Hace unos cuantos días leí en un periódico de circulación nacional una reseña sobre la historia de la canción “Derroche”, de Manuel Jiménez, y dice que cumplió treinta años de ser escrita.
Creo que estas líneas deben de ser dedicadas al gran Colombo, quien cuenta muchas veces en su columna cómo se dedica algunos fines de semana a encender su radio y soñar con los boleristas y de esa forma escapar de la cruda realidad en que vivimos.
Hace mucho tiempo no escucho radio; se me dañó por el desuso al igual que el tocadiscos que tenía integrado, por lo que no puedo soñar con mis años juveniles en que disfrutaba de todos esos cantantes que tanto evoca Colombo.
En esos días en que aflora la nostalgia busqué en YouTube algunas canciones, entre ellas escuché “Derroche” en cuanta versión está grabada. He lamentado grandemente que no fume, ni mucho menos que beba alcohol, pero ¡cuánto hubiera deseado hacerlo! porque hay canciones que no deben escucharse sin esos complementos.
Es verdad que ya mis años pasaron, pero fui joven y disfruté de cuanto la vida me proporcionó en esos tiempos en que se sueña.
Esta canción es diferente a todas las de amor que se han escrito y que he escuchado. No habla de un amor sublime, ni platónico. Habla de un amor profundo, sensual, sexual, feroz, y yo hasta añadiría que “prohibido”, porque esa narración no está inspirada en una relación cotidiana, tampoco en una relación visible, pública. Es como vivir el único y último instante de la vida que hay que aprovechar.
Qué descripción tan gráfica y hermosa que retrata una noche de pasión y de locura. ¡Cuánta belleza! ¡Qué hermosura de versos! cuántas interpretaciones cargadas de sentimiento y qué privilegio ver a una Ana Belén en su interpretación acompañada en los coros de Juan Luis Guerra y 440.