Walt Whitman y el quinto sol
El niño del puñado de hierba se alejó de mí y se perdió en la oscuridad, sin que yo le preguntara si conocía al hombre de la carreta. Era quizá mi única oportunidad de saberlo porque de pronto aquellos seres comenzaron a gritar al mismo tiempo, y yo me asusté tanto que salí a la carrera.
No sé por qué razón asocié a esos seres con grupos neandertales y con esclavos que, marcados con carimbo (es el hierro caliente que todavía se usa en el ganado vacuno) gritaban de dolor. Y de nuevo, a manera de asociación, el inmortal bardo Walt Whitman en mi memoria con el prodigio de sus versos:
Pero oigo tantas lenguas que gritan,
tantas lenguas que no se articulan en la boca,
tantas voces que no salen de los labios.
¡Qué son estas voces!
¡Cuál es su designio!
Quisiera poder traducir lo que dicen de los jóvenes
que se fueron para siempre en la mañana,
de los viejos y de las madres que partieron en la tarde,
y de los niños a quienes la muerte arrebató en la aurora.
Dime:
¿Qué piensas tú que ha sido de los viejos y de los jóvenes,
de las madres y de los niños que se fueron?
En alguna parte están vivos esperándonos.
Entonces imagino al hombre de la carreta yendo de un lugar a otro, salta entre esclavos enfermos y heridos, y en uno de esos saltos veo a Hefesto, que en la mitología griega es el dios de la forja y del fuego, así como de los herreros, los artesanos, los escultores, los metales y la metalurgia, y el dios de la muleta de oro.
Hefesto era feo, lisiado y cojo: caminaba con la ayuda de un palo. Se dice que, al nacer, Hera lo vio tan feo que lo tiró del Olimpo. En algunas vasijas pintadas se le representa sudoroso, con la barba desaliñada y el pecho descubierto, inclinado sobre su yunque, a menudo trabajando en su fragua: sus pies aparecen a veces al revés.
En muchas culturas los herreros divinos son cojos. Es una extraña característica que comparte tanto el Hefesto griego como el Vulcano latino
En los Puranas, por ejemplo, se nos dice que Vinata, esposa de Kashyapa, en cierta ocasión puso dos huevos. No empollaron durante mucho tiempo. Impaciente, rompió uno de los huevos, del que surgió un niño incompleto: su mitad inferior estaba malformada, y no tenía piernas ni genitales.
Este niño llegó a ser conocido como Aruna, el dios de la madrugada. y se le dio un lugar en el panteón de los dioses hindúes como el auriga del dios sol –o aura del sol–. Debido a que la mitad inferior de Aruna está mal formada, siempre hay preguntas en torno a si el dios es hombre o mujer (en el hinduismo, los Puranas son un género de literatura escrita india, diferente de la literatura oral de los Vedas, más antiguos, escritos en pareados descriptivos, se trata de una colección enciclopédica de historia, genealogías, tradiciones, mitos, leyendas y religión; generalmente, los Puranas se presentan a la manera de historias contadas por una persona a otra).
Nuestro hombre de la carreta no ha parado de saltar y ahora les grita a unos soldados espartanos de la antigua Grecia que no lo arrojen desde el Monte Taigeno. “No dejen morir a los niños deformes como yo”, agrega. Los soldados se burlan de él.
De súbito, se escucha la voz de Licurgo de Esparta, legislador de Lacedemonia (800 a.n.e.-730 a.n.e.): “Todo aquel que al nacer presentase una deformidad física será eliminado”.
Mas no debemos sorprendernos porque ya en las antiguas culturas primitivas se dejaba morir a los niños discapacitados. En algunas sociedades de la Antigüedad, el destino de estas personas era la muerte y, en el menor de los casos, los abandonaban en el desierto y los bosques, como en Asia, India y Egipto. En cambio, aunque los antiguos Hebreos creían que los defectos físicos eran una marca del pecado, dieron un tratamiento diferente a las personas con limitaciones, permitiéndoles participar en los asuntos religiosos.
A todo esto, sigo los saltos del hombre de la carreta. Se envalentona y trata de evitar que los indios Masai asesinen a los niños discapacitados. A los Chagga de África Oriental les vocifera que no se valgan de sus seres deformes para ahuyentar a los demonios. A los Jukun de Sudan les aconseja dejar de creer que la deformación física es obra de los malos espíritus y a los Semang de Malasia los felicita porque emplean a sus lisiados como hombres sabios.
De los mayas sabemos que poseían una gran bondad de costumbres. Respetaban y querían a los ancianos y les eran especialmente gratos los enanos y los seres deformes.
En uno de sus últimos saltos, el hombre de la carreta aparece en Francia y ve que han construido fortalezas y ciudades amuralladas destinadas a esconder a los nacidos con algún tipo de discapacidad. A propósito, recordemos que en el siglo XIV, a los nacidos con alguna deficiencia ya sea física, sensorial o mental, como la sordera, la ceguera, la parálisis y la cuadriplejía, se les confinaba a grandes encierros, en los que eran exhibidos los fines de semana a manera de espectáculo circense o de gran zoológico, para que las familias se divirtieran un poco, o bien, manejando la conciencia social, rectificaran los actos cometidos en el pasado, por considerar a estos "monstruos" o "fenómenos" como la más grande señal de un castigo enviado por el Poderoso.
Finalmente, nuestro hombre de la carreta se alió con un murciélago, tomó sus alas prestadas y voló hacia los países nórdicos, con la esperanza de superar sus sufrimientos, porque allí lo tratarían como a un dios. Después, decidió viajar a Mesoamérica, que es la región cultural del continente americano que comprende la mitad meridional de México, los territorios de Guatemala, El Salvador, Bélice, Honduras, el occidente de Nicaragua y Costa Rica y que en el periodo precolombino fue conocido por formar parte de las grandes civilizaciones. Pues allí fue a parar nuestro personaje y lo quiso así porque en la época de Mesoamérica el discapacitado fue visto con respeto, se le ofreció cuidados y protección. De hecho, la noción misma de discapacidad está presente en uno de los mitos fundacionales del pueblo mexica: el de la creación del quinto Sol.