Luis Ernesto Mejía, en su biblioteca. Foto Liana Lama.

En el oficio de morir,

henos aquí compañera,

cóncavo, convexo.

¿A que vienen estas arrugas,

las cataratas

y la sordera?

Nuestro amor,

tal vez de desprecio,

de miedo, rechazo, perfecto

en la felicidad de estar muerto.

Soy un transeúnte de pronto

que no ha podido vencerte.

empero, dispuesto a partir

cargado de reposo.

No sé si vivo o muero,

pero tomad el camino

como un mero pasatiempo.

Un saludo a otro

que también te saluda,

y así sucesivamente.

A pesar de sus ojos y la luz,

el insecto, tembloroso, caerá

donde la parca hila.

¡Ah!, como no existe curación posible,

devuélvele, como lo hiciera Sócrates,

a Esculapio el gallo

que te adelantó el camino.