La discapacidad en el ojo de las fuerzas del oprobio
Si a propósito de la discapacidad le echáramos un vistazo al pensamiento de los filósofos antiguos, encontraríamos frases que hoy, de oírlas, nos resultarían aberrantes y despreciables, impropias del reconocimiento otorgado a muchos de esos pensadores que figuran en los libros de textos escolares de todo el mundo.
Si le dijéramos en voz alta a nuestro personaje que los débiles tendrán que desaparecer, incluyendo los discapacitados, como refiere Platón, en La República, no dudaríamos de taparnos los oídos con las hierbas que presumimos recogidas por él, lejos de conocer el misterio o el secreto de cómo lo hacía.
Desde los filósofos de la antigüedad hasta la Modernidad tardía o líquida, que es la caracterización de las actuales sociedades globales altamente desarrolladas como continuación de la modernidad, en lugar de como el pasaje a una nueva era enunciada como posmodernidad, muchos de nuestros más importantes pensadores se expresaron en contra de la invalidez. Séneca, por ejemplo, en una de las 124 cartas que escribiera a Lucilio (Cayo Lucilio, escritor romano, considerado el creador de la sátira como género literario), plantea la similitud de los discapacitados con monstruos.
Hasta Aristóteles, el más importante filósofo de la antigüedad, cayó en la trampa de descalificar a los inválidos, aunque fue más cuidadoso. En años más recientes, los ideólogos fascistas anunciarían sin resquemor ni vergüenza que la guerra “era el mejor momento para eliminar a los enfermos incurables”.
Si repasáramos la Historia, comprobaríamos que las fuerzas del oprobio han estado siempre en contra de los discapacitados, a quienes consideran todavía un estorbo.
Por suerte, en fecha 13 de diciembre de 2006, las Naciones Unidas difundieron las últimas resoluciones de su Sexagésimo primer periodo de sesiones de la Asamblea General (A/RES/51/106), en las que expresan:
Artículo 1 – Propósito
El propósito de la presente Convención es promover, proteger y asegurar el goce pleno y en condiciones de igualdad de todos los derechos humanos y libertades fundamentales por todas las personas con discapacidad, y promover el respeto de su dignidad inherente.
Las personas con discapacidad incluyen a aquellas que tengan deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales a largo plazo que, al interactuar con diversas barreras, puedan impedir su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás.
No volvimos a saber nada de nuestro hombre de la carreta. Por más que quise aproximarme a él, a su vida, me fue imposible. Eso sí, me queda el recuerdo de sus encantos y de sus habilidades corporales.
Ahora que estoy a punto de terminar estos relatos, trato de verlo montado en su carreta y se me figura como una prolongación de infinidades de flecos de hierba salidos de su pecho, y ¡oh misterio!, escucho de nuevo la voz de Walt Witman, y me emociono porque declama para mí los versos del final del Canto VI, como si anunciara desde el pasado la conclusión de estas narraciones. Oigámoslo:
La hojita más pequeña de hierba nos enseña que la muerte no existe;
que si alguna vez existió, fue sólo para producir la vida…
Está claro: debemos evitar que las hierbas desaparezcan, pues si fuese el caso sería el final de los tiempos, y vaya paradoja: los huesos de los poderosos, responsables de la catástrofe universal, no tendrían dónde estar porque solo habría fuego. Esto, por supuesto, nos da cierta esperanza, porque si es cierto que la hierba aún pasándole el fuego por encima puede volver a crecer, quizá reaparezca la vida sin los males de hoy.
Pienso en nuestro inválido y sonrío.
Sí, sonrío, porque a pesar de su desgracia, crecen en mi alma su optimismo y gallardía
Años después les pregunté a mis padres si sabían al menos el nombre de este hombre inválido, de este pobre hombre que solía repartir hierbas medicinales. Esa vez, mi padre no dijo nada, mas me miró con tal misterio que me sobrecogí y opté por alejarme de él.
Al día siguiente, para sorpresa mía, mi madre hizo un aparte conmigo y me dijo al oído: “Le llamaban Alemán El Chivila”.
En el recuerdo, oigo la voz de este hombre sin piernas ni brazos: “ El sol, como era de tierra, se cayó y con él hubo numerosos terremotos. Se hicieron hoyos gigantescos que se tragaron a los humanos. Nadie sobrevivió excepto aquellos que fueron capaces de convertirse en flores y plantas” (ver: Mito del quinto sol).