Yo era un niño cuando seres con colmillos vampirescos, cabeza de rata, y patas y ojos gatunos, vinieron por mí y me extirparon una de las 33 vértebras que tenemos los seres humanos al nacer.
Como sabemos, de adulto contamos con menos vértebras, 24 en total, pues resulta que las 5 vértebras del sacro y las 4 del coxis acaban soldándose para formar los huesos del sacro y el coxis, dejando tan solo 24 vértebras movibles e independientes en nuestra columna vertebral, sin la cual no podríamos realizar determinadas acciones corporales.
A poco de ser asaltado por aquellos seres, supe de otros niños que habían pasado por esta experiencia, y también supe que se trataba de una práctica iniciada en las estepas del Asia Menor con la aparición de la palabra mío, la cual inauguró el establercimiento de la propiedad privada.
Pasado algún tiempo comprendí que los niños son más codiciados que los adultos por tener más vértebras que estos.
Necesitamos nuestros huesos a toda costa, porque no es posible vivir en una sociedad de deshuesados.
En aquellos días de mi infancia, yo y los demás niños vivíamos aterrados, sin siquiera imaginar que de grande nos pasaría lo mismo.
Esos seres que nos extirparon las vértebras se hicieron más codiciosos y la avaricia marcó su vida. No conformes, hoy se dan a la tarea de robarnos todos los huesos.
En mi caso, como en el de muchos otros, de los 206 huesos que forman nuestro esqueleto, apenas me quedan 20, tal vez menos.
Si he sido capaz de mantenerme de pie, como estoy ahora, es gracias a mi férrea voluntad de luchar sin descanso para que esos seres, ladrones por vocación y formación, nos devuelvan nuestros huesos y paguen por los delitos cometidos.
Necesitamos nuestros huesos a toda costa, porque no es posible vivir en una sociedad de deshuesados.
Quien no asuma con determinación y coraje el reto de acabar con esos malvados, es tan culpable como ellos.
Recuperemos, pues, nuestros huesos, limpiémonos de la inmundicia y construyamos el presente que nos merecemos.