Avaricia, deslealtad y traición deliberada
Si las hierbas han sufrido como consecuencia de la brutalidad del hombre , este ha sufrido por su afán de avaricia, es decir, por el deseo excesivo de guardar cosas materiales y no usarlas durante un tiempo prolongado.
En palabras del psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista de origen judío alemán Erich Seligmann Fromm (1900-1980), la avaricia es “un pozo sin fondo que agota a la persona en un esfuerzo interminable para satisfacer la necesidad sin alcanzar nunca la satisfacción”.
Otros la definen como el afán o deseo desordenado de poseer riquezas, bienes, posesiones u objetos de valor abstracto con la intención de atesorarlos para uno mismo, mucho más allá de las cantidades requeridas para la supervivencia básica y la comodidad personal.
Contrario a los creadores y patrocinadores de la filosofía idealista, quienes califican la avaricia como connatural al hombre, creemos -digámoslo sin tapujos- que es un fenómeno forjado en los cimientos de sistemas sociales opresores, generadores de riquezas para unos cuantos y de pobreza extendida.
En un comunicado del Banco Mundial, fechado el 17 de octubre de 2018, se nos dice que “si bien hay menos personas que viven en la pobreza extrema, casi la mitad de la población mundial, es decir, 3400 millones de personas, aún tiene grandes dificultades para satisfacer necesidades básicas”.
La historia del sufrimiento está vinculada a la del misterio de la fe, el cual solo puede existir, según Pablo (en el Nuevo Testamento), en una conciencia limpia. Así, la fe, resultado de conocimiento y experiencia, se convierte en un íntimo convencimiento que rige nuestro ser y nuestro actuar. Este misterio de la fe se fundamenta sobre las señales y prodigios que realizó Jesús, pero también sobre su mensaje del evangelio análogo a la fe, la cual Dios esperaba de Israel por los milagros y señales que Él había realizado entre ellos.
Como la historia del sufrimiento es larga, compleja y dolorosa, preferimos apostar al olvido. Por eso, cuantificar la pérdida de miembros corporales por causas biológicas o por crímenes perpetrados por los amos y señores del mundo ha sido hasta hoy imposible.
La avaricia juega un papel protagónico en este proceso de olvido. Tanto ella como la codicia generan deslealtad, traición deliberada -especialmente para el beneficio personal- como es el caso de dejarse sobornar o exigir la recompensa ilícita antes de que los hechos se produzcan.
En un trabajo titulado “La avaricia y la codicia arruinan a la condición humana”, aparecido en el portal colectivo Otras voces en Educación, Javier del Arco nos advierte que la condición humana está marcada hoy por la avaricia y la codicia, convertidas en valores por el pensamiento liberal dominante, y que su implantación ha dado lugar a la corrupción política, consagrada por las mayorías parlamentarias.
Podría argumentarse que cuantificar lo referido era imposible porque no existían métodos estadísticos para llevarlo a cabo, mas recordemos que desde los comienzos de la civilización han existido formas sencillas de estadísticas, pues ya se utilizaban representaciones gráficas y otros símbolos en pieles, rocas, palos de madera y paredes de cuevas para contar el número de personas, animales y otras cosas.
Sin embargo, a pesar de su antigüedad, fue el economista alemán Godofredo Achenwall (1719-1772) quien le dio categoría científica a esta importante herramienta, que habría de influir, en los años sucesivos, en las diversas áreas del conocimiento.
En su momento, Archenwall definió la Estadística como “estudio de los datos cuantitativos de la población, de los recursos naturales, del tráfico o de cualquier otra manifestación de las sociedades humanas, y también como “rama de la matemática que utiliza grandes conjuntos de datos numéricos para obtener inferencias basadas en el cálculo de probabilidades”.
En nuestros tiempos, la Estadística, vista como ciencia, es una rama de las matemáticas, que utiliza leyes de la probabilidad para analizar casos que son extraídos como muestra representativa de la realidad total, extrayendo conclusiones probables sobre fenómenos que pueden o no ser aleatorios. Además, nos proporciona modelos para explicar situaciones que implican incertidumbres, las cuales, sin embargo, no han sido cuantificadas. Si no preguntémosle al hombre de la carreta, aunque sea por mero asomo de curiosidad, si él está incluido entre los inválidos que se arrastran por el mundo y viven en peores condiciones que las ratas.