Un sentimiento de desgarro, pero también de esperanza, atraviesa Memento Mori, que en latín significa “recuerda que morirás”. Este poemario es el veinticinco de los veintinueve que ha escrito el reconocido crítico Giovanni Di Pietro. En él, el poeta se resiste a aceptar la fragilidad de la vida y de la muerte como su único destino; más bien, nos invita a creer que un mundo más halagüeño nos espera más allá del horizonte. Esta idea se refleja en la imagen de la “flor” presente en varios de sus poemarios: aunque perece como todo, simboliza otra realidad con una dimensión espiritual que se manifiesta cíclicamente, recordándonos que no todo concluye con la muerte. Algo más allá debe dar sentido a nuestra existencia; de lo contrario, el tiempo, que todo lo destruye, sería el verdadero Dios, tal como expresa el poeta.
El poeta se consuela con la idea de la trascendencia espiritual como pago a tanto sufrimiento en este mundo. Como ser pensante que es, su espíritu se debate entre la duda y la fe, entre la razón y la esperanza, como sabemos, en el que se consumieron tantos pensadores que le precedieron, los cuales partieron sin encontrar tampoco ninguna respuesta definitiva en ese sentido, lo que llevara a Unamuno, entre ellos, a intentar cristalizarlo, sin embargo, en su obra Del sentimiento trágico de la vida; una realidad dolorosa, esta, a la que un gran poeta como Rubén Darío considera como infortunio en el poema “Lo fatal”: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo/, y más la piedra dura, porque ésa ya no siente/, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo/, ni mayor pesadumbre que la vida consciente […]”.
La única salida a la que recurre el grueso de las personas en sus crisis existenciales es a la fe como muleta, la que ofrece la ideología religiosa; empero, para el poeta, tal intento desesperado, constituye un dilema. Precisamente, la falta de fe ha sido su gran problema desde temprana edad en su pueblo de origen en Italia. Es esa imagen de la “luz” que a menudo ha buscado sin éxito en sus últimos poemarios. Es la que constantemente aparece en sus poemas, pero siempre inalcanzable. Se descubre en su continuo cuestionamiento a ese Dios o entidad innombrada por todo lo que ha sido la tragedia de su vida, lo mismo sus momentos de felicidad, como en los más de los casos, los de su sufrimiento para que tengan un final sin ninguna trascendencia. Tal es la razón por la que pase a explorar la imagen de la eternidad del ser, la de su magnitud en este mundo.
Atrapado en las mancuernas de los sentimientos de la fe y la razón, entre la fe y la duda, consume este poeta trashumante sus últimos días en un país del Caribe, un lugar del que solo había leído en las novelas de Emilio Salgari en su juventud, y en el que jamás se imaginaría terminaría viviendo en alguna ocasión, para él, uno de los tantos absurdos que explican su vida hecha de fragmentos y atormentadas experiencias, como se puede observar de manera analógica en la forma fracturada de sus composiciones poéticas.
El desarraigo del pueblo donde nació es otro elemento que recurre en la poesía de Di Pietro; algo material, que corre parejo con el del paraíso que la humanidad experimenta en su vida, de una dimensión espiritual, como en el caso de la luz que muchos buscamos en los momentos oscuros de nuestra vida. Tanto el desarraigo como la metáfora de la luz, propia de la cultura occidental junto a la oscuridad, se mezclan en su vida. En términos literarios, el poemario contiene el tema del amor profano (lo material) vs. el amor divino (lo espiritual). En la materia, lo espiritual, que es representado por la “luz”, aparece solo como anhelo, que pasaría a ser los “destellos”, esto es, los destellos de ese algo lejano que busca el poeta en su dolorosa travesía.
Ahora bien, para el poeta, la ilusión de tener fe en el más allá como tal, aunque con ciertos dejos de angustia metafísica, es preferible al “lagarto verde” del racionalismo y la maldad, otra imagen presente en Memento Mori y otros poemarios suyos anteriores. El reptil, probablemente otra versión de la serpiente que acecha en el jardín del mito bíblico, es lo que nos tiene atados a pensar solo en la vida como tragedia. La ilusión, ese aroma que nos mantiene vivos, le hace la existencia menos triste al poeta, y hasta cierto punto, lo más que se pueda, más llevadera. De ahí que su poesía apunte hacia arriba, hacia el encuentro con la “luz”, a la cual siempre persigue en su travesía.
En definitiva, el poeta se interna en profundas meditaciones de carácter metafísico sobre el fenómeno de la muerte, así como sobre la futilidad y el sinsentido de la vida. En semejante trance, no deja de tener en mente la figura de una mujer bien amada en la que busca apoyo emocional y espiritual, como parte del italiano que es al fin, una versión de su Beatriz o Laura, su viva inspiración artística. En sus intentos de trascender la materia, le pide cuentas su cuerpo que lo oprime. Y con esa lucha en su noche oscura del alma, transcurre el poeta su ocaso como hombre pensante en una pequeña isla del Caribe.