática social, hay otros poemas destacados, como el dedicado a la pandemia que azotó recientemente a la humanidad, donde la poeta dice, entre otras cosas: “Púdrete, muerte, yo apuesto a la vida”. El cierre de este poema me encantó: “… y escribo este poema, sin mascarilla”. Puede ser que para otros se trate de un verso simple, pero a mí me gustó mucho. La apreciación estética es muy subjetiva y hasta caprichosa.
Igual sensibilidad social está presente en “Imágenes de Ucrania”, donde la poeta denuncia las atrocidades de la guerra. Cada verso sugiere una imagen dolorosa de ese conflicto bélico que enfrenta a Rusia y Ucrania: una mujer que huyen con un niño en los brazos; “un niño que no entiende / y llora llamando a su padre”. En apenas diez versos la poeta nos sacude interiormente, desadormeciendo nuestra embotada sensibilidad de ciudadanos indiferentes, absorbidos por nuestras pequeñas batallas personales.
El último poema del libro es el que da título a la tercera parte: “Tiempos oscuros”. Leyéndolo, otra vez volví a recordar la canción de Silvio citada anteriormente: “Te molesta mi amor / mi amor de humanidad / y mi amor es un arte / en su edad”. Y también otra canción del mismo cantautor, titulada “Debo partirme en dos”, que trata de la dificultad de escindir su arte para complacer a la diversidad de su público: un arte comercial y simple que cierre los ojos a la realidad y complazca a determinado grupo, y otro más arriesgado, socialmente comprometido, que responda a un genuino interés hacia todo lo humano y planetario, especialmente enfocado en los seres marginados de la sociedad. Es el arte que acompaña al hombre (al ser humano) en su peregrinar por el mundo, pero no el hombre en abstracto, sino el ser humano concreto, que padece diversos males y que anhela vivir en una sociedad más integrada, libre y justa.
La vinculación entre el poema y las citadas canciones viene a cuento por esto: la poeta dice que sus amigas le “piden un poema luminoso / un poema feliz que hable del amor que salva del abrazo que redime al final del día…” (si extrañan la coma en estas enumeraciones y en otras citas les aclaro que la poeta ha prescindido aquí de este signo). Sin embargo, ella expresa que le es imposible hacer esa clase de poema, pues tendría que ignorar lo que pasa en el mundo en este “tiempo oscuro”. Nos dice que intenta complacer a quienes le piden: “escribir el poema del amor que salva del sol que sonríe”, pero entonces piensa en las armas mortíferas, en la destrucción y el horror que hay en el mundo Una violencia que arrasa con la vida de tantas personas vulnerables: “corro con los niños las mujeres los ancianos”. Y acompañando a las víctimas permanecerá hasta que “al final del tiempo oscuro de la guerra… podamos salir y escribir el poema luminoso del amor que salva”. ¡Qué mejor manera de finalizar el poema y el libro! Como dijo el famoso cantautor argentino Horacio Guarany en aquellos años en que el arte comprometido no era un anacronismo: “Si se calla el cantor calla la vida”.
Como han podido ver, casi todos los poemas que integran Después de tanto arder están centrados en la cotidianidad, vista desde la perspectiva de una mujer –esposa, madre– que ha madurado a fuerza de experiencias dolorosas. Una mujer que ha visto derrumbarse un mundo de ilusiones que le fue tan querido, rotas sus expectativas más entrañables. Ese mundo cotidiano que enmarca el espacio-tiempo de los poemas, expresado en un lenguaje no menos cotidiano, dejan al descubierto el drama doloroso en el que se desenvuelven millones de mujeres del mundo, cuyas vidas vegetan, en opresiva red de deberes y obligaciones conyugales y maternales.
Una condición especial tienen estos versos: su brevedad. Como dijo el escritor conceptista español Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. No hay que olvidar que vivimos en un mundo caracterizado por la prisa. Los lectores de estos tiempos ligeros y apáticos se enfrentan con demasiada pereza a los textos largos e, incluso, de mediana extensión. (¿Llegará un día en que lo más extenso que leamos sean frases aisladas, sentencias, refranes, versículos bíblicos? Dios no lo quiera. Y nosotros tampoco). Pocos se dejan seducir por la amplitud y la complejidad. Para esa clase de público, que siempre va ligero de equipaje, son buenos estos versos. Pero, en general, para todos, pues más allá de la concisión y sencillez aparente, son versos están cargados de vitalidad, de honda repercusión humana.
Como expresé al inicio de este trabajo; soy un neófito en la obra de Soledad Álvarez. Sin embargo, el conocimiento parcial de su poética me ha revelado que en ella tenemos a una dignísima representante de la lírica dominicana de este tiempo. Por ella y por otras poetas dominicanas de la actualidad, podemos decir que el legado de Salomé Ureña y de Aída Cartagena Portalatín no ha declinado, que está en muy buenas manos. Después de tanto arder avala plenamente lo que acabamos de afirmar.
Estas líneas no son más que una invitación a posar su mirada serena, la honda mirada del alma, sobre las páginas del libro objeto de este trabajo. Después de tanto arder es un libro que bien merece la atención de los amantes de la poesía, de la buena poesía, aquella que toca sensiblemente nuestro ser.