He vuelto a encontrarme con Thelma Leonor. No a la intrépida gestora cultural santiaguera que lidera asociaciones, ni a la ex directora que dio esplendor durante años a la Escuela de Bellas Artes de Santiago, y que luchó a brazo partido contra una burocracia cultural que daba pena y vergüenza. Me dejé encontrar por la polifacética artista visual en su reciente exposición, aun abierta hasta el 25 de noviembre, titulada "Dejarse encontrar, reconstruir la utopía".
Mi reencuentro no fue cuando ella quiso, el día de la multitudinaria inauguración celebrada el jueves 2 de noviembre en el magnífico Centro Dominicano de Cultura y Convenciones UTESA liderado por doña Ingrid González y dirigido con gracia por Melany Rodríguez. De hecho, mi reencuentro con la querida y admirada artista fue sin su presencia. Un sábado al mediodía pude estar a solas con los frutos de su alma inquieta: pinturas, esculturas, cerámicas e instalaciones. De hecho, fue un encuentro entrañable con lo más profundo y valioso de su ser de mujer plena, con la expresión festiva, experimental y creativa de sus múltiples talentos que tuve el privilegio de testimoniar al escribir la presentación de su primera exposición individual, hace veinticinco años.
La vehemente invitación que la artista hace a todos los amantes del arte es a recuperar la capacidad de asombro y también el deseo de asumir el riesgo de salir del metro cuadrado personal, de la zona de confort. Desde sus manos, firmemente aferradas al pincel, afanadas en el incesante modelado de la arcilla, en la fragua o el cincel, nos anima a recorrer los múltiples caminos de su imaginación. En una gran sala estratégicamente distribuida, encontramos diferentes escenificaciones o propuestas de sus febriles experimentaciones. A cada paso nos conduce por escenarios eclécticos, atiborrados de diferentes propuestas con diversas temáticas, materiales, formas, lenguajes visuales; en definitiva, nos convoca con atrevidos discursos estéticos en los que ha intentado, con notables resultados, plasmar la contemporaneidad desde una innegociable y valiente mirada más que femenina, humana.
Por todas partes hay testimonio de sus miradas inquietas, pero no es simple contemplación, sino que, sobre las figuras y formas robadas al día, fluye una abstracción lúcida y juguetona que se convierte en pensamiento crítico, agudo e inquisitivo. Del mundo complejo, líquido y vertiginoso, la artista aprehende sombras, siluetas, líneas y patrones geométricos provocadores. La intención de la artista no es mimética, pues no trata de copiar lo que los ojos ven; sus obras son seductoramente sugerentes, como debe ser toda propuesta estética. El diletante, partiendo de las formas conocidas, está llamado a encontrar el sentido de los múltiples planos compositivos, el porqué de los matices armónicos y también las vitalidades que implican los contrastes formales e incluso las contradicciones del fondo. El encuentro que propone Thelma no es pasivo, sino el furtivo y apresurado de los amantes que se echan de menos y se desean incluso con rabia. No se conforma con formatos y técnicas tradicionales, lo suyo es exprimir todas las posibilidades de los materiales, de los objetos, hasta que, aun con una presencia o un volumen abrumadores, simplemente desaparecen de la conciencia del espectador, dejando sólo, y durante mucho tiempo, una ternura, un dolor, un vacío feliz, un deslumbramiento inolvidable.
Me impresionaron los cuadros expuestos, los de formato rectangular tradicional y los de inquietante circularidad que parecen mirar más que ser mirados. Me gustaron los figurativos con sus reiterativos patrones geométricos trazados en verticales, horizontales y diagonales, tan del gusto de algunos artistas de vanguardia como Pie Mondrian; y también los de formas humanas planas esbozadas al estilo de René Magritte en su cuadro "Golconda" de 1953. Asimismo, me deleitaron las abstracciones que dejan todo a la imaginación, las de ciertas abstracciones expresionistas al estilo del maestro Ramón Oviedo en su mural "Babiobabao" (1994); afortunado es el coqueteo de luces y sombras sobre oníricos espacios raspados impregnados de tonos rojizos, ocres oxidados hasta acercarse al negro absoluto. En general, libertad y limpieza se observan en sus poéticas provocaciones pictóricas.
En esta muestra, Thelma Leonor no abandona la cotidianidad cercana que exploró en su primera exposición individual, ya que incluso recupera, en contextos insospechados, su fijación con los objetos domésticos. Esta mezcla de planos se aprecia, por ejemplo, en la obra que da la bienvenida, compuesta por media docena de palas, de las que utilizan los obreros en la construcción ordinaria, con una policromía de llamativos ocres. La función de las palas no es recoger arena u hormigón, sino las huellas de la propia domesticación, simbolizadas en unos zapatos desvencijados abandonados. Llaman la atención sus esculturas metálicas que perfilan siluetas a la manera de aquellas viejas figuras planas de papel (que me recuerdan a las mariquitas que deslumbraban a Danicel) con las que puebla mundos de su imaginación y nostalgia. Estas obras escultóricas fueron seleccionadas y expuestas en la pasada XXX Bienal Nacional de Artes Visuales. No menos interesantes son sus tótems de barro o cemíes verticales y la serie de vasijas distribuidas como ojos inquisidores en instalaciones colocadas en el centro de la sala y también mostrada a través de fotografías en sugerentes ambientes marítimos.
¿Qué puedo decirle? Todavía están a tiempo de dejarse atrapar por la entrañable sensibilidad de esta polifacética artista.