Con alas en las manos
El día que el hombre de la carreta estuvo en casa (¿lo recuerdan?), me dije, cuando lo vi alejarse: Un día lo seguiré y descubriré el misterio de su presencia en esta comunidad.
Pasado un buen tiempo, ese día llegó. Salí temprano, casi a escondidas, y me lancé a la aventura. Le pregunté por él a la gente y cada entrevistado dio una versión diferente. Por más que lo busqué, no lo encontré. Se había esfumado.
El último de los entrevistados me dijo, después de ser interrogado: Sigue derecho hasta el cementerio. Detente frente a una tumba con la cruz pintada de rojo, coge el trillo de la derecha y cuando te encuentres con la alambrada que delimita el terreno alcanzarás a ver al fondo una cueva habitada por murciélagos. Ahí vivía ese hombre y puede ser que viva todavía. Ten cuidado, porque si te muerde un murciélago, te da la rabia. Mejor ni te acerques.
No le hice caso al entrevistado y me acerqué a curiosear, pero por temor o por precaución me mantuve en acecho en la boca de la cueva. Aunque en el interior no había luz logré divisar cuerpos que se movían lentamente. Algunos estaban amontonados, vivos pero como si estuvieran muertos. Vivían en paz con los murciélagos, lo cual me llamó la atención porque la gente les endilgaba poderes maléficos y los consideraba seres satánicos y vampíricos.
En mi caso, fue de grande cuando vine a enterarme de que la mayoría de los murciélagos no tienen rabia y de su gran importancia ecológica por su impacto positivo en la naturaleza. Según los estudiosos del comportamiento de los quirópteros (Chiroptera), conocidos comúnmente como murciélagos, son fundamentales para un buen desarrollo del entorno ambiental, pues como polinizadores, dispersores de semillas y controladores de plagas mantienen en equilibrio la biodiversidad de los ecosistemas que habitan.
Los murciélagos, únicos mamíferos capaces de volar, tienen en común que vuelan con sus manos. De hecho, esto es lo que significa su nombre en griego: con alas en las manos, o manos aladas
Lo más sorprendente es que los huesos que tiene un murciélago en sus alas no son muy distintos a los que podemos tener nosotros, pero las falanges de sus dedos se han estirado exageradamente y sus brazos se han acortado en proporción para aumentar la superficie de esa membrana que une sus dedos y su mano y que llega hasta los pies, el patagio (en los quirópteros y otros animales, el patagio es la membrana de piel elástica y resistente que forma la superficie del ala; es una extensión de la piel del abdomen que se estira hasta la punta de los dígitos uniendo las extremidades superiores con el cuerpo (ver en Google: Algo que Informar, de fecha 19 de septiembre, 2022).
Los murciélagos son, además, esenciales en el mantenimiento y regeneración de los bosques. Su «guan», (del quechua «wánu», «abono») sirve como fertilizante en grandes cantidades. Esto los convierte en una alternativa natural y orgánica para el cultivo agrícola, y le da sentido y valor al uso de la hierba, en tanto en cuanto es el punto de unión entre ellos y el hombre de la carreta, a quien veo ahora, fruto de mi imaginación, en un rincón de la cueva, rodeado de sombras.
Cansado de no hacer nada, me llené de valor y caminé unos cinco metros hacia el interior de la cueva: lo que vi me trastornaría por siempre: decenas de seres humanos de todas las edades sin brazos ni piernas. Los había tuertos y sordomudos. Unos se quejaban de dolor; otros murmuraban que tenían hambre: querían hierba para alimentarse y calmar su sufrimiento.
Uno de aquellos seres, un niño ciego y cojo, se acercó a mí con un puñado de hierba y me preguntó: ¿Qué es esto? Me estremecí de arriba abajo porque asocié su pregunta con aquellos versos que escribiera Walt Whitman (West Hills, Nueva York; 31 de mayo de 1819-Camden, Nueva Jersey; 26 de marzo de 1892) en Canto a mí mismo -VI–.
Dije para mis adentros, emulando al bardo:
“¿Qué podía yo responderle?
Yo no sé lo que es la hierba tampoco.
Tal vez es la bandera de mi amor, tejida con la sustancia verde de la esperanza.
Callé por un momento. Miré al niño y dije, casi en voz alta, estos otros versos del viejo Walt Whitman:
Pienso también que la hierba es un niño,
el recién nacido del mundo vegetal.
¿O es un jeroglífico uniforme cuyo significado es nacer en todas partes:
en las zonas pequeñas y en las grandes,
entre los negros y los blancos,
para darse a todos y para recibir a todos? ¡Oh, hierba rizada,
yo te trataré con cariño!”.